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Esa palabra no está en el diccionario…

“Esa palabra no está en el diccionario; por lo tanto, no existe”. Los especialistas en lengua escuchamos esta expresión a menudo.

El usuario común con frecuencia emplea el diccionario como la máxima fuente de autoridad para decidir cuáles vocablos “existen” o no en nuestra lengua. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo todo diccionario tiene muchos paralelos con el libro que en nuestro imaginario colectivo es la representación arquetípica de la autoridad: la Biblia. Para un usuario común, el diccionario se muestra como una obra anónima (nadie sabe quién lo hizo en verdad, bien podría haber sido Dios), circula entre nosotros desde hace siglos, es tan voluminoso como una biblia y tiene el respaldo de un órgano supremo de autoridad que es la fuente de la ley (para la Biblia, Dios; para el diccionario, la Real Academia).

Pero la realidad de la lengua es otra: cientos de palabras ven la luz diariamente entre los más de cuatrocientos millones de hablantes de español alrededor del mundo. La vida, las tecnologías, las necesidades de comunicación… todo cambia. Las palabras también necesitan adaptarse a la vida; no pueden quedarse rezagadas en describir un mundo desaparecido hace siglos mientras hay personas vivas, aquí y ahora, tratando de hacerse entender entre ellas.

Para que una palabra vea la luz y permanezca en la lengua, debe reunir al menos tres condiciones no obligatorias ni exclusivas:

  1. Derivar naturalmente de las reglas de formación de palabras en su lengua. Los morfemas (esas pequeñas partículas que se adhieren a los núcleos semánticos de las palabras) son modificadores versátiles y utilísimos. Así, un sustantivo se toma en préstamo de otra lengua, como blog, y pronto los usuarios se ven en la necesidad de crear un verbo para describir la acción de publicar artículos en blogs: bloguear.
  2. Ser adoptada por un número significativo de hablantes. A veces es difícil rastrear quién fue el primero en usar una palabra. Quizás no fue una sola persona, sino muchas a la vez; porque las palabras se crean según una lógica coherente. Pero cuando el uso de un vocablo se ha extendido lo suficiente, adquiere identidad y se filtra en el hablar por derecho propio. Por “número significativo” no me refiero a un grupo de académicos en los corrillos de una pequeña universidad y todos sus desafortunados estudiantes, o a los integrantes de algún grupo suburbano. Me refiero a masas de hablantes, a una palabra empleada cientos de miles de veces sin cuestionamiento, a algo que deja de “sonar mal” y pasa a ser algo que “se dice así”.
  3. Tener difusión en el espacio y en el tiempo. Si las palabras no encuentran hablantes nuevos para seguir siendo enunciadas, su vida puede ser efímera, quizás hasta desaparezcan antes de ser registradas por un diccionario. Por eso, tantos escritores tienen éxito en inventar palabras: si sus obras se difunden (ya sean best sellers o long sellers), sus neologismos se difunden con ellas. Isaac Asimov contaba entre sus méritos haber acuñado el término robótica.

Solo cuando una palabra ha sobrevivido estas tres condiciones, la última especialmente, puede ser que se abra paso hasta la pluma de algún lexicógrafo (los especialistas en el estudio del léxico; es decir, de las palabras) e ingrese en la próxima edición de algún diccionario.

Por esa razón, cuando un científico de la lengua toma el diccionario para buscar una palabra, no dice “esta palabra no existe”, sino “esa palabra no ha sido registrada en este diccionario”.

Y es que no existe tal cosa como el Diccionario (con mayúscula, un diccionario total) en donde esté registrada la Lengua (también con mayúscula, como si fuese una entidad universal y divina). Nuestros diccionarios son la obra minuciosa de hombres y mujeres que pacientemente bucean en toda clase de fuentes orales y escritas en su cacería de palabras “nuevas”, todavía no registradas. Aunque las primeras versiones de un diccionario pueden ser hijas de una sola alma dedicada, como el célebre diccionario de María Moliner, con el tiempo pasan a formar parte de la herencia cultural y quedan bajo el cuidado de equipos de personas que cambian con los años y se suceden unas a otras.

Los diccionarios académicos –es decir, los diccionarios bajo el cuidado y la autoridad de una academia de la lengua– son los más conservadores de todos: el ingreso de palabras nuevas puede tomar décadas y la salida de palabras obsoletas toma siglos. De ahí que estas obras, aun cuando ostenten la máxima “autoridad” en el mundo de los diccionarios, son también las menos confiables para afirmar si una palabra “existe” o no en una lengua.

