Archivo mensual: enero 2012

Apple y los libros de texto

Las noticias de instituciones educativas utilizando iPads comenzaron a proliferar desde sus primeros meses en el mercado. Al principio eran solamente grupos de estudiantes o “clases”. A estos grupos piloto les siguieron instituciones educativas que optaron por entregar iPads a todos sus estudiantes. Hoy Apple anuncia más de un millón y medio de usuarios de instituciones educativas. Esta cifra es sorprendente y da cuentas de un mercado ya no tan incipiente como un año atrás. Si este mercado había logrado crecer por sí mismo, el empujón que ha recibido el día de hoy podría catapultarlo de manera definitiva. Todo esto dentro de Estados Unidos, por supuesto.

En nuestro mercado de lengua española, el panorama es menos alentador. La industria editorial hispanoamericana ha hecho todo lo posible por no incursionar en la edición digital y es con mucha reserva que las grandes editoriales van creando sus departamentos de libros electrónicos. Y si bien el iPad se ha convertido cada vez en un objeto más común, todavía tiene un precio alto para muchas personas, según nuestro medio y el ingreso per cápita de nuestros países.

Apple con su más reciente anuncio ha dado un paso más allá: ha rediseñado la applicación de iPad iBooks para un tipo de libro distinto del que es posible con el formato .epub. La única plataforma similar, hasta el momento, era Inkling, ya con un gran avance en este campo.

Pero lo que realmente me ha quitado el aliento del anuncio de Apple es el nuevo programa para Mac iBook Author (Autor de iBook). Con esta aplicación alevosamente gratuita, Apple quiere poner la autoedición en las manos de los usuarios. “Queremos poner los libros de texto en las manos de los estudiantes y de los docentes”, declaran. Pero hay quienes ya estamos haciendo otros planes.

El diseño de libros digitales, el verdadero diseño de libros digitales, todavía es algo distante del usuario común. Ciertamente es posible pasar cualquier documento en formato texto a .epub gracias a programas gratuitos y de código abierto como Calibre. Pero si se quiere incursionar en algo más profesional, hay que acudir a otras soluciones costosas y prohibitivas, como el Adobe InDesign 5.5. Con este nuevo impulso proporcionado por Apple, llega la autopublicación de otro tipo de libro: el libro interactivo, ilustrado, bello. El nuevo libro de la era digital.

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El valor de la originalidad en la era de internet

La información prolifera hoy como nunca antes. En mis tiempos de estudiante, plagiar era más difícil, aunque era práctica común. Cerca de la universidad había una profesión hoy desaparecida: el digitador. Era una persona que pasaba a un procesador de textos en computadora cualquier documento manuscrito o mecanografiado, sin hacer preguntas ni juzgar el material. En una época en la que las computadoras era un lujo y un privilegio, era muy frecuente ver estudiantes en vísperas de entregas corriendo para pasar en limpio sus trabajos. Pero no todos eran documentos originales: llegué a ver muchos armados a partir de recortes: fotocopias de libros de muy diversas fuentes, recortadas, pegadas con goma o cinta adhesiva, y tachadas las palabras que debían corregirse para darle a aquello sentido. Y de esta manera, de la forma más campante, se plagiaba a diestra y siniestra sin que hubiese mucha consciencia sobre el acto delictivo cometido.

No alabo tales prácticas, pero al menos se copiaba de textos académicos, libros reales, impresos en papel, muchos de ellos de excelente calidad. El solo hecho de buscar los libros, leerlos a consciencia para extraer los mejores párrafos y hacer el esfuerzo de armarlos juntos era, en sí, un esfuerzo mayor del que se necesita ahora.

En la actualidad, se acude a las fuentes disponibles en la internet —no siempre las más profundas o pertinentes— y se emplea el método digital de copiar y pegar, sin mayor interiorización. El delito último sigue siendo el mismo: hacer pasar como propias las palabras ajenas y, por encima de todo, denominar a esto “investigación” y hasta “escritura”.

Quienes tenemos cierto olfato y una memoria decente, podemos detectar rápidamente un plagio con solo analizar el estilo de escritura, la selección de vocablos y hasta los cambios de un párrafo a otro. Aun así, en mi caso, al menos, no me fío solo del olfato: empleo también los medios que la propia internet proporciona. Si se ha copiado de internet, ahí está, y herramientas como el Safe Assign o hasta una búsqueda superflua en Google sirven para detectar la evidencia del delito en cuestión de minutos.

