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Solo para bibliófilos: libros bellos a la medida

Quienes predicen el paso a la era digital, también ven el libro como un objeto de culto, una lujosa artesanía, más valiosa cuanto más tradicional sea su confección.

Ese futuro ya ha se ha hecho realidad en el Taller de Encuadernación de Rochwinë Éowinë, la empresa del artista costarricense Luis Carlos Montero Umaña, quien se dedica al arte de la fabricación del buen y viejo libro, el fabricado a mano, el heredado de tiempos anteriores a la imprenta y al iPad.
Según cuenta en su sitio web, aprendió su arte de un cura franciscano español, originario de Toledo, quien también le enseñó caligrafía.

Comenzó por fabricarse sus propios diarios al estilo de antiguos códices, ya fueran con estilo medieval o simulando los lujosos empastes de diversas épocas.

Lo que se inició como una actividad escolar pasó a ser un placer solitario, un hacer-para-uno-mismo. Finalmente llegó a convertirse en actividad de lucro, conforme otras personas descubrieron su arte, así fuera por casualidad o amistad. Hoy el taller Rochwinë Éowinë (nombre obtenido en una mezcla de Sindarin, una de las lenguas inventadas por J.R.R. Tolkien, y anglosajón) acumula una hermosa colección de productos diseñados según las necesidades y caprichos de sus compradores.

Además de la galería en el sitio web, en donde destacan hermosos objetos como el morral del peregrino y los plumines medievales, se le puede seguir a través de Facebook, en donde se ven más productos originales –más que “productos”, verdaderos objetos de culto, libros “bellos” en todo el sentido del término–, como el morral del libro de las sombras.

 

Los veo y pienso que los futurólogos del libro tienen razón: el libro bello, el arte del viejo libro, tardará en desaparecer pero será cada vez más costoso, cuanto más comunes se hagan los iPad, Kindle y toda suerte de artificios tecnológicos para leer.

Estos códices, diarios, morrales y plumas son objetos irresistibles para un bibliófilo o bibliófila, como soy yo misma y como, acaso, lo sea también usted. Ante objetos, tan bellos y artísticamente diseñados, ¿acaso puede uno resistirse?

P. d.: Gracias a Seidy M., otra querida bibliófila, por la dirección e información de este taller. 

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La imbatible tecnología del libro

Todo bibliófilo de corazón debería haber visto alguna vez de su vida un corto humorístico que puede localizarse en YouTube bajo el nombre traducido de “Sistema operativo” (para encontrarlo con subtítulos en español). Por nuestra cercanía al recién celebrado Día del Libro, vale la pena traerlo a este blog, para quienes no lo conozcan y para quienes tengan a bien verlo nuevamente:

Sistema operativo

http://www.youtube.com/v/7mB-rTqQcYg&hl=es_ES&fs=1&

Y lo complementamos con este otro video, realizado por leerestademoda.com, que destaca las ventajas de la tecnología del libro.

Book

http://www.youtube.com/v/iwPj0qgvfIs&hl=es_ES&fs=1&

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Del "libro electrónico" al "libro" a secas

Tal vez fue Marshall McLuhan uno de los primeros en vaticinar el apocalipsis del libro. Desde entonces, ha persistido el temor de que algún día el buen libro de papel muera definitivamente a manos del nuevo libro, el libro electrónico.

Ahora bien, si hacemos un recorrido histórico por los procesos tecnológicos del libro y observamos las etapas y pasos que fueron llevando del predominio de una tecnología a otra, nos daremos cuenta de que se necesita mucho más que una innovación tecnológica para alcanzar la sustitución de la tecnología anterior por la nueva. El cambio es integral, no es estrictamente tecnológico. También existen factores sociales, culturales y hasta simbólicos. Las siguientes son algunas de mis consideraciones sobre el tema:

  1. El libro no solamente es una palabra con un significado o un referente concreto: es un ámbito del discurso desde el cual lo vinculamos a prácticas, costumbres, redes simbólicas, intercambios y esferas de la cotidianidad y de la cultura1.
  2. El cambio tecnológico no ocurre por sí mismo, como resultado exclusivo de las nuevas propiedades físicas del objeto, sino dentro de su esfera del discurso, de la sociedad y de la cultura.
  3. Para que una nueva tecnología pueda reemplazar plenamente a la anterior, debe cubrir las principales necesidades culturales, sociales y simbólicas que la otra ofrecía (incluidas las de carácter emotivo), así como proporcionar algún valor agregado que pueda suponer la preferencia de un objeto sobre el otro.
  4. La sustitución tecnológica no ocurre en el corto plazo, de manera automática ni como resultado de una única innovación2.
  5. Ninguna sustitución tiene por qué ser absoluta. Cabe admitir la posibilidad de usos alternativos para cada tecnología y comportamientos sociales híbridos3.

