Archivo mensual: julio 2012

Campamento de verano NaNoWriMo

cn_participant180x180-2012-07-31-23-04.png

En menos de una hora comienza el campamento NaNoWriMo del mes de agosto de 2012. Como ya hice en el mes de junio, durante los próximos 31 días estaré de lleno con la meta de al menos cincuenta mil palabras de ficción, fuera de mis actividades en el blog y mi vida laboral —también activa en el campo de la palabra—.

Si este mes paso más días de los justos sin publicar en Nisaba, ya puede imaginarme en una tienda de campaña, mientras escribo y escribo con frenesí, a la luz de las estrellas.

Y si usted también está en el campamento, podemos encontrarnos en la hoguera, para compartir las experiencias y acompañarnos durante la aventura de abandonarse a la escritura sin juicios, sin autocensura, sin expectativas, sin bloqueos, sin autodestrucción. ¡Escribamos! Ya casi suenan las campanadas de la media noche y llega la hora de la palabra.

4 comentarios

Archivado bajo Escritura

Escribir sin juzgar

Hace no mucho alguien me dijo algo parecido a esto: “Apenas escribo un párrafo, lo borro. No me gusta. Ya me atrasé en la entrega del libro, pero no puedo seguir adelante”. En estos años de diarios y maratones de escritura, de momentos de inspiración alternados con desgano, de escribir contra el tiempo para llegar a la fecha de entrega, puedo afirmar, desde mi propia experiencia, que a la palabra es menester soltarla, dejarse llevar por ella y dejarla atrás. Si escribimos y juzgamos durante el mismo acto de escritura, nos sucede lo mismo que a la mujer de Lot cuando huía de la destrucción de Sodoma y Gomorra: nos convertimos en estatuas de sal o, todavía peor, borramos lo escrito, lo tiramos a la basura y entramos en estado de bloqueo.

¿Qué actúa ahí? La inseguridad. Nos estamos juzgando antes de tiempo con ojos ajenos. Por el miedo al ridículo, nos vamos de lleno sobre la tecla de borrado, entramos en estado de parálisis y apagamos la computadora. Nos ganan el Facebook o el Twitter. Nos gana la televisión. Nos gana la cena. ¿Y la obra? “Ya escribiré mañana, la próxima semana, el otro mes”.

Pero cuando se trabaja con un cerrado calendario de producción, puede no haber otro mes disponible. Si la musa se digna a hacernos una visita, ha de encontrarnos trabajando.

Por esa razón, el mejor consejo cuando lo escrito no nos gusta es seguir adelante. No se detenga. No borre. No se levante de la silla. Si no le gusta, táchelo o resáltelo en color negro en lugar de amarillo, pero siga soltando palabras, buenas o malas. A veces los primeros párrafos (y hasta las primeras páginas) son tan solo el calentamiento, el balbuceo, una exploración informe y sin dirección de la que, de repente, en el momento menos esperado, aparece por fin lo que en un principio queríamos decir. Y ahí, cuando emerge la médula del asunto, ahí la tomamos por el cuello y borramos todo lo demás.

Otro día, con más calma y distancia, podrá sentarse a editar y reescribir; ahí vale usar tijera, borrar, tirar y… sobre todo, vale encontrar lo que sí sirvió, traerlo a la luz, tallarlo, pulirlo y hacerlo brillar.

El segundo o tercer borrador tal vez comience a parecer menos pálido, menos execrable, menos vergonzoso. Cuando el texto ya nos proporcione satisfacción, llega la hora de mandarlo a la mesa de edición y prepararse para recibir los demoledores comentarios hechos con ojos ajenos (verdaderos ojos ajenos, y no nuestro burdo autoengaño de lo que, de antemano, creemos dirán las demás personas). Pero mientras tanto, recuerde: el secreto para no retrasarse es seguir escribiendo… ¡sin mirar atrás!

