En lo personal, creo que nada puede prepararnos para recibir comentarios sobre nuestro escrito. Confieso aquí que, a pesar de trabajar en corrección, de conocer todos los beneficios de los aportes de lectores externos, de participar de lleno en procesos de edición y de estar al tanto de la inevitabilidad del error, todavía rujo durante horas cuando alguien trata de cambiarle siquiera una coma a mis textos. Yo esperaría tener la madurez para aceptar la crítica sin remordimientos, pero no puedo evitarlo: mi ego se siente agredido y amenazado, con razón o sin razón, eso le importa poco. La reacción es inconsciente, es vehemente y, sobre todo, es visceral e incontrolable.
Visto así, como escritora, es que aprecio, valoro y recomiendo el uso de la diplomacia en el proceso de edición y corrección de textos. Nuestro trabajo es ser implacables, pero eso no significa que debamos hacerlo con grosería y falta de tacto.
Por eso, con base en mi experiencia, comparto estas diez recomendaciones —a modo de lineamientos— para comentar un texto:
- Se respeta y reconoce la labor ajena. Un texto es el resultado de un acto de investigación, creatividad y expresión. Quien escribe ha dejado de hacer algo abandonado en su vida por escribir ese texto. Reconozcamos y agradezcamos la puntualidad, dedicación y responsabilidad de quienes colaboran en nuestro equipo.
- El texto es de otra persona, no es nuestro. Se le revisa con su permiso y siempre desde lo que está tratando de expresar, ya sea que lo logre o no. Lo que el editor o corrector habría escrito es irrelevante. Lo que interesa es lo que ya escribió la otra persona y cómo puede mejorarse.
- Se corrige el texto, no se juzga a la persona. Al hacer las recomendaciones puntuales, siempre hay que redactar haciendo énfasis en el texto, en su relación con el público al que va dirigido, en los contenidos y su enfoque, en la gramática o la forma de expresión. No estamos juzgando a la persona ni la estamos calificando: el objetivo es pulir y perfeccionar el texto como el mejor producto que ese texto —con sus características e idiosincrasia— pueda ofrecer.
- Se corrige lo que se ha solicitado. Cada quien ha de atenerse a su función editorial y saber hasta dónde pueden llegar sus observaciones. No se vale ser especialista de contenidos y dedicarse a hacer corrección de estilo; o bien, señalar errores estructurales cuando la obra ya está en corrección de pruebas. No solo se invade el campo de otros profesionales —y a veces, con errores— sino que se desatiende aquello para lo que se le pidió criterio.
- Al fin de cuentas, la nuestra es una opinión. La edición no es una ciencia exacta. Tiene mucho de opinión, enfoque, subjetividad. Se arraiga en la experiencia personal, en la formación académica, en los intereses y hasta en las ideologías y discursos que nos atraviesan. Reconocerlo y hacerlo explícito al hacer nuestros comentarios es beneficioso, porque hacer observaciones es iniciar un diálogo, no crear un pulso de poder. Esta técnica contribuye a que las observaciones no se perciban como un ataque y permite que el autor las analice con una actitud más receptiva.
- Pero es una opinión fundamentada. Toda observación deberá estar respaldada por argumentos válidos y, cuando sea necesario, documentación o bibliografía especializada. No se trata de ejercer el gusto o la preferencia personal, sino de recomendar lo que resulte mejor para el texto y la publicación, siempre tomando en cuenta la norma lingüística, la línea editorial y las características del público lector.
- Se señala el problema y se ofrece la solución. La crítica por la crítica es un acto de arrogancia y exhibicionismo. El protagonista aquí es el texto que se corrige, en función de la editorial y del lector; a nadie le interesa la erudición del editor o del especialista en contenidos. Por lo tanto, siempre que se señale un error ha de ser porque existe y se conoce la manera de mejorarlo a través de una alternativa viable, respetuosa y compatible con el estilo de la obra.
- Hay que saber cuándo parar. Corregir puede ser un vicio y, si nos ponemos a hilar fino, todo se puede corregir. Es un texto ajeno y que no se puede reescribir indefinidamente. Por eso, se eligen las batallas, se corrige lo esencial y se deja lo demás legible, pero bajo la responsabilidad del autor, no la nuestra.
- Se destacan las virtudes del texto. Si algo durante la lectura nos impacta de manera positiva, no está de más decirlo. Será un pequeño bálsamo para el ego del autor en medio de tantos tachones y comentarios adversos.
- Se elabora una síntesis. Antes de devolverle el texto al autor, tan lleno de observaciones que se le pueda hacer irreconocible, vale la pena hacer un breve resumen de los aspectos generales y, de manera diplomática, indicar las razones para las sugerencias puntuales. Esta síntesis debe comenzar por destacar los aciertos y méritos del texto. De esta manera, el autor sabrá que no se le ha juzgado y que su obra no es una basura lista para descartar. Comprenderá el mensaje correcto: es un texto perfectible, dentro de una cadena de producción y requiere de ajustes que le ayudarán a aumentar su calidad.
Debo insistir en el tema de hacer explícitas las virtudes y logros del texto. Como norma general, nos centramos en marcar error tras error y, al final, olvidamos decirle al autor que, después de todo, su texto vale la pena y, quizás, hasta tenga el potencial para ser un nuevo hito editorial.
El silencio no es un elogio. Siempre habrá algo que podamos rescatar del material leído. Tal vez está lleno de entusiasmo; quizás ofrece una visión fresca pero desordenada; a lo mejor es ameno y entretenido, pero le falta profundidad y fundamento. No importa cuál sea su virtud, conviene encontrarla, porque esta persona ya entregó muchas horas de su vida a escribir y, con nuestras observaciones, le estamos pidiendo que dedique otras tantas a reescribir. Lo menos que podemos hacer es enfatizar por qué vale la pena el esfuerzo.
Por último, hay una máxima inevitable: el autor puede estar en desacuerdo con nuestras observaciones. Hemos de prepararnos para escuchar sus contrargumentos, aceptar sus razones y llegar, por la vía de la negociación, a un punto medio que satisfaga a ambas partes. El texto es del autor, pero el respaldo de calidad es el de la editorial; de ahí que lograr un equilibrio entre las intenciones de ambos sea crucial en el proceso de publicación.
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