Archivo mensual: febrero 2010

Del "libro electrónico" al "libro" a secas

Tal vez fue Marshall McLuhan uno de los primeros en vaticinar el apocalipsis del libro. Desde entonces, ha persistido el temor de que algún día el buen libro de papel muera definitivamente a manos del nuevo libro, el libro electrónico.

Ahora bien, si hacemos un recorrido histórico por los procesos tecnológicos del libro y observamos las etapas y pasos que fueron llevando del predominio de una tecnología a otra, nos daremos cuenta de que se necesita mucho más que una innovación tecnológica para alcanzar la sustitución de la tecnología anterior por la nueva. El cambio es integral, no es estrictamente tecnológico. También existen factores sociales, culturales y hasta simbólicos. Las siguientes son algunas de mis consideraciones sobre el tema:

  1. El libro no solamente es una palabra con un significado o un referente concreto: es un ámbito del discurso desde el cual lo vinculamos a prácticas, costumbres, redes simbólicas, intercambios y esferas de la cotidianidad y de la cultura1.
  2. El cambio tecnológico no ocurre por sí mismo, como resultado exclusivo de las nuevas propiedades físicas del objeto, sino dentro de su esfera del discurso, de la sociedad y de la cultura.
  3. Para que una nueva tecnología pueda reemplazar plenamente a la anterior, debe cubrir las principales necesidades culturales, sociales y simbólicas que la otra ofrecía (incluidas las de carácter emotivo), así como proporcionar algún valor agregado que pueda suponer la preferencia de un objeto sobre el otro.
  4. La sustitución tecnológica no ocurre en el corto plazo, de manera automática ni como resultado de una única innovación2.
  5. Ninguna sustitución tiene por qué ser absoluta. Cabe admitir la posibilidad de usos alternativos para cada tecnología y comportamientos sociales híbridos3.

El códex fue, en otro tiempo, lo mismo que el libro electrónico es ahora para nosotros. Durante mucho tiempo, a los libros que empleaban la tecnología del códice se les daba un nombre distintivo, especial, diferente: liber quadratus (libro cuadrado). Hace más de 1500 años que ya no hemos necesitado hacer ese hincapié a través de la palabra. Para nosotros, de hecho, lo difícil sería imaginar un libro que no sea cuadrado.

Asumiendo que ninguna catástrofe natural obligará a la humanidad a prescindir de la tecnología, es posible suponer que algún día no será necesaria la distinción entre libros electrónicos y libros a secas; puesto que los lectores del futuro no se imaginarán un libro que no sea electrónico. Sin embargo, para que eso pueda llegar a ocurrir, el nuevo libro deberá ser capaz de asumir plenamente toda la herencia simbólica, cultural y arquetípica de su predecesor y, además, ofrecer algo nuevo, algo que lo convierta en un producto par excellence, irrenunciable, sin el que sería imposible leer. Una tecnología, en fin, que ocupe plenamente el lugar del libro en el imaginario colectivo y personal de quienes leen.


1 Una definición clásica del libro sería aquella “que asocia indisolublemente un objeto, un texto y un autor” (Chartier, 2000: p. 19). Los más atrevidos se refieren al libro de maneras un poco más abiertas, por ejemplo, como “práctica”, es decir, “(una colección de actividades sociales, artísticas y económicas) y no un ‘objeto’” (Doctorow, 2004) o como “forma de intercambio” y “modo de temporalidad”, un punto de apoyo que “crea espacio a partir del tiempo” (Hesse, 1998: p. 32). En estos casos, aún así, predomina la idea de que un libro es, esencialmente, un medio y un objeto para comunicar sentidos (los sentidos portados por la escritura en él contenida). En mi tesis de maestría exploré algunos de los muchos objetos y discursos que confluyen en el vórtice discursivo de libro, como el libro-objeto, el libro-texto y el libro-medio de comunicación. Para eso, véase Murillo (2006).
2 Al códex le tomó más de cuatro siglos imponerse al rollo y, aún así, no alcanzó su expresión plena sino hasta mil años después, cuando todos los factores tecnológicos, así como las redes sociales de producción y distribución de sus materiales, habían madurado lo suficiente como para permitir la innovación introducida por la imprenta y dar como resultado el libro en su sentido moderno.
3 Esto podemos verlo en ejemplos tales como la radio. Se temió, en los albores de la era de la televisión, que esta la sustituyera plenamente. En cambio, tenemos usos especializados con audiencias que van de un medio a otro, según sus circunstancias y preferencias. Los únicos medios completamente sustituidos han sido aquellos que, por sus características, caen en la obsolescencia, como es el caso del telégrafo. Incluso la Internet, con su multimedialidad, no ha sustituido a ninguno de los medios de los que ella misma participa (radio, televisión, impresos), sino que se ofrece como alternativa para quienes, por circunstancias especiales, no pueden acceder a los medios tradicionales (por ejemplo, el tico que quiere ver el partido de fútbol transmitido por un canal de televisión costarricense, pero desde Alemania).

