Archivo de la categoría: Ética

El valor de la originalidad en la era de internet

La información prolifera hoy como nunca antes. En mis tiempos de estudiante, plagiar era más difícil, aunque era práctica común. Cerca de la universidad había una profesión hoy desaparecida: el digitador. Era una persona que pasaba a un procesador de textos en computadora cualquier documento manuscrito o mecanografiado, sin hacer preguntas ni juzgar el material. En una época en la que las computadoras era un lujo y un privilegio, era muy frecuente ver estudiantes en vísperas de entregas corriendo para pasar en limpio sus trabajos. Pero no todos eran documentos originales: llegué a ver muchos armados a partir de recortes: fotocopias de libros de muy diversas fuentes, recortadas, pegadas con goma o cinta adhesiva, y tachadas las palabras que debían corregirse para darle a aquello sentido. Y de esta manera, de la forma más campante, se plagiaba a diestra y siniestra sin que hubiese mucha consciencia sobre el acto delictivo cometido.

No alabo tales prácticas, pero al menos se copiaba de textos académicos, libros reales, impresos en papel, muchos de ellos de excelente calidad. El solo hecho de buscar los libros, leerlos a consciencia para extraer los mejores párrafos y hacer el esfuerzo de armarlos juntos era, en sí, un esfuerzo mayor del que se necesita ahora.

En la actualidad, se acude a las fuentes disponibles en la internet —no siempre las más profundas o pertinentes— y se emplea el método digital de copiar y pegar, sin mayor interiorización. El delito último sigue siendo el mismo: hacer pasar como propias las palabras ajenas y, por encima de todo, denominar a esto “investigación” y hasta “escritura”.

Quienes tenemos cierto olfato y una memoria decente, podemos detectar rápidamente un plagio con solo analizar el estilo de escritura, la selección de vocablos y hasta los cambios de un párrafo a otro. Aun así, en mi caso, al menos, no me fío solo del olfato: empleo también los medios que la propia internet proporciona. Si se ha copiado de internet, ahí está, y herramientas como el Safe Assign o hasta una búsqueda superflua en Google sirven para detectar la evidencia del delito en cuestión de minutos.

¿Y qué pasa con lo que se ha copiado de libros impresos, físicos, no subidos a la red? No se confíe. Un editor o docente especialista en su campo bien puede haber leído ese libro alguna vez. Conozco casos reales en los que el plagio ha sido detectado de esa manera: una campanita resuena en la mente de quien está leyendo y, tras varios días de estar preguntándose dónde había leído eso antes, el nombre del libro original regresa a la memoria y basta obtenerlo en alguna biblioteca para confirmar la sospecha.

Y una vez que una persona detecta aunque sea un párrafo plagiado, todo lo demás entra inmediatamente a ser objeto de duda. ¿Habrá sido plagiado también? ¿Cuánto de todo lo entregado es original?

Para una editorial, el plagio es un problema grave. Puede llevar a demandas millonarias y obligar a retirar del mercado todos los ejemplares problemáticos. Si además sumamos las horas laborales remuneradas de los equipos de edición, corrección y diseño invertidas en un libro que deberá sacarse de circulación, la deuda de un autor que haya incurrido en plagio es imperdonable. A nivel material, las pérdidas son cuantiosas. A nivel moral, son incalculables: el buen nombre de una editorial puede verse manchado para siempre; de la misma manera que el de la persona responsable por haber incurrido en el plagio.

¿Qué editorial contrataría a una persona cuyo nombre haya sido manchado por el plagio comprobado? Ninguna. No vale la pena el riesgo.

Por esa razón, la originalidad y la honestidad en la escritura son valores más actuales que nunca. Cuanto más fácil sea copiar y pegar, más valioso será el texto nacido directamente de quien lo escribe, aun cuando esté plagado de errores, aun cuando haya mucho trabajo de refinamiento pendiente, aún cuando sea siempre un texto perfectible. El oficio hay que aprenderlo, no hay atajos. Y el atajo del plagio puede llevar a la ruina total y a tener que renunciar, para siempre, a la pasión de escribir y a la aspiración de publicar.

6 comentarios

Archivado bajo Ética, Era digital, Escribir, Escritura, Estilo, Estilo, Herramientas informáticas

Ética de la escritura: ¿por qué corregir?

Una de las ventajas de la escritura es su capacidad para llegar a muchas personas separadas por la distancia o incluso alejadas en el tiempo. Sí que es maravillosa la escritura, ¿no es verdad? Un agente de cambio en el mundo, un instrumento para la evolución colectiva, un mecanismo para la educación mundial, una frase de sabiduría multiplicada por mil, diez mil, trescientos mil ejemplares vendidos y lectores incontables por ejemplar. ¡Ah! Romanticismos…

La realidad nos abofetea a la cara cuando, mientras estamos todavía embelesados en nuestra nube color de rosa, nos damos cuenta de que la difusión, esa gran ventaja de la escritura, es también su gran maldición: los errores de una publicación no se esconden ni desaparecen; se multiplican tantas veces como haya sido impreso, leído, prestado, copiado el libro.

