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La narrativa en obras académicas o didácticas

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Uno pensaría que el concepto de narrativa es más propio de la escritura de ficción. Sin embargo, cuando se le aplica a la escritura académica, puede haber grandes y favorables sorpresas en el resultado final.

Todo texto, literario o no, necesita de un hilo conductor que se vaya desenrollando para narrar su historia. En las obras académicas, en general, muchas veces se olvida atender esta fluidez textual.

En donde es más útil pensar en el texto como una historia es en la escritura didáctica, aquella diseñada para educar a partir de un plan de estudios estructurado y bien definido. Y si el material está pensado para emplearse de manera autodidacta y autodirigida —para programas de educación a distancia—, la necesidad de lograr un relato detrás de la exposición académica se vuelve imperativa.

Hay una premisa fundamental: lograr que la persona lectora comprenda, por sí misma, todos los contenidos, sin experimentar la necesidad de que alguien más se los explique.

La escritura académica con fines didácticos no debería limitarse a exponer: debe ser capaz de narrar sus contenidos. Por esa razón, paso a paso, el texto debe ir proporcionando todo lo que se necesita para comprender. El discurso debe incorporar la voz docente, la de quien acompaña al estudiante en su viaje de aprendizaje. Esa voz que le dice a uno “observe esto, póngale atención a aquello, no se preocupe tanto por esto porque usted ya lo aprendió en otra asignatura, refuerce su aprendizaje de esta manera…”.

¿Cómo se logra esta especie de narración académica?

Lo que comparto aquí no es ciencia, sino aprendizaje surgido de la experiencia. Estas son tres técnicas de edición, surgidas de mi quehacer cotidiano, para lograr textos que se puedan leer de un tirón, de manera fluida y agradable, como haciendo un viaje, a pesar de las muchísimas horas de escritura, edición y reescritura a la que se le sometió y de la que su lector nada sabrá. Y a pesar de que el lector espera, de entrada, un texto denso en contenidos y que deberá ir abordando poco a poco, en sucesivas sesiones de estudio.

Crear una conexión personal con quien está leyendo

El acto de lectura es, en nuestra cultura, un acto solitario. La persona que lee está en la intimidad de su casa, en un autobús, en un espacio público. Pero, con pocas excepciones, está sola. Es necesario crear zonas de diálogo directo con esa persona que nos lee. En esos puntos estratégicos de la obra, podemos tomarnos la libertad de hablarle de usted (o de tú, o de vos, según el estilo de habla de la zona en donde se publique la obra y su público). Así le hacemos saber que es usted y nadie más a quien tenemos en mente. Es preferible evitar expresiones como “el estudiante deberá comprender…” o “el lector encontrará de utilidad…” u otras maneras en las que se habla en tercera persona, de una figura abstracta que en nada se relaciona conmigo, yo que leo. Peor todavía, esas formas se expresan forzosamente con el género masculino. En cambio, yo, que leo, tengo el sexo que conozco y tengo todo el derecho del mundo a ser una mujer lectora, por ejemplo. Si le hablo de usted evito, de plano, el problema de si quien me lee es hombre o mujer. Esta persona empleará su propia subjetividad para completar el panorama y podemos pasar al siguiente párrafo sin escollos.

Tener cortesía

En esta relación personal, con usted que lee, hay que mantener las normas de cortesía: salude, comente, despídase. Esto se traduce en partes del texto, como introducción, desarrollo y conclusión, tanto de la obra como de cada una de sus partes principales (partes y capítulos). Esos son los lugares en donde el usted cabe sin problemas. Ya reservaremos el uso del impersonal para la exposición de contenidos académicos propiamente dicha.

Llenar los vacíos

Desde el inicio, hay que ir contando todo lo que la obra ofrece, el orden en que se encuentra, por dónde comienza y por qué, qué puede esperarse de ella y cómo podré sacar la mayor ventaja de los recursos que me ofrece. El libro es una zona de diálogo y de exploración. Debo recordar que quien abre la página por primera vez se encuentra en terreno ignoto y es mi deber narrativo irla llevando paso a paso por todo lo que necesite para internarse de lleno en el terreno del libro. De ahí que sea tan necesario incluir una introducción general para toda la obra y una sección introductoria en cada tema o capítulo.