5 comentarios

Archivado bajo Escribir, Escritura

La fecha en referencias bibliográficas (II): cómo se interpreta

Si bien esta pregunta podría parecer obvia, hay que decirlo: el dato de la fecha ubica el texto en el tiempo. ¿Y esto qué significa para alguien que investiga, escribe y publica? La fecha da una idea de las circunstancias socioculturales a su alrededor. El dato del autor sitúa la referencia en el espacio, pero la fecha dice cuándo fue emitido el texto, cuáles tendencias ideológicas existían y estaban vigentes, cuáles prejuicios será necesario perdonarle o cobrarle al texto, desde cuáles paradigmas se formula, cuáles eventos históricos todavía no habían ocurrido, cuáles vacíos del texto pueden achacarse al momento temporal de su enunciación.

En una lista de referencias íntegra, también es un indicador de cuán actualizado está un material. Es uno de los aspectos que se evalúan en trabajos finales de graduación y publicaciones sometidas para valoración. En algunas disciplinas, una obra cuyas fuentes, en su mayoría, tengan más de cinco años de antigüedad podría considerarse desactualizada y desinformada con respecto a las tendencias más recientes. En cinco años ocurren muchas innovaciones y una investigación realizada con responsabilidad debería dar cuenta de ellas.

Por otro lado, existe pensamiento clásico dentro de las disciplinas; es decir, autores cuyas ideas tienen carácter fundacional o siguen vigentes décadas después. De ahí la necesidad de conocer esta información y distinguir entre un planteamiento con más de treinta o cuarenta años y otro de menos de una década. Ambos podrían ser imprescindibles, uno por ser fundacional y otro por novedoso; el dato de la fecha es el que permite hacer la distinción, aún si se trata de un autor desconocido para quien lee.

Hay quienes pueden argüir que el dato de la fecha no interesaría en textos antiguos, como las obras de Platón o Aristóteles. En estos casos, si bien es una buena costumbre tratar de recordar en cuál siglo se sitúa el pensamiento (hay un gran salto entre el siglo I y el siglo V, por ejemplo), también hay que recopilar el año de la traducción. No es lo mismo trabajar con una traducción de 1895 que con una de 1998, hasta por el hecho de que algún manuscrito nuevo podría haber aparecido en fechas posteriores. De nuevo, para quienes se especializan en el campo, esto puede clarificar dudas e interrogantes sobre el texto citado.

Para documentación en línea sujeta a cambios sustanciales, puede tener valor incluir datos como la última fecha de modificación o la fecha de consulta, cuando ningún otro dato está disponible. Esto quedará a criterio de quien valore la información de la página web, artículo o entrada.

¿Por qué hablamos de la utilidad del dato de la fecha antes de pasar a los pormenores? Si sabemos por qué se necesita, es más fácil comprender la rigurosidad y meticulosidad que exige obtener y consignar de forma correcta esta información. Cada fuente es única y deberá ser valorada y comprendida para poder crear la referencia bibliográfica. Y la primera persona responsable de esta valoración es usted: quien la consulta y escribe.

Deja un comentario

Archivado bajo Escritura académica, Referencias bibliográficas

La fecha en referencias bibliográficas (I)

La fecha es uno de los principales componentes de toda referencia bibliográfica. Saber interpretarla tiene grandes beneficios para quien está investigando, leyendo o tan solo informándose de un tema; de ahí la necesidad de consignarla de manera correcta, tanto en las referencias parentéticas (dentro del cuerpo de texto) como en las listas de referencias o bibliografías íntegras.

Cuando llegan las obras académicas a la mesa de corrección, profusas en referencias bibliográficas y obras citadas, este es uno de los datos más difíciles de revisar con precisión y responsabilidad, puesto que la información ya debería estar ahí. No le corresponde a quien corrige buscarla, completarla, actualizarla o añadirla: ya debe haber sido recopilada por quien ha escrito el libro, tesis, artículo o investigación.

¿Por qué? Muy simple: solo esta persona ha tenido acceso directo a las fuentes, ha manipulado los libros con sus manos o ha descargado personalmente los documentos de la red y, si conoce su oficio, los ha guardado de manera responsable en una base de datos adecuada. Los demás solo podemos adivinar, buscar en Google para ver si tenemos la suerte de encontrar una ficha bibliográfica bien hecha o hasta buscar la fuente de nuevo para encontrar la información correcta. ¿Cuántas horas perdidas para una persona cuya responsabilidad es editar o corregir cuando esto debía venir listo desde el inicio?