El códex fue, en otro tiempo, lo mismo que el libro electrónico es ahora para nosotros. Durante mucho tiempo, a los libros que empleaban la tecnología del códice se les daba un nombre distintivo, especial, diferente: liber quadratus (libro cuadrado). Hace más de 1500 años que ya no hemos necesitado hacer ese hincapié a través de la palabra. Para nosotros, de hecho, lo difícil sería imaginar un libro que no sea cuadrado.

Asumiendo que ninguna catástrofe natural obligará a la humanidad a prescindir de la tecnología, es posible suponer que algún día no será necesaria la distinción entre libros electrónicos y libros a secas; puesto que los lectores del futuro no se imaginarán un libro que no sea electrónico. Sin embargo, para que eso pueda llegar a ocurrir, el nuevo libro deberá ser capaz de asumir plenamente toda la herencia simbólica, cultural y arquetípica de su predecesor y, además, ofrecer algo nuevo, algo que lo convierta en un producto par excellence, irrenunciable, sin el que sería imposible leer. Una tecnología, en fin, que ocupe plenamente el lugar del libro en el imaginario colectivo y personal de quienes leen.


1 Una definición clásica del libro sería aquella “que asocia indisolublemente un objeto, un texto y un autor” (Chartier, 2000: p. 19). Los más atrevidos se refieren al libro de maneras un poco más abiertas, por ejemplo, como “práctica”, es decir, “(una colección de actividades sociales, artísticas y económicas) y no un ‘objeto’” (Doctorow, 2004) o como “forma de intercambio” y “modo de temporalidad”, un punto de apoyo que “crea espacio a partir del tiempo” (Hesse, 1998: p. 32). En estos casos, aún así, predomina la idea de que un libro es, esencialmente, un medio y un objeto para comunicar sentidos (los sentidos portados por la escritura en él contenida). En mi tesis de maestría exploré algunos de los muchos objetos y discursos que confluyen en el vórtice discursivo de libro, como el libro-objeto, el libro-texto y el libro-medio de comunicación. Para eso, véase Murillo (2006).
2 Al códex le tomó más de cuatro siglos imponerse al rollo y, aún así, no alcanzó su expresión plena sino hasta mil años después, cuando todos los factores tecnológicos, así como las redes sociales de producción y distribución de sus materiales, habían madurado lo suficiente como para permitir la innovación introducida por la imprenta y dar como resultado el libro en su sentido moderno.
3 Esto podemos verlo en ejemplos tales como la radio. Se temió, en los albores de la era de la televisión, que esta la sustituyera plenamente. En cambio, tenemos usos especializados con audiencias que van de un medio a otro, según sus circunstancias y preferencias. Los únicos medios completamente sustituidos han sido aquellos que, por sus características, caen en la obsolescencia, como es el caso del telégrafo. Incluso la Internet, con su multimedialidad, no ha sustituido a ninguno de los medios de los que ella misma participa (radio, televisión, impresos), sino que se ofrece como alternativa para quienes, por circunstancias especiales, no pueden acceder a los medios tradicionales (por ejemplo, el tico que quiere ver el partido de fútbol transmitido por un canal de televisión costarricense, pero desde Alemania).

Lista de referencias

Chartier, R. (2000). El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII (Traducido por V. Ackerman). Barcelona: Gedisa.

Doctorow, C. (2004), Ebooks: Neither E, Nor Books. Paper for the O’Reilly Emerging Technologies Conference, February 12, 2004, San Diego, CA. Consultado el 14 agosto 2008, en <http://www.craphound.com/ebooksneitherenorbooks.txt>. También se puede consultar la edición en español, trad. de Javier Candeira en el sitio de José Antonio Millán <http://jamillan.com/doctorow.htm>.

Hesse, C. (1998). “Los libros en el tiempo. El Futuro del libro”. En Nunberg, G. (comp.), ¿Esto matará eso? (Traducido por I. Núñez Aréchaga), (pp. 25-40). Buenos Aires: Paidós.

Murillo Fernández, J. (2006). “Todos saben qué es un libro”, o… ¿no? Análisis arqueológico de los discursos del libro desde el (pre)texto de cinco informes finales de encuestas sobre “hábitos de lectura”, Costa Rica, 1979-2004. Tesis de Maestría Académica presentada ante la Maestría en Comunicación de la Universidad de Costa Rica.

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Dos milenios atrás

Año 70, Roma. Un patricio romano quiere añadir la Eneida de Virgilio a su biblioteca personal. Obtiene, en préstamo, un ejemplar y le ordena a su esclavo griego hacer una copia. Sabe que este nuevo liber se escribirá a mano, sobre papiro importado de Egipto. El resultado final será una superficie continua que se enrollará en torno a un umbilicus, es decir, un eje de madera central del cual penderá una etiqueta con el nombre de la obra. Para el patricio romano, este liber o volumen es el liber; es decir, el libro por excelencia. Jamás habría podido concebir la degradación de escribir a Virgilio sobre otro formato. Cualquier otra alternativa habría sido vulgar y absurda.