¿Y qué pasa con lo que se ha copiado de libros impresos, físicos, no subidos a la red? No se confíe. Un editor o docente especialista en su campo bien puede haber leído ese libro alguna vez. Conozco casos reales en los que el plagio ha sido detectado de esa manera: una campanita resuena en la mente de quien está leyendo y, tras varios días de estar preguntándose dónde había leído eso antes, el nombre del libro original regresa a la memoria y basta obtenerlo en alguna biblioteca para confirmar la sospecha.

Y una vez que una persona detecta aunque sea un párrafo plagiado, todo lo demás entra inmediatamente a ser objeto de duda. ¿Habrá sido plagiado también? ¿Cuánto de todo lo entregado es original?

Para una editorial, el plagio es un problema grave. Puede llevar a demandas millonarias y obligar a retirar del mercado todos los ejemplares problemáticos. Si además sumamos las horas laborales remuneradas de los equipos de edición, corrección y diseño invertidas en un libro que deberá sacarse de circulación, la deuda de un autor que haya incurrido en plagio es imperdonable. A nivel material, las pérdidas son cuantiosas. A nivel moral, son incalculables: el buen nombre de una editorial puede verse manchado para siempre; de la misma manera que el de la persona responsable por haber incurrido en el plagio.

¿Qué editorial contrataría a una persona cuyo nombre haya sido manchado por el plagio comprobado? Ninguna. No vale la pena el riesgo.

Por esa razón, la originalidad y la honestidad en la escritura son valores más actuales que nunca. Cuanto más fácil sea copiar y pegar, más valioso será el texto nacido directamente de quien lo escribe, aun cuando esté plagado de errores, aun cuando haya mucho trabajo de refinamiento pendiente, aún cuando sea siempre un texto perfectible. El oficio hay que aprenderlo, no hay atajos. Y el atajo del plagio puede llevar a la ruina total y a tener que renunciar, para siempre, a la pasión de escribir y a la aspiración de publicar.

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Bloguear desde el iPad

El iPad se ha ido convirtiendo en una herramienta cada vez más completa y poderosa. Mi experiencia con el iPad para bloguear (verbo perfectamente admisible en lengua castellana), ha progresado lentamente también. 

Al principio, no me atrevía a publicar desde aquí; tal vez escribía el borrador de un artículo en MacJournal de iPad, lo sincronizaba con MacJournal de Mac, lo terminaba de arreglar y, desde ahí, lo enviaba. Pero el MacJournal del iPad (cursivas y negritas aparte), también puede ser configurado para comunicarse directamente con el blog de WordPress. Así que tras las primeras semanas de duda, la necesidad siempre es más fuerte, y alguno que otro artículo subió a Nisaba directamente desde el iPad.

El día de hoy, con mi computadora en el taller, y la necesidad imperiosa de poner este blog al día, el iPad es mi única herramienta para publicar. Por lo tanto, debo resolver todos los problemas técnicos desde aquí.


Dónde escribir

El primer paso es cuál app emplear para escribir. Desde hace dos años, he gestionado todos mis blogs con MacJournal. Aquí tengo los archivos, con la fecha automática y con la posibilidad de incluir imágenes en el texto (al menos la versión de Mac). Dado que el MacJournal de iPad sincroniza sin dificultad alguna con su gemelo de Mac, este es el lugar ideal para seguir escribiendo y tenerlo todo bien almacenado. La interfaz de la app de iPad no es particularmente atractiva, pero funciona (sobre todo si se gira el iPad y se pone en posición vertical. Tengo conteo de palabras a la vista y hasta puedo añadir etiquetas. El problema aquí son las cursivas y negritas.


Cómo añadir formato

Si el artículo no lleva una sola negrita, cursiva o imagen, se puede publicar directamente desde MacJournal. Pero eso rara vez ocurre. Por lo tanto, sería necesario cumplir otros pasos. Se tienen dos opciones: a) se publica primero y se corrige después; b) se emplea una app para dar formato y se publica desde ahí.

Si se elige publicar desde MacJournal, el texto puede ser modificado desde el Safari, a través de la interfaz web de WordPress o bien desde la app de WordPress para iPad.

Pero si se desea mejorar el artículo y publicarlo de manera más profesional desde el principio, una herramienta favorita de los blogueros es Blogsy, una app de pago ($4.99) con sendas herramientas para diseñar el artículo.

Hace unos días lo compré, pero hasta hoy lo estoy poniendo a prueba precisamente con este artículo. Esta app, que encontré recomendada por otro bloguero, es muy completa y, para quienes tengan la virtud de manejarlo, incluso permite editar el código HTML.