Lista de referencias

Chartier, R. (2000). El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII (Traducido por V. Ackerman). Barcelona: Gedisa.

Doctorow, C. (2004), Ebooks: Neither E, Nor Books. Paper for the O’Reilly Emerging Technologies Conference, February 12, 2004, San Diego, CA. Consultado el 14 agosto 2008, en <http://www.craphound.com/ebooksneitherenorbooks.txt>. También se puede consultar la edición en español, trad. de Javier Candeira en el sitio de José Antonio Millán <http://jamillan.com/doctorow.htm>.

Hesse, C. (1998). “Los libros en el tiempo. El Futuro del libro”. En Nunberg, G. (comp.), ¿Esto matará eso? (Traducido por I. Núñez Aréchaga), (pp. 25-40). Buenos Aires: Paidós.

Murillo Fernández, J. (2006). “Todos saben qué es un libro”, o… ¿no? Análisis arqueológico de los discursos del libro desde el (pre)texto de cinco informes finales de encuestas sobre “hábitos de lectura”, Costa Rica, 1979-2004. Tesis de Maestría Académica presentada ante la Maestría en Comunicación de la Universidad de Costa Rica.

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¿A qué le denominamos “libro electrónico”?

La primera evidente característica de los libros electrónicos es su naturaleza “virtual”, es decir, intangible e insustancial. Se componen de luz, se almacenan en bibliotecas también virtuales y cobran vida gracias al artificio de complejos dispositivos.

Como parte de la oleada terminológica de la era electrónica, hemos adoptado también, en préstamo, el nombre e-book. En poquísimos años, su definición se ha ido alterando y modificando y está lejos de ser definitiva. En la década anterior, todavía se decía que un libro electrónico era únicamente “cualquier pantalla a través de la cual se muestre el contenido de un disco compacto u otro tipo de soporte”1. La Wikipedia2, en el año 2008, ya recogía este significado, pero advertía que la mayoría de los usuarios solamente empleaban el nombre e-book para referirse a cualquier “versión electrónica o digital de un libro”. Ya en el 2010, la Wikipedia ha añadido el nombre ecolibro, ha modificado su definición anterior y mantiene, eso sí, la advertencia de ambigüedad, de modo que un e-book puede ser tanto el texto como el aparato para leerlo. El DRAE todavía no registra del todo “libro electrónico” (en ninguna de esas dos acepciones), aunque lo utiliza sin mayores problemas en uno de sus ejemplos de la XXII edición3.

También se ha propuesto en la industria el nombre vooks para el concepto todavía poco extendido de «libros híbridos», sin mucha acogida por parte del público general.

Atraigo la atención sobre el hecho notable de que, a pesar de los rasgos compartidos, nadie imagina que la versión cinematográfica de una obra o novela pueda denominarse “libro”. Con esto se invalida el temor alguna vez experimentado de que la televisión sustituyera por completo los libros, como pronosticó Bradbury, con su célebre Fahrenheit 451 (y su respectiva versión cinematográfica a cargo del director francés François Truffaut). En cambio, sí reconocemos los audiolibros como un formato alternativo (pero no bajo la denominación de “libro electrónico”), aunque en el mercado de habla castellana esta tecnología está aún dando sus primeros pasos4.

Se puede ver que, en este momento, hay todavía duda en el uso, pero, a nivel general, se entiende por libro electrónico cualquier versión digitalizada de un libro impreso, en cualquiera de sus formatos. Esto incluye diversidad de alternativas de codificación. Enumero, a continuación, los principales productos digitales que ostentan el nombre libro digital, a partir de mi observación personal: a) texto plano (.txt) y con formato (.doc, .docx, .rtf y otros): es editable con un procesador de textos y generalmente carece de imágenes, índices y otras ayudas de navegación5; b) Portable Document Format (PDF): son imposibles de editar por el usuario (con lo cual se garantiza mantener el diseño original), aunque algunos sí admiten la copia de texto aislado para usar en otras aplicaciones; c) versiones facsimilares compuestas por imágenes completas de la página, estos generalmente se arman como PDF, pero los textos no pueden copiarse (excepto en formato de imagen) ni pueden hacerse, por regla general, búsquedas dentro del documento6; d) todas las variaciones de formatos disponibles para dispositivos y aplicaciones de lectura, cada uno con sus propias características7.