¿Qué hacer entonces si la palabra no aparece en el diccionario de la Real Academia? En mi caso, suelo hacer lo siguiente, en este orden:

  1. Consulto diccionarios de uso: Diccionario de María Moliner (Gredos), Diccionario de uso del español de América y España (Vox) y Diccionario de uso del español actual Clave (SM).
  2. Si la palabra no aparece, consulto los corpus de la lengua: grandes bases de datos que reúnen palabras en su contexto. Tienen el inconveniente de estar limitados a las posibilidades del equipo de investigadores que los mantienen y a la actualización de las fuentes que empleen. Hay tres muy útiles y en línea: el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), ambos de la Real Academia Española, y el Corpus del Español de Mark Davies.
  3. Si aún así no aparece, utilizo Google y empleo mi mejor criterio para interpretar la información estadística de este buscador. Hay que descartar la aparición de vocablos similares pero no idénticos, el uso del vocablo bajo acepciones distintas a la usada en el manuscrito y el uso del vocablo en contexto. No basta con decir “hay tantas apariciones” y dar esto como dato final.
  4. Y si aún así no aparece… hay que acudir a los métodos del investigador minucioso: buscar hablantes, entrevistar gente, tratar de averiguar qué significa y cómo se usa… La imaginación es el límite para el investigador insaciable.

Al final del día, el objetivo del corrector será determinar si esa palabra extraña y ajena a sus oídos –que ha emergido en el borrador de una obra con aspiraciones de publicación– realmente existe fuera del manuscrito y es, en efecto, una palabra viva, nueva, lista para darse su lugar en el mundo escrito. Solo pasadas las pruebas, se podrá afirmar con certeza cuáles palabras deberán corregirse sin misericordia: las que sí son deformaciones hijas de la ignorancia y de la pereza por averiguar cuál era la mejor manera de expresarse en la lengua de uno.

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¿Por qué se necesita la norma editorial?

La nueva ortografía del español ha levantado mucha polémica. La solución, fortuita o no, ha sido echar lo que a los oídos de un audiencia acostumbrada a seguir órdenes ha sonado como un balde de agua fría: la norma es opcional. Cada hablante decidirá si la sigue o no.

Esto ha dejado a muchos en la incertidumbre: “¿Cómo puede ser opcional una regla? ¿Y ahora cómo se hacen las cosas?”. Cuando la adecuada reflexión no acompaña esta clase de afirmaciones, se corre el riesgo del caos. Si ninguna regla es “obligatoria”, ¿para qué estudiar gramática? ¿Para qué hacer el esfuerzo de aplicar un estándar? ¿Para qué necesito conocer la diferencia entre un adjetivo y un pronombre, si de todas maneras importa poco la forma en que los escriba? Y si ahora todo es correcto, ¿por qué la editorial me pide que haga las cosas de una cierta manera…?

La ortografía y las normas gramaticales son un instrumento necesario para garantizar la comunicación. No escribimos para nosotros; escribimos porque tenemos la necesidad de comunicar algo: tenemos algo que decir y no es suficiente gritarlo al viento y conformarse con su desvanecimiento en el aire. Las palabras emitidas a través de la oralidad son efímeras y bellas en su trágica e inevitable desaparición y en los límites de su alcance. La voz llega hasta donde llegue el sonido. La onda expansiva tiene un final. Y aun cuando la tecnología de las comunicaciones ha cambiado esta condición, igual desaparecen una vez finalizada la transmisión. Por eso escribimos. Por eso sentimos la necesidad de dejar, literalmente, una marca en el mundo. Una huella tangible y visible cuya permanencia se extienda más allá de nuestro periodo vital. La escritura es un medio para mantener la ilusión física de la eternidad…

Un lugar común, nada nuevo digo, excepto traer la atención sobre el hecho incuestionable de que escribo para ser leído por otro, por alguien distinto a mí. ¿Y cuáles son las consecuencias de este hecho desde el punto de vista editorial? Si quien lee el texto carece del código para descifrarlo, el acto mismo de la lectura es imposible. Y aun las palabras más bellas escritas en piedra se desvanecerán y perecerán en la sombra de los tiempos, si se convierten en signos sin código, en formas sin contenido.

La norma editorial se encarga de mantener un código estable, común y difundido entre todos los lectores para garantizar el acceso a los contenidos del texto. La ortografía, la ortotipografía e incluso la gramática son instrumentos para mantener la estabilidad de los signos gráficos que hacen posible la comunicación textual. La gramática también existe en la oralidad: las oraciones tienen sintaxis, la posición de las palabras contribuye a desentrañar su significado.