De ahí que los editores más quisquillosos y los autores más cautelosos tomen cualquier oportunidad que tienen en sus manos para corregir hasta los más pequeños detalles. Mientras la obra no esté todavía impresa, hay salvación. ¿Por qué dejar pasar un error cuando aún se dispone de la oportunidad de enmendarlo?

Antes de llegar a la filmadora (o a la reproductora digital, o a la Web), todo libro, en nuestros tiempos de siglo XXI, es un conglomerado de electrones. No está escrito en piedra. ¿Por qué rehusarnos a aprovechar cada oportunidad para mejorarlo?

Sí, la revisión debe tener un límite; sí, hay plazos de entrega; sí, hay procesos de edición tan largos que llegan a cansar a todos los involucrados; sí, somos humanos e incapaces de verlo todo; sí, sí, sí… Hay miles de atenuantes por los cuales siempre vamos a tener una excusa para no querer corregir, incluyendo uno medular: el factor emocional. ¿Qué ocurre cuando ya el libro se nos ha vuelto pesado, cuando necesitamos desprendernos de él a toda costa, cuando ni podemos verlo sin experimentar síntomas físicos de malestar?

Sí, todo eso es verdad. Pero lo que algunos escritores no conocen es la otra sensación: ver el libro publicado, con sus cubiertas nuevas y brillantes, en las manos de sus primeros lectores que lo abren y ven, y, en lugar de expresar en sus rostros nuestra romántica visión del lector agradecido por nuestra maravillosa contribución a la humanidad, lo vemos volverse hacia nosotros, colocar el dedo índice en el primer párrafo que abrió del libro y… ¡horror! ¡La errata, el error, el bodrio conceptual que se filtró en un párrafo! [Peor aún: quienes nos acusan de retrasar los procesos de edición serán los mismos que luego, radiantes, nos lancen el error a la cara].

¿Y si este lector es además un estudiante, alguien que depende de la obra para aprobar una asignatura, obtener una profesión o, simplemente, aprender? ¿Y le damos una obra llena de errores? ¿Qué aprenderá?

Sí. Los errores. Y los dará por buenos porque están publicados, y nuestra cultura occidental está educada para creer que la palabra impresa es fija, inmóvil y verdadera, es una expresión de la divinidad en la tierra; porque nuestro arquetipo de libro por excelencia es la Biblia y, con ella, todo lo que viene detrás. Son pocas las personas que dudan de lo que leen; así como, en la cultura de masas, tampoco son muchos, porcentualmente hablando, quienes cuestionan cuanto se dice en televisión, bajo el argumento de «está en televisión».

Por eso, so pena de ser acusados de perfeccionistas, si está en nuestras manos enmendar algo antes de publicar, ¡hagámoslo! La responsabilidad que tenemos por el simple privilegio de poder hacerlo trasciende nuestras necesidades personales y egoístas. Nos jugamos algo más que nuestro orgullo o la autoestima en el proceso de revisión: nos jugamos la vida del lector y ese merece nuestro máximo respeto y todo el esfuerzo del que, genuina y sinceramente, seamos capaces de dar.

Deja un comentario

Archivado bajo Ética, Corrección, Edición, Escritura, Labor editorial

"Al César lo que es del César…"

Las empresas editoriales se sitúan en un mundo fronterizo: entre la empresa, con todos sus requisitos comerciales, monetarios y materiales, y la cultura, con toda nuestra visión de ser ese algo intangible, sagrado, elevado que está, de alguna manera, exento de las necesidades económicas del mundo material.

El imaginario occidental está atravesado por la (ir)reconciliable separación entre cuerpo (carne, pecado) y alma (manifestación divina, pureza) que proviene de aquellas antiguas traducciones al latín de las palabras del autodenominado apóstol Pablo. Bien entendidas o mal entendidas sus palabras originales, los padres de la Iglesia que vinieron después le dieron forma al conflicto dialéctico interno —a nosotros heredado— que se deriva de entender el mundo como una lucha dualista entre el bien y el mal, entre el espíritu y la carne, entre lo inmaterial y lo material.

Y ahí, en el centro de ese dualismo, el libro emerge como la síntesis de ambas: material en su forma externa, es también intangible en su dinámica interna. Así, denominamos «libro» a la inmaterial «obra», la que solo existe y puede existir en la mente del autor y del lector, en los actos de representación de los actores, en el performance de su re-creación por un sujeto humano; y, con la misma palabra, denominamos a cualquiera de sus copias físicas, tangibles, manufacturadas, hechas de papel (o de cualquier sustrato palpable, aun el electrónico), con caracteres impresos y visibles.