En febrero del 2010 un nuevo gadget invadió la cultura del libro electrónico: el iPad. Todavía no se ha iniciado su venta, pero este aparato hace algo más que estar diseñado exclusivamente para la lectura de libros en formato electrónico: también se puede emplear para ver videos, escuchar música, escribir y correr cualquiera de las aplicaciones disponibles en la tienda Apple. Ya para este momento, según demuestra también la venta de libros en formato Kindle para PC y iPhone, el aparato de lectura es menos importante que el libro en sí mismo. Un iPad o un iPhone no son e-books en el sentido de ‘aparato para leer libros en formato digital’ y, sin embargo, es muy posible que constituyan dos de las principales soluciones tecnológicas para la lectura de libros.

Dada la tendencia de la industria editorial de incursionar en el campo del libro electrónico, existe una muy alta posibilidad de que dentro de algunos años el término e‑book se emplee de manera especializada para designar aquellas versiones electrónicas de libros que están optimizadas y especialmente diseñadas para ser leídas como tales; y se reserve algún nombre especial para aquellas otras que consisten en la mera digitalización de un libro, pero que carecen de toda ayuda de lectura para el usuario y de contenidos adicionales. De tal modo que un e-book no consistiría únicamente en la transcripción digitalizada de una edición impresa, sino en un producto alternativo, con ventajas adicionales, tales como material extra, fotografías, sonidos, motores de búsqueda e hipertextos (o como quieren denominarse también, los vooks). Adicionalmente, dada la tendencia de la industria editorial de proteger los e-books que ponen a la venta, este nombre también podría reservarse para las ediciones digitales debidamente autorizadas por sus derechohabientes y protegidas por un sello editorial.

Notas
1 Así lo consigna el reputado y polémico editor, bibliólogo y lexicógrafo (entre tantos otros oficios que le son propios) José Martínez de Sousa, en su Diccionario de bibliología (1993: p. 548).
2 Me excuso de utilizar tan poco confiable fuente, debido a que es la única que recoge el significado y lo hace con precisión. La Wikipedia, en la actualidad, carece de confiabilidad en los círculos académicos, como lo prueba la encuesta financiada por Ebrary a estudiantes universitarios de todo el mundo (McKiel, 2008: p. 12), a pesar de que es uno de los recursos más utilizados por estos mismos estudiantes para sus asignaciones de clase y para uso personal (Ibíd.: pp. 9-10). Dentro de unos años o, tal vez décadas, no sabremos si la Wikipedia invierta su prestigio y se transforme en una referencia obligatoria. Ahí entramos al delicado ámbito de la mera especulación.
3 El Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) tampoco incluye “libro electrónico”, pero se pronuncia sobre los anglicismos que anteponen una e a la palabra, como e-mail, y los desaconseja en favor de sus calcos (en este caso: “correo electrónico”).
4 El mercado anglosajón, en cambio, sí ha desarrollado este mercado. La tienda on-line más grande para la venta de audiolibros es Audible, adquirida por Amazon en el 2008. Desde hace unos años, también las librerías físicas han experimentado un aumento de sus áreas para la venta de audiolibros. Este fenómeno es notable en Alemania.
5 Todos los libros distribuidos por el Project Gutenberg, por ejemplo, están en formato .txt; el cual se puede reconocer con cualquier aplicación o dispositivo, pero carece de ventajas a nivel gráfico. Algunas variantes más sofisticadas son los libros en formato Word, los cuales pueden incluir hipervínculos, índices e imágenes. Sin embargo, incluso en estos casos, la mayoría de las obras no sacan partido de las características del programa para realizar libros con calidad de lectura. De hecho, la mayoría de estos libros electrónicos parecieran más bien versiones para “imprimir” y no para “leer en pantalla”, puesto que hasta su tamaño se ajusta a una hoja impresa en lugar de un monitor.
6 Esta afirmación no es completamente verdadera. Google (cuyos libros, en su mayoría, responden a este formato dadas sus características de obras antiguas digitalizadas para su conservación) tiene un motor de búsqueda basado en tecnología de reconocimiento de imagen como texto (OCR) para que los usuarios puedan buscar entre sus libros. Sin embargo, esta tecnología solamente puede utilizarse desde la página de Google, con los libros de su base de datos. El Acrobat Reader todavía no la incorpora como una de sus características.
7 Para un glosario de los formatos vigentes y de los dispositivos de lectura disponibles, véase Tivnan (2008).