En el texto escrito la sintaxis y la morfología por sí mismas son insuficientes; necesitan de signos gráficos que las hagan evidentes y reproduzcan apenas algunas de las variaciones significantes de la voz. Por ejemplo, ¿cómo se escriben un tono, un énfasis, una pausa? Un ejemplo típico del español es la tilde: un signo gráfico modificador (ni siquiera alcanza el estatus de letra) para indicar una diferencia en la entonación. Ni hablar de los gestos, totalmente ausentes del texto escrito, si no es mediante la descripción.

Una editorial, cualquiera que sea su especialidad, es una empresa de comunicación cuya finalidad principal es publicar textos escritos que serán difundidos entre una amplia audiencia. El tiraje mínimo es de 500 ejemplares (aunque ya se hacen tirajes aún menores) y un best seller puede llegar a vender millones de copias, no solo en el pináculo de su éxito sino a lo largo del tiempo (long seller). Y cada copia, ya lo sabemos, pasará por muchas manos en su larga vida, que puede alcanzar siglos.

En consideración a esos lectores incontables redactamos, seguimos y aplicamos las normas editoriales. No nos motiva el interés de estar constantemente dictando órdenes y creando reglas. Nos interesa mantener un código generalizado y ampliamente difundido que garantice el éxito del acto de lectura. Nuestros libros se publican para ser leídos y esa es razón suficiente para hacer el máximo esfuerzo por publicar textos legibles y comprensibles por toda la audiencia. Esa es la función de la norma.

Así, la nueva ortografía de la Real Academia Española y las Academias Americanas es opcional; pero las editoriales seguirán necesitando sus estándares de publicación y esos, para los colaboradores de esas editoriales, no son opcionales: son un gesto de amor y un acto de responsabilidad hacia sus lectores.

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Lineamientos para la corrección de estilo

La corrección de estilo es una labor técnica de paciencia, precisión y fundamentación continua de la toma de decisiones. No es una ciencia, sino un arte científicamente fundamentado: dentro de un marco normativo y unas ciertas reglas de expresión, hay muchas soluciones posibles –todas gramaticalmente correctas– cuyas variantes estarán determinadas por las circunstancias, las posibilidades y hasta la creatividad de las personas involucradas durante el proceso. Quien se atreve a convertirse en corrector deberá aprender su oficio, demarcar su campo de acción y comunicar sus reglas de trabajo para mantener una sana relación con las personas a quienes les brinda sus servicios profesionales.

Una de las carencias del medio de los correctores de estilo, al menos en mi país, es la falta de unidad con respecto a lo que la corrección abarca, cuáles son sus límites y hasta dónde puede llegar el corrector. Ante la ausencia de documentación y bibliografía, algunos de nosotros terminamos por escribir nuestros propios lineamientos para hacerlos circular entre colaboradores y clientes.

Con la esperanza de que en el futuro dispongamos de una comunidad de correctores más organizada y unida, comparto un documento surgido de la experiencia diaria. Tal vez sea de utilidad para otros y pueda ser objeto de refinamiento gracias a los comentarios y aportes de los lectores de este blog.

Este documento se elaboró específicamente para el contexto de la producción de libros impresos en el área educativa. He realizado ajustes, para no limitarlo a su entorno original y que, eventualmente, pueda ser adaptado a la corrección en otros ámbitos o áreas.

Lineamientos para la corrección de estilo

1. Corrección de estilo, no corrección filológica
En este documento se emplea la expresión corrección de estilo, y a las personas que realizan este trabajo les denomina correctores (bajo el entendido de que este vocablo abarca por igual a correctoras y correctores). [Es común, en Costa Rica, escuchar las expresiones corrección o revisión filológica junto con las de corrección o revisión de estilo. A menudo, se cree que existe una diferencia entre ambas y su uso diferenciado suele llevar a la confusión. El término “revisión” no lleva implícita la acción de corregir. En cuanto al calificativo “filológica”, parece ser un fenómeno localizado, exclusivo de Costa Rica, derivado del hecho de que, en este país, las correcciones de estilo son realizadas siempre por profesionales graduados de la carrera de Filología].

2. Qué es la corrección de estilo
La corrección de estilo consiste en el proceso de revisión, limpieza y perfeccionamiento del texto para que sea lecturable (claridad y comprensión), exacto (expresión correcta de las ideas), coherente (desarrollo del discurso) y uniforme (decisiones editoriales sistemáticamente aplicadas en toda la obra).