En la escritura literaria, se vale y es hasta deseable crear el suspenso y guardarse información. En la escritura académica encontramos lo opuesto: siempre hay que ir dando el panorama de lo que viene, para que yo, al leer, pueda tomar la decisión de continuar o pasar a la siguiente sección. Es necesario que pueda verse el panorama completo desde antes de leer, para sacar el máximo provecho de la lectura posterior. Y una vez finalizada, hacer de nuevo un repaso o recordar cuáles serán los puntos clave imprescindibles para continuar con el aprendizaje.

Crear una transición fluida de un texto a otro

En todo momento que se escriba, conviene recordar que se viene de algún lugar y se va a otro. Así, de vez en cuando es necesario recordar lo que ya se vio (“ahora que usted ya conoce tal cosa”) con el fin de pasar a la siguiente (“vamos a profundizar en tal otra”).

Esto se debe trabajar con especial énfasis en las introducciones y conclusiones de los temas. Cuando pase de tema o capítulo, dígale a la persona lectora qué esperar de lo que viene, qué necesita llevarse de este capítulo y qué debe recordar por siempre, independientemente del siguiente capítulo.

Y al llegar al final del libro, por cortesía, diga adiós. Siempre es bueno tener un cierre, para poderse despedir de la obra que me motivó a leerla desde el principio y que, al final, obró su transformación en mí. Porque una obra didáctica que no transforme no es obra didáctica, ya que todo aprendizaje es una transformación.

Crear marcas para la relectura

La obra didáctica no solo se lee; también se estudia. Se lee una vez y luego se regresa, se subrayan fragmentos, se toman notas, se hacen fichas, se realizan esquemas y resúmenes y, si las tiene, se ejecutan actividades para afianzar el aprendizaje.

La narrativa debe ser capaz de llevarme de la mano tanto en mi primer recorrido, como en mi relectura. Por esa razón, los temas deben estar muy bien separados, los títulos y subtítulos han de ser muy claros, debe haber abundantes apartados y, si es posible, debe haber recursos adicionales al texto escrito, por ejemplo, de naturaleza gráfica. Así es posible que el estudiante recuerde algo no porque lo leyó, sino porque lo vio, en la forma de lista, de cuadro, de figura o de fotografía de apoyo.

Crear un ritmo de lectura

La extensión de las partes de la obra (temas o capítulos) ha de ser similar, para lograr un ritmo de lectura. Cada quien tiene su propia velocidad para leer, releer y estudiar. Pero también tiene una memoria interna: una vez que se ha leído el tema 1, en esa memoria se guarda el tiempo estimado de lectura, estudio y repaso, se proyecta el resto de lecturas del libro de texto con esa variable. Si un capítulo duplica al anterior en extensión, la experiencia —por comparación— se vuelve tediosa. Se tiene la sensación de que el tema es interminable y se pierde algo de la motivación ganada antes.

La regularidad —saber qué esperar en el texto— es también un factor que le ayuda a quien lee a experimentar tranquilidad y, desde la predictibilidad del comportamiento del texto, acostumbrarse a la información y buscarla, cuando le haga falta.

En síntesis

Cada obra y cada tema necesita de un hilo conductor para su exposición. Ese hilo se crea en la escritura y, aunque sea invisible, se reconoce en la lectura como una experiencia de fluidez en un relato intangible.

Estas son solo algunas técnicas para alcanzar esa fluidez, pero no son las únicas: escriba, experimente, lea, edite, reescriba y relea. Cuéntenos sus descubrimientos y cuáles técnicas ha utilizado con éxito para lograr la narrativa de su texto académico.

(Fotografía: cortesía de Pixabay.com)

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Apple y los libros de texto

Las noticias de instituciones educativas utilizando iPads comenzaron a proliferar desde sus primeros meses en el mercado. Al principio eran solamente grupos de estudiantes o “clases”. A estos grupos piloto les siguieron instituciones educativas que optaron por entregar iPads a todos sus estudiantes. Hoy Apple anuncia más de un millón y medio de usuarios de instituciones educativas. Esta cifra es sorprendente y da cuentas de un mercado ya no tan incipiente como un año atrás. Si este mercado había logrado crecer por sí mismo, el empujón que ha recibido el día de hoy podría catapultarlo de manera definitiva. Todo esto dentro de Estados Unidos, por supuesto.