El libro-obra en sí mismo no es, en realidad, vendible, transferible, ni siquiera reproducible; es único para cada sujeto en el momento en que lo vive, experimenta, lleva a la vida.

El libro-objeto, en cambio, sí lo es. Ahí aparece el dilema: ¿vender o no vender libros? ¿Lucrar o no lucrar con los libros? ¿Obtener o no obtener beneficios materiales del intercambio material de los libros?

Si las divisiones maniqueas pos paulistas no hubiesen prevalecido a las de su maestro, Cristo, quizás no tendríamos tanto conflicto. Digamos ahora, con toda propiedad: «Al César lo que es del César…». Mientras sigamos viviendo en una sociedad basada en el intercambio monetario y en una dimensión física, realista tangible; mientras sigamos teniendo cuerpos físicos que se mueven en un mundo físico y no metafísico, no tenemos más remedio que jugar con las leyes de la realidad: hacer libros cuesta mucho y cuesta dinero. Para que la empresa editorial pueda sobrevivir en el mercado, y para que el libro intangible pueda seguir vivo, no queda más que lidiar con las reglas del César.

Deja un comentario

Archivado bajo Ética, Comunicación, Edición, Empresa editorial, Libros, Lucro, Responsabilidad social, Servicio

Libro: ¿objeto de cultura o bien de mercado?

La empresa editorial es, querámoslo o no, una empresa. Media la manufacturación de un producto final tangible, intercambiable, valuable, vendible. Está, por lo tanto, sujeta a la economía y el costo financiero, a la variabilidad del mercado, a las leyes de la oferta y la demanda, a la realidad del «vil metal» sin cuya base no podría costearse la creación de libro alguno. Aceptar esta realidad para un bien que apreciamos tanto por su valor intangible (el texto, la palabra, la obra, todo lo que está más allá de la materialidad de la letra impresa) sigue siendo, en la actualidad, una ambigüedad que atormenta a quienes iniciamos nuestros pasos en el mundo editorial.

Más todavía cuando comenzamos a enumerar las características de ese algo intangible más allá del signo escrito material: que si es un objeto de cultura; que si es un instrumento de la educación y, con ello, de la luz, el conocimiento, la sabiduría. En nuestras culturas hijas de las religiones «del Libro», uno de los arquetipos de referencia obligatoria es, sin duda, la obra sagrada, el volumen en cuyas páginas abiertas se manifiesta la palabra divina, la intocable, la inalienable, la que se respeta al punto de no poder ser objeto del sacrilegio de nuestras anotaciones y subrayados.

Así, como lectores hemos crecido en el mundo del libro sagrado y del libro como el más elevado y prestigioso instrumento de la transmisión del conocimiento. ¿Cómo conciliar esta naturaleza con la realidad de la industria de la producción de libros? ¿Cómo pensar en libros contables, estrategias de mercadeo, regateos de derechos de autor, contabilización de ediciones frente a notario público, recuperación de la inversión… en fin, en rentabilidad? Primero, debemos exorcizar nuestros propios demonios internos. Antes de hacerlo, no podremos llevar ninguna empresa editorial a buen término.

Deja un comentario

Archivado bajo Ética, Comunicación, Edición, Empresa editorial, Libros, Responsabilidad social

Responsabilidad social de la empresa editorial

La editorial es una de las empresas culturales con mayores oportunidades de servicio, dados sus alcances, sus posibilidades, la inclusividad de sus tecnologías, su propia naturaleza. La editorial es también una de las empresas culturales por excelencia de la educación, de la transmisión de conocimiento, de la promoción del saber y de la difusión de las formas de pensamiento constitutivas de las sociedades, de la humanidad presente y futura, de los proyectos de nación, del desarrollo y del bienestar general. El libro es más que un objeto de cultura: es uno de los componentes básicos de la evolución humana.

De esta manera, la empresa editorial es un instrumento de la difusión de ideas, de la propagación de ideales, del esparcimiento de propuestas para mejorar la realidad inmediata de sus lectores y de la sociedad en la que viven. Tiene una responsabilidad social indiscutible, incluso si ha elegido lo opuesto: aunque sus fines fueran exclusivamente lucrativos, nadie que compre y lea sus libros quedará incólume y, por lo tanto, lo que en esas páginas se diga y se reproduzca por miles tendrá también un impacto y unas consecuencias de las cuales el editor es, a su vez, responsable, debido a su participación en haber dado a conocer la obra.

Vista de esta manera, la rentabilidad económica es una manera de sostener materialmente la labor más elevada a la que se responde. La autosostenibilidad y el lucro de la empresa editorial no es un pecado: es un deber; es la forma de garantizar la capacidad material de seguir proporcionando un servicio al entorno. Sin dinero, no hay más libros; sin más libros, no se contribuye a la evolución humana. La decisión es simple, ¿no?

2 comentarios

Archivado bajo Ética, Comunicación, Empresa editorial, Ensayo, Libros, Lucro, Responsabilidad social, Servicio