Para lograr esto, el corrector deberá eliminar los errores gramaticales, ortográficos y ortotipográficos, así como lograr unidad y consistencia en los aspectos relacionados con un adecuado y correcto uso de la lengua, como sintaxis, ortografía, semántica, reiteraciones léxicas o eidéticas, redundancias innecesarias, ambigüedades, contradicciones, uso de mayúsculas, signos, puntuación y acentuación, topónimos incorrectos y erratas.

Procurará que el estilo del texto se adapte a la expresión general de la norma del español, pero tomando en cuenta los giros estilísticos propios del habla del público meta de la obra, así como el área, disciplina o género de la obra. Así mismo, velará por su adecuación a los requisitos de comunicación del entorno en donde se empleará el texto, sin incurrir en la sobrecorrección o en la pérdida de los giros estilísticos propios del autor que puedan ser gramaticalmente válidos, comprensibles distintivos de un sello personal.

3. Quién lleva a cabo la corrección de estilo
En Costa Rica, muchas instituciones solicitan que las correcciones de estilo sean realizadas siempre por profesionales graduados de la carrera de Filología o su equivalente (según la nomenclatura propia de cada universidad). Lo deseable es que la persona tenga formación académica y experiencia demostrable en el área de la corrección.

4. Nivel de intervención
El corrector de estilo señalará los problemas propios de su área de especialización, es decir, la clara y correcta expresión de las ideas, respetando y manteniendo la intención del autor del material. Se espera, por lo tanto, una revisión que contribuya a ajustar y perfeccionar el texto, pero que no implique su reescritura completa o una alteración de los contenidos expuestos. Si el corrector de estilo detecta problemas tan graves que requieran tal intervención profunda del material, deberá comunicarlo de inmediato al editor a cargo para que sean este y el autor, siguiendo las observaciones del corrector de estilo, quienes realicen ese proceso de reescritura.

Según las leyes de derechos de autor, se protege la forma, no las ideas; por lo tanto, el corrector debe aprender a identificar cuándo su labor traspasa esa delicada línea, para no incurrir en una violación al derecho moral del autor sobre su obra. Esto no debe ser excusa, por parte del autor, para rechazar correcciones legítimas y necesarias desde el punto de vista de la lengua o de las normas editoriales a las que deba acogerse.

5. Limpiar/normalizar/unificar
El corrector de estilo velará por el uso coherente del estilo comunicativo y los signos ortotipográficos, de manera que la obra mantenga unidad editorial. Seguirá para esto los lineamientos que la editorial o el cliente le proporcionen. Para este fin, el autor y el editor entregarán una lista de decisiones críticas tomadas durante el proceso de escritura y edición. El corrector deberá identificar aquellos aspectos adicionales que requieran ser limpiados, normalizados o unificados, realizará una recomendación al editor o autor y, conjuntamente, definirán los criterios de corrección, para su posterior aplicación sistemática.

6. Evitar la sobrecorrección
Se denomina sobrecorrección al acto de modificar expresiones, párrafos o frases que ya son gramatical y estilísticamente correctos. Si bien el corrector, debido a su experiencia y especialización profesionales, puede tener una mayor facilidad para proponer alternativas, a veces más elegantes o mejor resueltas, se le sugiere evitar recargar el documento de correcciones innecesarias con el fin de procurar un proceso editorial más ágil y de respetar la labor realizada tanto por el autor como por el editor de la obra.

Este es un llamado a la prudencia, con el fin de evitar un exceso de intervención por parte del corrector. Cuando el corrector tenga la firme convicción de que algo que ya está correcto puede ser corregido, identificará mediante el uso de otro color de tinta o lápiz su sugerencia, y dejará muy en claro que esta no es obligatoria y, por lo tanto, su aplicación está sujeta a la aprobación del autor y del editor. Se le sugiere reducir al mínimo indispensable estas sugerencias.

7. Criterios de aplicación de normas y uso
En la corrección léxica, morfológica, sintáctica y ortotipográfica, se dará preferencia a la aplicación de las normas aceptadas del español, según lo dictamina la Real Academia Española (RAE) en sus publicaciones más actualizadas.