En nuestro mercado de lengua española, el panorama es menos alentador. La industria editorial hispanoamericana ha hecho todo lo posible por no incursionar en la edición digital y es con mucha reserva que las grandes editoriales van creando sus departamentos de libros electrónicos. Y si bien el iPad se ha convertido cada vez en un objeto más común, todavía tiene un precio alto para muchas personas, según nuestro medio y el ingreso per cápita de nuestros países.

Apple con su más reciente anuncio ha dado un paso más allá: ha rediseñado la applicación de iPad iBooks para un tipo de libro distinto del que es posible con el formato .epub. La única plataforma similar, hasta el momento, era Inkling, ya con un gran avance en este campo.

Pero lo que realmente me ha quitado el aliento del anuncio de Apple es el nuevo programa para Mac iBook Author (Autor de iBook). Con esta aplicación alevosamente gratuita, Apple quiere poner la autoedición en las manos de los usuarios. “Queremos poner los libros de texto en las manos de los estudiantes y de los docentes”, declaran. Pero hay quienes ya estamos haciendo otros planes.

El diseño de libros digitales, el verdadero diseño de libros digitales, todavía es algo distante del usuario común. Ciertamente es posible pasar cualquier documento en formato texto a .epub gracias a programas gratuitos y de código abierto como Calibre. Pero si se quiere incursionar en algo más profesional, hay que acudir a otras soluciones costosas y prohibitivas, como el Adobe InDesign 5.5. Con este nuevo impulso proporcionado por Apple, llega la autopublicación de otro tipo de libro: el libro interactivo, ilustrado, bello. El nuevo libro de la era digital.

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Los títulos no llevan punto

Un error frecuente en toda clase de documentos es el uso de punto final en los títulos de un escrito. Por título no solo me refiero al nombre de una publicación o artículo, también a esas oraciones o sintagmas que encabezan apartados y subapartados dentro de un capítulo u obra.

Los títulos y subtítulos a menudo se distinguen del texto principal por sus atributos tipográficos: letras de mayor tamaño (cuerpo), de estilo diverso (cursiva, negrita, versal, versalita) y, en algunos casos, de otra familia tipográfica.

En las obras académicas, los títulos cumplen una función indispensable: organizan la información, crean anclas de lectura, ayudan a seguir la lógica del discurso, sirven como guía en el proceso interpretativo (el esfuerzo cognitivo consciente por apropiarse del texto) y son un excelente instrumento para regresar al texto en la relectura. Los títulos sirven a un propósito antes, durante y después de leer. Y si el propósito del libro es enseñar, también tienen una función durante las etapas de repasar, aprender y comprobar lo aprendido.

Para contribuir a tener libros ordenados y títulos uniformes, también es necesario considerar algunas reglas ortotipográficas:

  1. Todos los titulares se escriben con letras altas y bajas. Es decir, se usan únicamente las mayúsculas que nuestra lengua admite según sus reglas ortográficas, como los nombres propios, pero no se emplean otras mayúsculas. Es incorrecto escribir todas las palabras del título con mayúscula inicial.
  2. Ningún titular lleva punto final. En mi opinión, es un error a veces generado por la ultracorrección: creemos que el título es una oración completa, pero en realidad no lo es. El punto final lo afea, lo vuelve pesado y lo distancia del texto que caracteriza.
  3. Si el título los necesita, sí se emplearán otros signos ortográficos, como la coma y los signos de admiración e interrogación. La única excepción a esta regla la hacen las oraciones interrogativas que parecen una pregunta pero en realidad no lo son: su función es la de describir el texto que les sigue, no de interpelar directamente a quien lee. En tal caso, se podrá prescindir de los signos de interrogación.

Si los títulos forman parte de su escritura (ya sea una tesis, una publicación académica o un ensayo), recuerde estas sencillas reglas. Así, cuando remita su trabajo a la editorial o a su equipo de revisión, le agradecerán un texto más limpio y con una apariencia más profesional. Además de cumplir con las normas y ahorrar tiempo y recursos durante el proceso de edición, usted estará emitiendo otro mensaje más sutil: que conoce su oficio.

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El arte de integrar las citas textuales

Soy –y he sido siempre– una lectora singular, con ciertos vicios que podrían considerarse imperdonables. Uno de ellos, aquí por primera vez confesado, es saltarme las citas textuales cuando estoy leyendo una obra académica.