Lista de referencias

Martínez de Sousa, José. (1993). Diccionario de bibliología y ciencias afines. (2.a edición). Madrid: Ediciones Pirámide y Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

McKiel, A. W. (2008). Global Student E-book Survey Sponsored by Ebrary. La publicación digital en PDF se puede descargar del sitio de Ebrary <http://www.ebrary.com>.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.

Tivnan, T. (2008). “E-Babel on and on”. The Bookseller.com, may, 29th, 2008. Consultado el 18 agosto 2008 en <http://thebookseller.com/in-depth/feature/59816-ebabel-on-and-on-.html>.

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Dos milenios atrás

Año 70, Roma. Un patricio romano quiere añadir la Eneida de Virgilio a su biblioteca personal. Obtiene, en préstamo, un ejemplar y le ordena a su esclavo griego hacer una copia. Sabe que este nuevo liber se escribirá a mano, sobre papiro importado de Egipto. El resultado final será una superficie continua que se enrollará en torno a un umbilicus, es decir, un eje de madera central del cual penderá una etiqueta con el nombre de la obra. Para el patricio romano, este liber o volumen es el liber; es decir, el libro por excelencia. Jamás habría podido concebir la degradación de escribir a Virgilio sobre otro formato. Cualquier otra alternativa habría sido vulgar y absurda.

Este patricio no lo sabe, pero una secta religiosa que se inició en territorio judío ha comenzado a llegar al corazón mismo del imperio. Nombrados a partir de su líder, los cristianos se reúnen de manera clandestina. Sus principales cabecillas viajan de una ciudad a otra esparciendo el mensaje de su fundador y ganando adeptos. Colgando de su cintura, en una bolsa de tela o de cuero, puede verse un códex. Tiene forma cuadrada, y sus páginas se recorren de forma separada. El suyo está fabricado con papiro, debido a su precio menor, a pesar de que es demasiado frágil. Sabe de otros, en cambio, escritos sobre pergamino. Ahí lee únicamente las palabras y dichos de su maestro, así como detalles de su vida. Este códex representa, para él como cristiano, la palabra de Dios que puede llevarse, a través de las montañas y los mares, hasta los nuevos fieles. Al abrirse sus páginas, sin importar si están a puerta cerrada en la casa de un gentilhombre o entre las húmedas paredes de una catacumba, el Cristo se hace presente y su voz puede recrearse nuevamente para seguir llevando su mensaje. El códex diferencia a la suya de otras comunidades religiosas y le da sentido de identidad. Es uno más de los signos que les permite a los cristianos reconocerse unos a otros (como el pez y el ancla) y sentirse una comunidad. Ninguno de ellos ha dejado de utilizar el rollo. Sus escritos personales, aun cuando se trate de reflexiones teológicas, los escriben en rollos, así como cualquier texto de carácter no sagrado.

Cuatrocientos años después, gracias a la influencia de Constantino, los cristianos ya habían dejado de ser un grupo marginal y le habían ganado la batalla al politeísmo romano. El liber también había cambiado. El liber quadratus, del que antes se dudaba si podía ser considerado un liber, había ganado la batalla. Había pasado a ser símbolo del poder y ya algunos ciudadanos prominentes habían hecho copiar todos sus rollos en códex, para garantizar la preservación de los textos. Aún así, pasaron todavía siglos antes de que los rollos desaparecieran definitivamente, gracias, en parte a la aparición del papel. El resto ya es historia.

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Escritura rupestre: ¿sistema de signos de 30 000 años de antigüedad?

Son bien conocidas las obras del así llamado arte rupestre: pinturas de eventos, acaso cotidianos, que han permanecido por periodos de hasta 30 000 años en las profundidades de algunas cavernas, principalmente en Europa. El origen de estas pinturas y cómo se realizaron habita en el reino de la especulación: ¿acaso formaban parte de rituales mágicos o iniciáticos? ¿Tenían el propósito de representar la vida ya existente o de crearla a partir de su representación?

Perdidos en estas interrogantes y fascinados por las figuras de bisontes, caballos y cazadores, los arqueólogos habían obviado unos pequeños símbolos abstractos, sencillos en sus trazos, que se encontraban en lugares menos visibles de las cavernas. Durante muchos años estos signos pasaron inadvertidos, hasta que la estudiante Genevieve von Petzinger, de la Universidad de Victoria en la Columbia Británica (Canadá), descubre con asombro que nadie se había tomado la molestia de comparar los signos de cavernas distintas y de sus diferentes periodos de tiempo. Así decidió plantear como su proyecto de maestría (bajo la dirección de April Nowell) la compilación, clasificación y comparación de todos los signos registrados en las cavernas de 146 sitios en Francia, en un período que va desde los 35 000 años hasta hace 10 000 años (25 000 años, en total).