Veamos esto con honestidad: a quien corrige no se le paga para investigar. Su función es verificar que todo esté bien escrito; eliminar erratas; verificar el uso adecuado de mayúsculas, comillas y cursivas; asegurarse de que el estilo bibliográfico elegido haya sido bien aplicado y corregir minucias. No es su función crear bibliografías desde cero, hacerle el trabajo de quien ha escrito o llenar sus carencias e ignorancias. Cuando las labores de corrección se miden y se pagan en horas, ¿cuánto encarece la edición de un material una bibliografía mal hecha?

Por eso, el día de hoy iniciaremos una serie de artículos para aprender a consignar la fecha correctamente. En los próximos días veremos por qué no solo es necesario guardar el dato del año de publicación, cuándo hay que consignar dos años (el de la edición utilizada y el de la publicación original), cómo identificar la fecha de documentos en línea, qué hacer cuando ninguna fecha aparece del todo (ya sea en línea o material impreso) y algunos consejos para almacenar las referencias bibliográficas durante el proceso de investigación y evitar dolores de cabeza cuando se construyen las bibliografías (meses o años después de haber accedido a la fuente original).

Elaborar referencias bibliográficas casi parece un arte. Aprender a hacerlo bien diferencia al novato del experto, al colaborador más valioso del prescindible y, sobre todo, a quien sí se interesa por su publicación de quien no aprecia el esfuerzo ni la calidad. A mí la calidad sí me importa. ¿Y a usted?

2 comentarios

Archivado bajo Escritura académica

Usabilidad y textualidad

Leer para aprender difiere de leer por placer. Un libro de texto se inserta en una sesión de estudio, responde a un programa académico y debe ser cubierto en cierto periodo de tiempo con fines muy claros: un examen, un trabajo, una asignatura.

Esta forma distinta de leer impone una textualidad capaz de ser utilizada sin interferencias dentro de estos actos estudio. Por esa razón, un libro de texto ha de ser diseñado para propiciar y facilitar las horas de comprensión, diálogo, apropiación, regurgitación, repaso y, muchas veces, hasta memorización de un texto.

Cuando hablo aquí de diseño no me refiero al diseño gráfico, la tipografía, los titulares, la disposición de las columnas y el texto principal. Sí, eso también deberá hacerse con mucho cuidado, pero el libro se diseña desde mucho antes: desde el momento de elegir una estrategia para presentar los contenidos desde la metodología fijada por el diseño curricular. La selección de cuáles contenidos se tratarán desde el texto y cuáles desde otros medios alternativos o complementarios forma parte de este diseño.

Un mal diseño del libro puede echar a perder una sesión de estudio íntegra. Si se provoca, desde el texto, una interrupción innecesaria —como obligar a buscar contenidos en cualquier otro medio sin una estrategia adecuada de acceso—, los resultados pueden ser desastrosos. Si una persona dispone de dos horas al día, tal vez al final de la jornada, con gran cansancio sobre sus hombros, cada minuto es una joya. ¿Por qué va desperdiciar treinta o cuarenta de esos minutos invaluables en buscar algo complementario o accesorio? El estado de concentración es muy frágil y una interrupción, aun si es provocada desde el texto, rompe la atención y obliga a un cambio de actividad cognitiva. Regresar al estado anterior de atención —quizás logrado con mucho esfuerzo— podría ser imposible.

Si un dato, artículo, ley o información complementaria es tan esencial para la formación académica, su entrega debería ser transparente, inmediata y fácil de localizar.

En otra palabras, un libro de texto ha de ser diseñado para ser utilizable, no solo legible o lecturable. Y si ha de combinarse con otros medios y soportes, habrá de cuidarse ese pequeño detalle: que todo esté al alcance de la mano, sin pérdidas inútiles de tiempo o energía; sin interrumpir ese valioso acto de lectura orientado al aprendizaje. Que la sesión de estudio no se desperdicie en banalidades y pueda aprovecharse en lo más difícil: comprender, asimilar, recrear, apropiar, aprehender…

5 comentarios

Archivado bajo Escritura