No es algo planeado, simplemente ocurre. Comienzo a leer el hilo que un autor ha creado para mí, las pistas que me da, las migajas… y las sigo gustosa, adentrándome en el bosque con un guía. Pero cuando llego a una cita textual, esa voz que venía escuchando se ve interrumpida por otra voz ajena, con ecos de un viaje diferente, sumida en las preocupaciones de otro itinerario en nada semejante al nuestro.

Si la cita es corta, pertinente y está bien integrada al discurso del texto, no tengo problema con ella: la leo, la absorbo y la convierto en parte del paisaje. Pero si la cita es demasiado larga… no puedo esperar a seguir escuchando la voz de quien me trajo hasta aquí y, por lo general, paso al siguiente párrafo casi sin pensarlo.

Y si mi guía –la voz del texto– no comenta la cita, la da por sabida o simplemente salta al próximo tema, me pierdo por completo de lo que se dijo. Para mi inconsciente lector interno, las citas son como “carteles” en el camino, no son el camino en sí y, por eso, se las salta sin misericordia, como si no estuviesen ahí.

Esa, si no hubiesen otras, sería razón suficiente para desaconsejar el uso de citas extremadamente largas en la escritura académica: tesis, trabajos, artículos y libros didácticos.

Pero hay otras razones menos subjetivas.

Una cita corta tiene menos de 40 palabras. La cantidad máxima de palabras ajenas citables sin problemas de derechos de autor no debe superar las 800-1000 palabras. Pero 1000 palabras ya conforman poco más de dos páginas, tamaño carta, letra 12 puntos, a espacio sencillo. Es decir, una cita textual, por larga que sea, jamás debería alcanzar 1000 palabras. ¿Cuántas, entonces?

Desde luego que las necesarias, pero dos párrafos pueden rondar las 100 palabras. Más de esa cantidad, comienzan a sentirse pesadas. Si están muy justificadas –y solo el autor/investigador– lo sabe, no hay regla para censurarlas, al menos ocasionalmente. Son parte de la investigación y nadie podría decir nada al respecto.

Solo cuando están plenamente justificadas… Pero ¿cuándo no lo están?

Tanto el autor de un texto académico, como cualquiera de sus lectores (editores, docentes evaluadores, lectores de tesis) deberán estar atentos a estas posibles razones por las cuales un exceso de citas puede estar invadiendo (e interrumpiendo) el hilo del texto:

  1. Falta de dominio del tema en particular. Cuando un autor desconoce plenamente un tema, todo lo que otro autor (o autoridad) diga del tema parece sustancial. En cambio, los investigadores experimentados han leído tantas veces lo mismo en diferentes fuentes y se han formado sus propias opiniones, que ya pueden expresarlo sin problemas con sus propias palabras; no se ven en la necesidad de acudir a palabras ajenas para decirlo.
  2. Incapacidad de apropiación del discurso ajeno. La falta de experiencia o dominio de un tema puede llevar a una simple falta de capacidad para apropiarse del discurso ajeno.
  3. Falacia de autoridad (o temor a incumplir los requisitos académicos de autoridad). En las academias se recomienda usualmente acudir a una figura de autoridad para respaldar las afirmaciones propias y planteamientos de las investigaciones. Este sano hábito a menudo se distorsiona en un citar por citar: se evocan palabras que no vienen realmente al caso o incluso se acomodan o recortan las afirmaciones de otro autor para que supuestamente apoyen nuestro argumento. Lo cierto es que, si los vemos bajo el microscopio, poner citas de autores reputados en nada le ayudará a nuestro texto cuando sus palabras nada tienen que ver con nuestra investigación. Y el lector suspicaz se da cuenta de inmediato; por lo tanto, al final solo hacemos el ridículo.
  4. Desconocimiento de la técnica de la paráfrasis. Muchos autores novatos desconocen que, en cuestión de escritura académica, a menudo la paráfrasis es más saludable que el recargo de citas textuales: el autor demuestra capacidad de síntesis, dominio del tema y puede exponerlo de una forma original, aun cuando deje constancia del origen de cada idea o formulación gracias a una referencia parentética. Se trata de estas ideas-resumen del pensamiento ajeno, pero que entre paréntesis indican la obra de donde se toma. Esto es particularmente útil cuando un mismo concepto o tema ha sido tocado por múltiples autores. Así, en lugar de citar a cada uno para mostrar sus similitudes, uno, como autor del texto académico, hace un resumen sucinto, breve y al grano y menciona entre paréntesis los cuatro, cinco o diez autores que también tratan el asunto con ese enfoque.
  5. Plagio velado. Algunas veces ocurre que un autor comienza a ser citado intermitentemente página, tras página, tras página… Esto puede llegar a ser un plagio velado, especialmente si 20 o 30 páginas de una publicación, supuestamente original, cuando se comparan con la obra fuente, demuestran ser un resumen de las ideas de otro.