Esta aplicación debe ser flexible y tomar en cuenta aspectos como el uso, las variantes regionales, las características del público al que está dirigido el material y las particularidades del área académica o científica a la que pertenece el material. De esta manera, entre dos formas correctas y aceptadas, se preferirá la que es más utilizada en Costa Rica, como periodo sin tilde (uso costarricense) frente a período con tilde (propio de otras regiones lingüísticas). [Usted, lector, reemplace esta última oración con su país o zona de acción].

Con el fin de mantener un lenguaje más comprensible, cuando el uso esté muy extendido y haya sido registrado por diccionarios de uso reconocidos (María Moliner, Vox, Clave), se preferirá la forma más extendida en lugar de la académica (o estrictamente correcta), tomando en cuenta que la tendencia actual de la RAE es la de aceptar las variantes de uso en países no peninsulares. Tal es el caso de concientizar, palabra que durante muchos años fue considerada incorrecta por no estar registrada en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), pero que la última edición de este diccionario (2001) y el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) ya aceptan para el entorno geográfico latinoamericano.

Para neologismos todavía no registrados en ninguna fuente lexicográfica normativa, se procurará una investigación en corpus de la lengua (CREA, CORDE, Corpusdelespañol.org) y una verificación en buscadores en línea, para confirmar que tal forma está ya estandarizada en el uso. Este será un recurso únicamente para casos excepcionales.

Se aplicarán también las normas editoriales definidas por la editorial o el cliente, ya sea a través de su manual de estilo, un documento de lineamientos o de las instrucciones específicas por parte del editor a cargo.

8. Signos y llamadas
El corrector le entregará a su cliente el código de signos o llamadas empleado durante la corrección. Se puede consultar, para referencia, los signos recomendados por José Martínez de Sousa en el Manual de estilo de la lengua española (2007).

9. Informe de corrección
El corrector emitirá un informe breve, con un sumario de los principales cambios que aplicó sistemáticamente en el texto, según sus particularidades. Indicará el nivel de corrección, los criterios de unificación y los cambios implementados de manera transversal en toda la obra (muletillas frecuentes, vicios lingüísticos, etc.). Si lo desea, también puede adjuntar otros documentos, como tablas de decisiones u otros recursos que haya generado durante la corrección. Esto servirá de guía para dejar constancia sobre su intervención en la obra.

10. Corrección en papel o digital
La corrección se llevará a cabo en papel, con marcador rojo para las modificaciones obligatorias y lápiz para las sugerencias o explicaciones. Si hubiere necesidad de utilizar otro color, el corrector lo advertirá en su informe.

11. Bibliografía y herramientas de corrección
El corrector utilizará la bibliografía sugerida en sus versiones más actualizadas. En el caso del DRAE, específicamente se le recomienda el uso de la edición en línea, puesto que esta se actualiza diariamente con modificaciones y adelantos de la próxima edición.

12. Particularidades del estilo didáctico
El estilo académico didáctico se caracteriza por la claridad y la precisión comunicativa de contenidos académicos, científicamente fundamentados y, en la medida de lo posible, demostrables. Por su propia naturaleza, fuera de casos especiales, debe evitar la ambigüedad, la oscuridad expresiva y la subjetividad injustificada.

Por motivos didácticos, la redacción debe ser fácil de comprender, para que el estudiante, además de lidiar con la complejidad inherente a los contenidos de una asignatura, no deba también realizar un esfuerzo extra para entresacar la información a partir de una redacción confusa, errática, macarrónica, llena de recovecos y con problemas de coherencia. La expresión lingüística, vista así como medio expresivo, debe facilitar la comprensión de los contenidos en lugar de añadirle una complejidad innecesaria e injustificada.

El estilo también estará determinado por las estrategias de comunicación con orientación didáctica, previamente elegidas por el autor y el equipo de producción. Esto puede variar desde el uso de un estilo impersonal, muy distante y objetivo, hasta la aplicación de un tono directo, que interpele al lector. Cualquiera que sea el caso, el corrector deberá velar por una aplicación coherente del estilo elegido, en todos sus aspectos formales.

El nivel de complejidad de la escritura también estará condicionado por el nivel del curso y las características del público destinatario. El corrector deberá consultar el nivel de la carrera o programa al que pertenece la asignatura, para identificar potenciales problemas expresivos que requieran de algún ajuste en la redacción.

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La coma en enumeraciones de cifras decimales

La regla de las enumeraciones es muy sencilla: si los elementos son simples (una sola palabra o concepto), se utiliza coma; si hay dos elementos coordinados, se utiliza punto y coma. Pero ¿qué se hace ante el hipotético caso de una enumeración simple formada por cifras decimales que llevan coma en obras publicadas en español?