Ya sea desde Blogsy o desde la app gratuita de WordPress, o incluso desde Safari, sin duda ya es posible bloguear desde un iPad sin tener computadora a mano. ¿Acaso es verdad que ha llegado la era post-PC?

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Los títulos no llevan punto

Un error frecuente en toda clase de documentos es el uso de punto final en los títulos de un escrito. Por título no solo me refiero al nombre de una publicación o artículo, también a esas oraciones o sintagmas que encabezan apartados y subapartados dentro de un capítulo u obra.

Los títulos y subtítulos a menudo se distinguen del texto principal por sus atributos tipográficos: letras de mayor tamaño (cuerpo), de estilo diverso (cursiva, negrita, versal, versalita) y, en algunos casos, de otra familia tipográfica.

En las obras académicas, los títulos cumplen una función indispensable: organizan la información, crean anclas de lectura, ayudan a seguir la lógica del discurso, sirven como guía en el proceso interpretativo (el esfuerzo cognitivo consciente por apropiarse del texto) y son un excelente instrumento para regresar al texto en la relectura. Los títulos sirven a un propósito antes, durante y después de leer. Y si el propósito del libro es enseñar, también tienen una función durante las etapas de repasar, aprender y comprobar lo aprendido.

Para contribuir a tener libros ordenados y títulos uniformes, también es necesario considerar algunas reglas ortotipográficas:

  1. Todos los titulares se escriben con letras altas y bajas. Es decir, se usan únicamente las mayúsculas que nuestra lengua admite según sus reglas ortográficas, como los nombres propios, pero no se emplean otras mayúsculas. Es incorrecto escribir todas las palabras del título con mayúscula inicial.
  2. Ningún titular lleva punto final. En mi opinión, es un error a veces generado por la ultracorrección: creemos que el título es una oración completa, pero en realidad no lo es. El punto final lo afea, lo vuelve pesado y lo distancia del texto que caracteriza.
  3. Si el título los necesita, sí se emplearán otros signos ortográficos, como la coma y los signos de admiración e interrogación. La única excepción a esta regla la hacen las oraciones interrogativas que parecen una pregunta pero en realidad no lo son: su función es la de describir el texto que les sigue, no de interpelar directamente a quien lee. En tal caso, se podrá prescindir de los signos de interrogación.

Si los títulos forman parte de su escritura (ya sea una tesis, una publicación académica o un ensayo), recuerde estas sencillas reglas. Así, cuando remita su trabajo a la editorial o a su equipo de revisión, le agradecerán un texto más limpio y con una apariencia más profesional. Además de cumplir con las normas y ahorrar tiempo y recursos durante el proceso de edición, usted estará emitiendo otro mensaje más sutil: que conoce su oficio.

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La escritura no es un pasatiempo

Nunca falta una oportunidad para decir por ahí cuál es nuestra lista de pasatiempos: esas actividades informales, realizadas por puro gozo fuera de las jornadas laborales, sin ninguna estructura u obligación.

Durante muchos años, sobre todo aquellos de infancia y adolescencia, con mucho orgullo decía que escribir era mi pasatiempo.

Unos años más a cuestas me han hecho cambiar mi opinión. Ahora, cuando alguien me hace esa pregunta, mis verdaderas estrategias para el ocio son más reales y más honestas: jugar, comer bien, ver televisión, ir al cine, tomar fotografías… Sin duda así gasto muchas de mis horas de ocio. Pero ¿escribir?… ¡no! Escribir ya no es un pasatiempo.

Escribir es una labor cotidiana, es mi pan de cada día, mi fuerza laboral diurna y nocturna, mi principal actividad. No siempre es remunerada, y si la realizo fuera de mi tiempo laboral, siempre es libre y es mía. Pero ya no es un “pasatiempo” porque es algo que me tomo en serio. Esa es una de las delgadas líneas que nos llevan del estado de amateur al de profesional.

Por esa razón, a pesar de mis planes y hasta buenas intenciones declaradas en este blog, este año he dedicado mi tiempo de vacaciones al ocio y no he escrito absolutamente nada. Nisaba ha visto esta ausencia: un vacío producido por la necesidad de recargar baterías, reparar los daños físicos del año anterior y sanar. Viene el tiempo de compensación, el bombardeo de artículos, el recuperar de mis archivos todo lo que encuentre para llenar de actividad este rincón.

¡Que comience el nuevo año! ¡A escribir!

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