Algunas universidades tienen normas para esto: las citas no pueden exceder más del 25 o 30% de las tesis. Esta práctica, sin eliminar en forma alguna la cita textual como recurso, garantiza que los estudiantes se esfuerzan para crear un texto original, digerido por ellos y en donde son capaces de establecer relaciones entre todos esos autores, planteamientos, enfoques y lecturas que constituyen la base de su investigación.

Y de vuelta al mundo de la escritura para ser leída, el recargo de citas textuales es poco didáctico, pesado de leer y solo produce cansancio y distracción. Uno se aleja de la página, se va y la deja tirada. Si queremos hacerle un favor al lector, facilitémosle la lectura de nuestros argumentos y expongámoslos de forma que quiera seguirlos leyendo. En cuanto a las palabras ajenas, solo cuando su aporte es verdaderamente indispensable para la exposición del texto, solo entonces, podremos dejarlas y darles su justo lugar en nuestro recorrido por el bosque para que brillen con mérito propio.

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Lineamientos para la corrección de estilo

La corrección de estilo es una labor técnica de paciencia, precisión y fundamentación continua de la toma de decisiones. No es una ciencia, sino un arte científicamente fundamentado: dentro de un marco normativo y unas ciertas reglas de expresión, hay muchas soluciones posibles –todas gramaticalmente correctas– cuyas variantes estarán determinadas por las circunstancias, las posibilidades y hasta la creatividad de las personas involucradas durante el proceso. Quien se atreve a convertirse en corrector deberá aprender su oficio, demarcar su campo de acción y comunicar sus reglas de trabajo para mantener una sana relación con las personas a quienes les brinda sus servicios profesionales.

Una de las carencias del medio de los correctores de estilo, al menos en mi país, es la falta de unidad con respecto a lo que la corrección abarca, cuáles son sus límites y hasta dónde puede llegar el corrector. Ante la ausencia de documentación y bibliografía, algunos de nosotros terminamos por escribir nuestros propios lineamientos para hacerlos circular entre colaboradores y clientes.

Con la esperanza de que en el futuro dispongamos de una comunidad de correctores más organizada y unida, comparto un documento surgido de la experiencia diaria. Tal vez sea de utilidad para otros y pueda ser objeto de refinamiento gracias a los comentarios y aportes de los lectores de este blog.

Este documento se elaboró específicamente para el contexto de la producción de libros impresos en el área educativa. He realizado ajustes, para no limitarlo a su entorno original y que, eventualmente, pueda ser adaptado a la corrección en otros ámbitos o áreas.

Lineamientos para la corrección de estilo

1. Corrección de estilo, no corrección filológica
En este documento se emplea la expresión corrección de estilo, y a las personas que realizan este trabajo les denomina correctores (bajo el entendido de que este vocablo abarca por igual a correctoras y correctores). [Es común, en Costa Rica, escuchar las expresiones corrección o revisión filológica junto con las de corrección o revisión de estilo. A menudo, se cree que existe una diferencia entre ambas y su uso diferenciado suele llevar a la confusión. El término “revisión” no lleva implícita la acción de corregir. En cuanto al calificativo “filológica”, parece ser un fenómeno localizado, exclusivo de Costa Rica, derivado del hecho de que, en este país, las correcciones de estilo son realizadas siempre por profesionales graduados de la carrera de Filología].

2. Qué es la corrección de estilo
La corrección de estilo consiste en el proceso de revisión, limpieza y perfeccionamiento del texto para que sea lecturable (claridad y comprensión), exacto (expresión correcta de las ideas), coherente (desarrollo del discurso) y uniforme (decisiones editoriales sistemáticamente aplicadas en toda la obra).