Su descubrimiento fue asombroso: 26 signos, todos dibujados con el mismo estilo, se repiten una y otra vez en numerosos sitios. Más sorprendente aún: algunos aparecen reiteradamente en pares no azarosos y se mantienen sin variaciones durante miles de años.

La constante de estos trazos, los agrupamientos que se repiten en cavernas diferentes y su extraordinaria sencillez son evidencia (quizás la más antigua que tenemos hasta ahora) del desarrollo de signos abstractos que podrían utilizarse para la comunicación escrita, y del pensamiento simbólico que estaría detrás. Si bien estos signos no son figurativos en sí mismos, sí se ve un uso vinculado a las pinturas que sugeriría una escritura pictográfica a la cual era necesario añadirle conceptos abstractos.

Este descubrimiento se une a otros recientes hallazgos que indican la posible existencia de empleo de símbolos abstractos en épocas tan remotas como 75 000 y 100 000 años atrás.

¿Cuán antigua es la escritura? ¿Cuán temprano, en la historia humana, se desarrolló el pensamiento simbólico? ¿Acaso la escritura rupestre solamente se enseñaba, de discípulo a maestro, como parte de un bagaje de conocimiento iniciático y especializado? ¿Era su uso sagrado o profano?

Los hallazgos de esta investigación apenas están en proceso de publicación y, desde luego, sus alcances acaso se vislumbran. Mientras están listos los artículos (y, esperamos, libros) en que podrá leerse el informe pormenorizado, se puede consultar en inglés la noticia publicada por la revista New Scientist. De ahí hemos tomado la mayoría de los datos de este artículo.

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Estilo: uso y abuso de las viñetas

La redacción a veces nos exige el uso de párrafos independientes, ya sea enumerados o no, para dar una lista, una secuencia o una serie de ideas que, por su naturaleza, conviene proporcionar de manera independiente.

En estos casos utilizamos dos recursos tipográficos: el número y signos gráficos no secuenciales, como el guion y el topo (viñeta con forma de cuadrado, rombo o círculo). Usualmente, se utiliza el formato de párrafo francés para darle una disposición gráfica distintiva, que lo hace más fácil de recordar y le otorga una voz propia: lo saca del cuerpo de texto y obliga al lector a realizar una especie de digresión. Se le dice, con los márgenes y con los signos gráficos que acompañan al párrafo, cómo leer esa secuencia de ideas.

Precisamente debido a sus particularidades semióticas, los párrafos con viñetas o enumerados pueden constituir notables herramientas de lectura en obras que los ameriten y justifiquen, como las obras didácticas.

La enumeración es útil y necesaria cuando en efecto se está proporcionando una secuencia que, por sus características y naturaleza, requiere de un orden seriado, como la lista de pasos para elaborar un experimento. En ese sentido es necesario enumerar y, por lo tanto, la elección de párrafos enumerados es la más acertada.

Los topos o viñetas son especialmente útiles cuando se están comunicando ideas sintéticas y se desea expresarlas, gráficamente hablando, de manera independiente, pero formando parte de un conjunto. Ahora bien, este conjunto no requeriría de una enumeración (1, 2, 3) porque sus elementos no corresponden, semánticamente, a un una serie en estricto orden; no hay diferencia entre citar uno primero y otro después, fuera del énfasis que el autor quiera darle a una idea o a otra. Sería el caso, por ejemplo, de una lista de cotejo o un grupo de ejemplos. Se necesita que el estudiante los estudie y comprenda como lista, no como secuencia; y se desea que los tenga a mano como un conjunto, listo para memorizar o para comprender.

No obstante, precisamente por la misma razón que una secuencia de párrafos con viñetas puede resultar extremadamente útil, es necesario utilizarlos con medida y cierto grado de discreción. Un recurso gráfico-semiótico solo cumplirá su propósito si consiste en una interrupción en el discurso o en la mancha tipográfica. En cambio, si la mayor parte del texto que le entregamos al lector está estructurado en la forma de párrafos sueltos, inconexos, llenos de viñetas, se pierde el propósito para el cual serviría distinguirlos. Ya no destacan nada, sino que introducen un elemento de monotonía en un texto sin hilación, un texto-gallina, según lo definimos en un artículo anterior.

De ahí que el autor y el editor deban poner especial cuidado en cuándo utilizar la viñeta y la enumeración como recursos de la textualidad; y cuándo su abuso y sobreabundancia entorpece la lectura y transforma lo que debería ser un libro coherente y bien hilado en una lluvia de ideas inconexas, sin orden, ni sentido.

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