Este patricio no lo sabe, pero una secta religiosa que se inició en territorio judío ha comenzado a llegar al corazón mismo del imperio. Nombrados a partir de su líder, los cristianos se reúnen de manera clandestina. Sus principales cabecillas viajan de una ciudad a otra esparciendo el mensaje de su fundador y ganando adeptos. Colgando de su cintura, en una bolsa de tela o de cuero, puede verse un códex. Tiene forma cuadrada, y sus páginas se recorren de forma separada. El suyo está fabricado con papiro, debido a su precio menor, a pesar de que es demasiado frágil. Sabe de otros, en cambio, escritos sobre pergamino. Ahí lee únicamente las palabras y dichos de su maestro, así como detalles de su vida. Este códex representa, para él como cristiano, la palabra de Dios que puede llevarse, a través de las montañas y los mares, hasta los nuevos fieles. Al abrirse sus páginas, sin importar si están a puerta cerrada en la casa de un gentilhombre o entre las húmedas paredes de una catacumba, el Cristo se hace presente y su voz puede recrearse nuevamente para seguir llevando su mensaje. El códex diferencia a la suya de otras comunidades religiosas y le da sentido de identidad. Es uno más de los signos que les permite a los cristianos reconocerse unos a otros (como el pez y el ancla) y sentirse una comunidad. Ninguno de ellos ha dejado de utilizar el rollo. Sus escritos personales, aun cuando se trate de reflexiones teológicas, los escriben en rollos, así como cualquier texto de carácter no sagrado.

Cuatrocientos años después, gracias a la influencia de Constantino, los cristianos ya habían dejado de ser un grupo marginal y le habían ganado la batalla al politeísmo romano. El liber también había cambiado. El liber quadratus, del que antes se dudaba si podía ser considerado un liber, había ganado la batalla. Había pasado a ser símbolo del poder y ya algunos ciudadanos prominentes habían hecho copiar todos sus rollos en códex, para garantizar la preservación de los textos. Aún así, pasaron todavía siglos antes de que los rollos desaparecieran definitivamente, gracias, en parte a la aparición del papel. El resto ya es historia.

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El códice: una tecnología del libro

Hablar de “nuevas tecnologías” es una moda de nuestros tiempos modernos. A pesar de la antigüedad de la palabra tecnología, ya nuestro imaginario está muy viciado. Le anteponemos el “nueva” y, de repente, nuestra mente ve pantallas luminosas y toda suerte de aparatos electrónicos. Nuestra imaginación se ha quedado varada en la ilusión de la era digital y obnubila una memoria colectiva más antigua, de innovaciones que se remontan al primer homínido que le encontró un uso inteligente a los huesos roídos de la carroña. Y esto era tecnología y, para la época, muy novedosa, aunque no usara baterías ni tuviera código binario.

Las tecnologías del libro mutaron muchas veces antes de alcanzar su forma moderna. El códice fue quizás la más exitosa de esas mutaciones. El concepto fue revolucionario: las páginas dobladas (y luego cortadas) en forma rectangular permitían saltar hasta cualquier parte del texto, sin obligar a una lectura estrictamente lineal o integral; era portátil (se podía llevar atado al cinto o en una pequeña bolsa); era más fácil de almacenar y se podía leer en soledad. La era de la imprenta además introdujo la posibilidad de reproducir cientos, luego miles de copias de un ejemplar único y, con ello, el libro “literalizó” la cotidianidad.

Todavía hoy, el códice tradicional de papel se resiste a desaparecer por tratarse de una tecnología llena de ventajas: no emite gases contaminantes, no requiere de una fuente de energía para funcionar, es posible hacer marcas a voluntad y recuperar lo leído en cualquier momento, se puede comparar sin problemas un libro con otro y hasta pasar de mano en mano sin costo adicional.

Otras ventajas técnicas: su licencia de uso es vitalicia (o al menos, vitalicia en relación con la existencia útil del libro que, a menudo, excede por mucho el periodo vital de sus primeros compradores), no está limitada a un número finito de usuarios, sobrevive los vertiginosos cambios tecnológicos de la era electrónica (en otras palabras, no es necesario pasar de formatos obsoletos a los nuevos programas de lectura de textos) y tienta poco a los ladrones callejeros, deslumbrados y distraídos por los teléfonos de última generación y las computadoras portátiles.

Los detractores del añejo códice arguyen los problemas de almacenamiento físico, la destrucción de árboles para la producción de celulosa, la contaminación producida por la industria de papel y los altos costos ambientales y monetarios del traslado de un libro desde el lugar en que se imprime hasta las manos de su lector final. Es el costo de la producción física frente a la efímera existencia electrónica, a la merced del cambio permanente y de la inmanifestación material; una industria que tampoco es inocente en su cuota de destrucción medioambiental.

Aun cuando intuyamos que la sustitución del códice de papel es inminente, vale la pena darle su justo lugar en la historia humana como la tecnología que realmente es. La era electrónica apenas ocupa parte del último siglo de la evolución humana; el códice, en cambio, ya tiene dos milenios entre nosotros y, por ahora, sigue estando aquí, sin señas claras de desaparecer pronto.

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