Para lograr esto, el corrector deberá eliminar los errores gramaticales, ortográficos y ortotipográficos, así como lograr unidad y consistencia en los aspectos relacionados con un adecuado y correcto uso de la lengua, como sintaxis, ortografía, semántica, reiteraciones léxicas o eidéticas, redundancias innecesarias, ambigüedades, contradicciones, uso de mayúsculas, signos, puntuación y acentuación, topónimos incorrectos y erratas.

Procurará que el estilo del texto se adapte a la expresión general de la norma del español, pero tomando en cuenta los giros estilísticos propios del habla del público meta de la obra, así como el área, disciplina o género de la obra. Así mismo, velará por su adecuación a los requisitos de comunicación del entorno en donde se empleará el texto, sin incurrir en la sobrecorrección o en la pérdida de los giros estilísticos propios del autor que puedan ser gramaticalmente válidos, comprensibles distintivos de un sello personal.

3. Quién lleva a cabo la corrección de estilo
En Costa Rica, muchas instituciones solicitan que las correcciones de estilo sean realizadas siempre por profesionales graduados de la carrera de Filología o su equivalente (según la nomenclatura propia de cada universidad). Lo deseable es que la persona tenga formación académica y experiencia demostrable en el área de la corrección.

4. Nivel de intervención
El corrector de estilo señalará los problemas propios de su área de especialización, es decir, la clara y correcta expresión de las ideas, respetando y manteniendo la intención del autor del material. Se espera, por lo tanto, una revisión que contribuya a ajustar y perfeccionar el texto, pero que no implique su reescritura completa o una alteración de los contenidos expuestos. Si el corrector de estilo detecta problemas tan graves que requieran tal intervención profunda del material, deberá comunicarlo de inmediato al editor a cargo para que sean este y el autor, siguiendo las observaciones del corrector de estilo, quienes realicen ese proceso de reescritura.

Según las leyes de derechos de autor, se protege la forma, no las ideas; por lo tanto, el corrector debe aprender a identificar cuándo su labor traspasa esa delicada línea, para no incurrir en una violación al derecho moral del autor sobre su obra. Esto no debe ser excusa, por parte del autor, para rechazar correcciones legítimas y necesarias desde el punto de vista de la lengua o de las normas editoriales a las que deba acogerse.

5. Limpiar/normalizar/unificar
El corrector de estilo velará por el uso coherente del estilo comunicativo y los signos ortotipográficos, de manera que la obra mantenga unidad editorial. Seguirá para esto los lineamientos que la editorial o el cliente le proporcionen. Para este fin, el autor y el editor entregarán una lista de decisiones críticas tomadas durante el proceso de escritura y edición. El corrector deberá identificar aquellos aspectos adicionales que requieran ser limpiados, normalizados o unificados, realizará una recomendación al editor o autor y, conjuntamente, definirán los criterios de corrección, para su posterior aplicación sistemática.

6. Evitar la sobrecorrección
Se denomina sobrecorrección al acto de modificar expresiones, párrafos o frases que ya son gramatical y estilísticamente correctos. Si bien el corrector, debido a su experiencia y especialización profesionales, puede tener una mayor facilidad para proponer alternativas, a veces más elegantes o mejor resueltas, se le sugiere evitar recargar el documento de correcciones innecesarias con el fin de procurar un proceso editorial más ágil y de respetar la labor realizada tanto por el autor como por el editor de la obra.

Este es un llamado a la prudencia, con el fin de evitar un exceso de intervención por parte del corrector. Cuando el corrector tenga la firme convicción de que algo que ya está correcto puede ser corregido, identificará mediante el uso de otro color de tinta o lápiz su sugerencia, y dejará muy en claro que esta no es obligatoria y, por lo tanto, su aplicación está sujeta a la aprobación del autor y del editor. Se le sugiere reducir al mínimo indispensable estas sugerencias.

7. Criterios de aplicación de normas y uso
En la corrección léxica, morfológica, sintáctica y ortotipográfica, se dará preferencia a la aplicación de las normas aceptadas del español, según lo dictamina la Real Academia Española (RAE) en sus publicaciones más actualizadas.

