A menudo se encuentran textos académicos –incluso artículos publicados y libros– en donde los autores creen, erróneamente, que el empleo del recurso de la paráfrasis los exime de proporcionar referencias bibliográficas precisas y exactas.
Por referencias “precisas” me refiero a hacer explícito el número de página, párrafo o sección (según corresponda) de la obra parafraseada.
¿Por qué se necesita el número de página?
El mundo académico presiona mucho a sus escritores (estudiantes, docentes, investigadores) para fundamentar sus publicaciones a partir de otras obras académicas. Esta presión puede alcanzar niveles ridículos, como juzgar un texto por la extensión de su lista de referencias (sin importar su calidad y coherencia), o forzar a citar constantemente las “vacas sagradas” de algún campo del saber con el único fin de teñir de autoridad las propias publicaciones.
El resultado de estas poco saludables actitudes es que la paráfrasis puede emplearse como un recurso para encubrir las carencias académicas del propio texto a través de la tergiversación, distorsión y hasta falsificación del pensamiento ajeno. En consecuencia, se ponen en boca de otros afirmaciones, definiciones y hasta conceptos que esos autores jamás soñaron con enunciar de esa manera.
Por lo tanto, la única forma de comprobar la veracidad, exactitud y pertinencia de la paráfrasis es confrontando el texto con su fuente. Cuando llegamos a este punto, nos damos cuenta de que se necesita algo más que el año y el autor para poder situar la fuente de una paráfrasis.
Así, aunque nos estemos apropiando del texto ajeno, si estamos parafraseando una afirmación puntual, una conclusión, un concepto o simplemente resumiendo una parte de la obra, siempre debemos indicar de dónde, en el maremágnum que puede ser un libro, se encuentran las palabras en donde yo afirmo que el otro dice tal cosa.
Ejemplo:
El acadio tuppu origina el latín tabula ‘tabla, tablón’, ‘tablón de anuncios’, ‘lista, registro’, ‘tableta para escribir’, que produce el castellano tabla. En sumerio se tiene dub ‘tabla’ y dubsar ‘escritor de tabletas’. El tuppu mesopotámico era generalmente una pequeña plancha de arcilla, plana o ligeramente abombada, secada al sol u horneada, usualmente en forma rectangular, aunque se han encontrado algunas redondas y oblongas; además se fabricaban figuras tridimensionales con forma de conos, cilindros y prismas huecos de entre seis y diez caras (cada cara equivaldría a una página) (Escolar, 1986: 49-50).
¿Cuándo no se necesita incluir el número de página?
Existe un tipo de paráfrasis que está eximida de toda culpa. Veamos, por ejemplo, la construcción de un estado de la cuestión. El propósito del estado de la cuestión es hacer un sumario, preferiblemente sucinto y al grano, de las principales investigaciones en un campo. Es muy frecuente que solo se proporcione un resumen brevísimo sobre el tema tratado por uno o varios autores en alguna de sus obras.
Ejemplo:
De forma paralela y completamente independiente de los estudios sobre historia del libro, se desarrolló en el siglo XX toda una tradición de estudios sobre las transformaciones culturales suscitadas por el paso de la oralidad a la escritura como estrategias sociales de comunicación, transmisión de información y formación de consciencia.
En este campo hubo importantes pioneros, como Milman Parry que publica sus estudios sobre el hexámetro homérico en 1930. Sin embargo las figuras más destacadas son Erick A. Havelock (1986), Jacques Derrida (1967), Jack Goody e Ian Watt (1968) y Walter Ong (1982), quienes fueron pioneros del estudio del impacto de la escritura sobre las sociedades, las culturas y la consciencia de las personas. Los estudios más recientes de David R. Olson (1994) y Roy Harris (1995) hacen una revisión de las investigaciones previas y llevan el análisis un poco más lejos, cuestionando algunas de las premisas originales y ampliando otras con hipótesis novedosas. En este campo, Adolfo Colombres (1997) merece una mención por tratarse de un latinoamericano interesado en el tema del paso de la oralidad a la escritura.
¿Qué dicen los manuales de estilo bibliográfico?
A este respecto, el manual de la APA es muy claro en su apartado 6.04, de la sexta edición: “Al parafrasear o referirse a una idea contenida en otro trabajo, se aconseja indicar un número de página o párrafo, en especial cuando esto ayude a un lector interesado a ubicar el fragmento relevante en un texto largo y complejo” (2010: 171).
La decimosexta edición del manual de Chicago, uno de mis favoritos, indica que la ética, las leyes de derechos de autor y la cortesía con los lectores son las principales razones para que las citas directas, las paráfrasis y cualquier hecho u opinión difícil de confirmar incluyan información suficiente para dirigir a los lectores hasta la fuente consultada, sin importar si se encuentran en forma física o electrónica (2010: §14.1). Y esto, agregan, debe ser un lineamiento para cualquier estilo bibliográfico que se esté siguiendo, ya sea autor-año o notas al pie.
En síntesis
El número de página en la mayoría de las paráfrasis es tan necesario e indispensable como en las citas textuales. Incluso si se está en el campo de la edición académica, este dato les sirve a los editores y especialistas de contenido para confirmar las afirmaciones del texto supuestamente fundamentadas en autoridades académicas.
Por lo tanto, aunque los manuales de estilo lo indiquen como una “recomendación”, este carácter no obligatorio no exime al escritor académico de cumplir su deber con los lectores en la precisión de las referencias bibliográficas que sustentan su texto. Por eso, de ahora en adelante, usted también, cuando haga paráfrasis, cuídese de anotar el número de página y hacerle la vida más placentera y veraz a sus lectores.