El pasado miércoles 27 de enero, Apple presentó al mundo su nuevo iPad. Para la gran mayoría de las personas, fue una sorpresa que se filtró en las noticias de las grandes cadenas. Para la comunidad de seguidores de Apple y las nuevas tecnologías, fue el final de una espera de varios años, llena de especulaciones, pequeñas pistas, información filtrada y, sobre todo, muchos deseos de ver la nueva y ultrasecreta creación de Apple.
Muchos han calificado el nuevo iPad de «iPhone gigante» o «iPhone con esteroides», no sin algo de razón, porque sigue los mismos principios y diseño de su primo mayor (en edad). Hay quejas debido a la ausencia de una cámara integrada de video, el soporte para animaciones flash, a la carencia de capacidad multitasking o correr varios programas al mismo tiempo y, en mi caso, el tamaño de la memoria integrada (por mi experiencia con mi lector mp3, 16 a 32 gigas apenas alcanzan para lo indispensable). Hasta ahí los inconvenientes; porque en el resto de su propuesta, este producto es broche de oro para cerrar esta primera década del siglo XXI.
El iPad es el primer e-reader (lector de libros electrónicos) que cumple con todos los requisitos que, en mi opinión, tendrían el potencial para hacer un cambio masivo hacia la lectura de libros en dispositivos electrónicos, de la misma manera que el iPod cambió la manera de escuchar música, años atrás.
En un artículo sobre el tema de los libros electrónicos, que escribí un par de años atrás, luego de hacer una extensa revisión de todos los dispositivos disponibles en ese momento (Sony Reader, Kindle, iLiad, etc.), llegaba a la conclusión de que ninguno de ellos tenía la capacidad de revolucionar la experiencia de lectura con la suficiente potencia para rediseñar el mercado editorial. ¿Por qué me atrevía a hacer esta afirmación? Mi lógica es sencilla: la experiencia de lectura es la clave. Mientras leer un libro de papel sea, en todos los sentidos, una experiencia más cómoda, práctica, divertida y barata que leerlo en formato electrónico, no habrá manera de reemplazar el códice de papel como tecnología por excelencia del libro.
Los e-reader que nos ha proporcionado la industria hasta el momento, aun cuando han logrado encantar a sus privilegiados compradores, tenían problemas desde el punto de vista de la experiencia de lectura. Quizá los más evidentes eran el color y la salida visual: todo en blanco y negro, con un diseño que podía ir de lo paupérrimo a lo medianamente agradable, con opciones limitadas para la selección de tipografías y cambio de tamaño, con pocas o ninguna fotografía…, en fin, una serie de detalles que hacían abismal la diferencia entre un e-reader y un libro.
En relación con la tecnología en sí, había todavía detalles sin resolver: la babel de formatos, la incapacidad para mostrar archivos PDF en tamaño completo (dada la gran cantidad de libros en PDF que circulan en tamaños carta y A4), la navegación e interfaz del propio aparato (desde botones, como el Kindle, hasta pantallas parcialmente táctiles que solo respondían a un «lapicero» especial). Cualquier operación de lectura requería de varios pasos para acciones que en el libro de papel son automáticas, como darle la vuelta al libro (para ver una fotografía horizontal, por ejemplo) o, lo principal en la lectura de libros, pasar la página.
Otro inconveniente, a mi parecer, de los e-reader de esa primera generación (como podríamos llamarlos ahora) es el costo versus las capacidades del aparato. El precio mínimo que debe pagar el consumidor por un lector de estos es de $300 y puede alcanzar los $700, para un aparato con almacenamiento limitado, procesadores matemáticos lentos y, sobre todo, su única funcionalidad: leer libros. Un e-reader no puede hacer nada más que eso. Esto obliga al lector a llevar en su mochila un kit que, al final de cuentas, sale caro, es incómodo y hasta pesado para su espalda: una agenda electrónica (como el Palm), un lector mp3, una notebook y un e-reader. El iPad tiene el potencial para reemplazar a los cuatro; esta sustitución será inminente cuando, en algunos años, la memoria interna y la conectividad de puertos sea mejorada y llevada un paso más lejos.
Así, el iPad finalmente hace aquello que lectores empedernidos y usuarios de nuevas tecnologías, como yo, hemos soñado en un e-reader: un producto capaz de resolver todas nuestras necesidades de uso cuando estamos fuera de casa y lejos de nuestra computadora principal, y, al mismo tiempo, proporcionar una experiencia de lectura que sí pueda competir con la deliciosa sensación de leer un libro.
Así, el iPad, además de tener la interfaz de lectura de libros electrónicos más rica, elegante y estéticamente bien resuelta que se ha sacado al mercado hasta ahora, permite navegar en internet, escuchar música, ver películas, administrar agendas, correr cualquier aplicación de las varias decenas de miles ya disponibles en la tienda de Apple y, una de mis favoritas, tomar notas y escribir documentos de texto con un teclado virtual casi de tamaño real. ¿No es un sueño hecho realidad? Y si esto fuera poco, el iPad me permite entretenerme de muchas maneras: cientos de miles de juegos; aplicaciones para dibujar, literalmente, con los dedos y cualquier otra funcionalidad que algún programador haya querido añadirle al aparato por la vía de la creatividad informática.
En resumen, este es el nuevo gadget de mi lista de deseos y, por primera vez en este siglo, el primero con la capacidad de transformar la experiencia cotidiana de lectura y, con ella, la industria editorial completa.