En este caso, para evitar ambigüedades de lectura, la enumeración, aunque pueda considerarse simple, recibe el mismo tratamiento que las enumeraciones complejas: se emplea el punto y coma. Esta es una solución de sentido común y una aplicación de la regla: si existe ambigüedad semiótica, se emplean los signos para crear contraste.

Ejemplo:
Los resultados de las operaciones son los siguientes: 6,5; 7,8; 4,25 y 9,32.

Si el sentido común y una interpretación de la regla general no fuesen suficientes, esta es también la recomendación de Javier Bezos en su obra Tipografía y notaciones científicas. El mismo autor añade que esta regla también se aplica en química: “separa series de localizadores que ya han sido separados con comas” (2008: p. 31).

Nota: Gracias a Ana María por apuntar este problema frecuente en las obras de matemática.

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La coma en enumeraciones complejas

Como parte de la serie sobre el uso de la coma en enumeraciones, ya tratamos el tema del uso de la coma en enumeraciones simples, abiertas y cerradas. Ahora corresponde pasar a las reglas sintácticas de las enumeraciones complejas en las que la coma por sí sola es insuficiente para garantizar la lecturabilidad de la oración.

En una enumeración compleja, los componentes de la lista ya no son una sola palabra o concepto: son al menos dos núcleos coordinados entre sí y que, obligatoriamente, separo entre ellos por medio de comas. De esta manera se forman “parejas”, por así decirlo, que van de la mano dentro de la lista más grande. Para hacer las distinciones correctas, se acude al auxilio del punto y coma:

Cada grupo irá por un lado diferente: el primero, por la izquierda; el segundo, por la derecha; el tercero, de frente.

Para hacer más visible la relación entre los elementos, podemos descomponer la lista como sigue:

  1. el primero, por la izquierda
  2. el segundo, por la derecha
  3. el tercero, de frente

La lista se compone de tres elementos, pero cada elemento es una pareja de dos conceptos distintos: un grupo y una dirección. En la horizontal, las parejas se separan por comas; en la vertical, por punto y coma. Así tengo dos niveles semánticos claramente separados gracias a la combinación gráfica de signos distintivos.

¿Y si es una lista cerrada que usa conjunción?
Según vimos en el artículo de enumeraciones simples, existe una regla de oro que se aplicaba en ese contexto: jamás se escribe coma antes de la conjunción.

En las oraciones complejas esta regla desaparece y se dispone de dos alternativas: se puede escribir coma o punto y coma, sin que exista ninguna indicación por parte de los gramáticos para sugerir que una y otra sea más o menos “correcta”.

En el armario colocó la vajilla; en el cajón, los cubiertos; en los estantes, los vasos, y los alimentos, en la despensa. (DPD, “Coma”, §2.1).

Se dieron cita el presidente ejecutivo, Francisco Ruiz; el consejero delegado, Pedro García; el vocal, Antonio Sánchez; y el secretario general, Juan González. (DPD, “Punto y coma”, §3a).

¿Por qué se necesita el punto y coma?
La coma es democrática: todos los componentes tienen la misma jerarquía, están en el mismo nivel. ¿Pero qué pasa cuando tengo varios niveles de enunciación?

El segundo ejemplo citado arriba es perfecto para mostrar la confusión que se produciría al reemplazar el punto y coma por comas:

Se dieron cita el presidente ejecutivo, Francisco Ruiz, el consejero delegado, Pedro García, el vocal, Antonio Sánchez y el secretario general, Juan González.

Mientras que en la primera versión tenía una reunión de cuatro personas, en la segunda oración se reúnen siete individuos; a unos los llamo por su nombre y a otros por su cargo. A lo mejor puedo decir que están desordenados; a lo mejor podría agrupar cargos de un lado e individuos de otro; pero siguen siendo siete. ¡Pequeño detalle!

¿Y si la enumeración intercala elementos simples y complejos?
En este caso, es necesario primero revisar el estilo y analizar por qué se produce esta enumeración mixta. Si está plenamente justificada, es coherente y, en efecto, deberá quedarse así, se aplicará esta otra regla: basta que uno de los componentes de la enumeración sea complejo para forzar la introducción del punto y coma.

Por esa razón, y para no afear o recargar demasiado una enumeración que de por sí pueda ser compleja, vale la pena revisar con mucho desapego por la primera versión y ver si es mejor reformular la enumeración para unificarla, ya simplificando todos sus componentes, ya armando parejas complejas en toda la lista.

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