Esta aplicación debe ser flexible y tomar en cuenta aspectos como el uso, las variantes regionales, las características del público al que está dirigido el material y las particularidades del área académica o científica a la que pertenece el material. De esta manera, entre dos formas correctas y aceptadas, se preferirá la que es más utilizada en Costa Rica, como periodo sin tilde (uso costarricense) frente a período con tilde (propio de otras regiones lingüísticas). [Usted, lector, reemplace esta última oración con su país o zona de acción].

Con el fin de mantener un lenguaje más comprensible, cuando el uso esté muy extendido y haya sido registrado por diccionarios de uso reconocidos (María Moliner, Vox, Clave), se preferirá la forma más extendida en lugar de la académica (o estrictamente correcta), tomando en cuenta que la tendencia actual de la RAE es la de aceptar las variantes de uso en países no peninsulares. Tal es el caso de concientizar, palabra que durante muchos años fue considerada incorrecta por no estar registrada en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), pero que la última edición de este diccionario (2001) y el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) ya aceptan para el entorno geográfico latinoamericano.

Para neologismos todavía no registrados en ninguna fuente lexicográfica normativa, se procurará una investigación en corpus de la lengua (CREA, CORDE, Corpusdelespañol.org) y una verificación en buscadores en línea, para confirmar que tal forma está ya estandarizada en el uso. Este será un recurso únicamente para casos excepcionales.

Se aplicarán también las normas editoriales definidas por la editorial o el cliente, ya sea a través de su manual de estilo, un documento de lineamientos o de las instrucciones específicas por parte del editor a cargo.

8. Signos y llamadas
El corrector le entregará a su cliente el código de signos o llamadas empleado durante la corrección. Se puede consultar, para referencia, los signos recomendados por José Martínez de Sousa en el Manual de estilo de la lengua española (2007).

9. Informe de corrección
El corrector emitirá un informe breve, con un sumario de los principales cambios que aplicó sistemáticamente en el texto, según sus particularidades. Indicará el nivel de corrección, los criterios de unificación y los cambios implementados de manera transversal en toda la obra (muletillas frecuentes, vicios lingüísticos, etc.). Si lo desea, también puede adjuntar otros documentos, como tablas de decisiones u otros recursos que haya generado durante la corrección. Esto servirá de guía para dejar constancia sobre su intervención en la obra.

10. Corrección en papel o digital
La corrección se llevará a cabo en papel, con marcador rojo para las modificaciones obligatorias y lápiz para las sugerencias o explicaciones. Si hubiere necesidad de utilizar otro color, el corrector lo advertirá en su informe.

11. Bibliografía y herramientas de corrección
El corrector utilizará la bibliografía sugerida en sus versiones más actualizadas. En el caso del DRAE, específicamente se le recomienda el uso de la edición en línea, puesto que esta se actualiza diariamente con modificaciones y adelantos de la próxima edición.

12. Particularidades del estilo didáctico
El estilo académico didáctico se caracteriza por la claridad y la precisión comunicativa de contenidos académicos, científicamente fundamentados y, en la medida de lo posible, demostrables. Por su propia naturaleza, fuera de casos especiales, debe evitar la ambigüedad, la oscuridad expresiva y la subjetividad injustificada.

Por motivos didácticos, la redacción debe ser fácil de comprender, para que el estudiante, además de lidiar con la complejidad inherente a los contenidos de una asignatura, no deba también realizar un esfuerzo extra para entresacar la información a partir de una redacción confusa, errática, macarrónica, llena de recovecos y con problemas de coherencia. La expresión lingüística, vista así como medio expresivo, debe facilitar la comprensión de los contenidos en lugar de añadirle una complejidad innecesaria e injustificada.

El estilo también estará determinado por las estrategias de comunicación con orientación didáctica, previamente elegidas por el autor y el equipo de producción. Esto puede variar desde el uso de un estilo impersonal, muy distante y objetivo, hasta la aplicación de un tono directo, que interpele al lector. Cualquiera que sea el caso, el corrector deberá velar por una aplicación coherente del estilo elegido, en todos sus aspectos formales.

El nivel de complejidad de la escritura también estará condicionado por el nivel del curso y las características del público destinatario. El corrector deberá consultar el nivel de la carrera o programa al que pertenece la asignatura, para identificar potenciales problemas expresivos que requieran de algún ajuste en la redacción.

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