Archivo mensual: enero 2011

La revisión fría tras el furor de la primera escritura

No sé cómo lo experimentan otros escritores, pero para mí, el acto de escritura es un viaje de adrenalina. Me emociono, me salgo de mí, puedo entrar en un frenesí y subirme hasta una nube de emoción y asombro ante las palabras que se suceden en la página en blanco. El instante mismo de finalizar el primer bosquejo de cualquier escrito es un momento de furor, un instante en donde el texto es un hijo bello y milagroso por la sola razón de existir.

Pero al igual que todos los recién nacidos, el padre o la madre del texto es incapaz de verle la piel morada y arrugada, los ojos cerrados, los movimientos torpes… “No hay novia fea ni muerto malo”, reza el dicho popular; tampoco hay texto malo, añadiría yo, cuando hablamos de una primera versión ante los ojos de su progenitor.

Por eso deben transcurrir las horas, los días, las semanas, los meses… Cuando el furor desaparezca y baje la adrenalina, solo entonces podrá el autor distanciarse de aquel hijo que se le antoja perfecto, sin errores, sin necesidad de pulimento.

Ya no lo verá como un recién nacido, frágil e intocable. Lo reconocerá como un adolescente en vías de desarrollo, lleno de palabrotas e impertinencias, con actitudes inmaduras y osadías surgidas de la ignorancia, con granos en la cara y dientes torcidos… Sí. Será necesario cortar, corregir, añadir, eliminar, cambiar de lugar, reformular, reestructurar, llenar vacíos, resolver problemas…

Durante las horas, días, semanas o meses transcurridos entre la primera escritura (también léase traducción, corrección, edición) la mente de uno ha tenido tiempo para seguir trabajando con las palabras, para encontrar soluciones nuevas, para captar una mejor manera de expresar con toda perfección aquella idea precisa que no se había podido enunciar así de bien la primera vez.

Sirve leer en voz alta; hablar con otros; contar lo que se ha escrito; dárselo a leer a amigos sinceros, lectores expertos y editores. Todo es válido en este proceso intermedio. Pero, sobre todo, el escritor ha de tener un profundo deseo de mejorar y la humilde aceptación de la necesidad de esa mejora.

Cuando el furor haya pasado, cuando la emoción se haya disipado, cuando solo quede la fría luz de la consciencia despierta y lista para reconocer al producto de su acción creativa tal y como es, solo entonces podrá iniciar la etapa de reescritura y perfeccionamiento de donde saldrá, tras mucha paciencia, el verdadero texto.

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Recomendaciones bibliográficas: Diccionario de uso de María Moliner

El pasado 23 de enero se cumplieron treinta años de la muerte de María Moliner, mujer extraordinaria cuyo “único mérito”, decía ella, había sido su diccionario. Sin duda no fue ese el único mérito de su vida, pero la suya es una de las obras más novedosas de la lexicografía española contemporánea y una obra imprescindible en la biblioteca de editores, escritores y correctores.

La primera edición del diccionario tomó quince años y vio la luz en 1966 y 1967. La autora siguió trabajando hasta su muerte en 1981, sin ver la segunda edición. Con base en sus lineamientos y correcciones, a través del Seminario de Lexicografía creado en 1994, la Editorial Gredos publicó la segunda edición en 1998.

La tercera y más reciente edición vio la luz en 2007, cuarenta años después de la primera versión de esta obra. La tercera edición respeta la estructura y el espíritu de la obra original, pero revisa la notación, actualiza los contenidos, se adapta a las nuevas condiciones sociolingüísticas de la época y emplea las tecnologías lexicográficas disponibles, como los corpus informatizados y otros recursos de la Red.

Esta edición se compone de 90 045 entradas y casi 190 000 acepciones y subacepciones, según declara en su prólogo. Se le añaden apéndices de mucho valor, como el apéndice III, con más de 4000 topónimos y gentilicios, que se le añade al ampliado y revisado de nombres botánicos y zoológicos.

Además incorpora un amplio vocabulario para referirse a las nuevas tecnologías, música actual, terapias alternativas, medicina y cosmética, deportes y gimnasia, otras culturas, alimentación y platos exóticos, vida económica y política, coloquialismos y gran cantidad de americanismos.

La versión digital también ha sido mejorada para la tercera edición. Su primera ventaja es que está disponible para tres plataformas: Windows, Macintosh y Linux. El programa es mucho más estable y versátil que la versión previa; una herramienta valiosísima para buscar con otros criterios además del alfabético: terminaciones, inicios de palabra, nombres científicos, etimologías, categorías, áreas de uso, especialidades, registro, vigencia… El buscador es complejo y requiere de una curva de aprendizaje; aun así, es un valor agregado para una obra ya de por sí monumental y de utilidad innegable.

Este es uno de esos diccionarios que debe verse como inversión y no como gasto (aunque claro, es una inversión cuantiosa, no lo niego). Si no tiene la posibilidad de comprar la versión en papel, al menos haga el esfuerzo de obtener la versión digital, o visite una biblioteca cercana. Esta obra no debería faltar en los estantes de referencia de las editoriales, bibliotecas (cualquiera que sea su especialidad), correctores, editores, traductores, especialistas en lengua y cualquier personas cuyo interés en el campo de la palabra trascienda la mera curiosidad.

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Con respecto a las características y funciones de los diccionarios de uso, ver “Esta palabra no está en el diccionario…”.

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Figuras demasiado grandes

Este artículo complementa el anterior, “Recomendaciones básicas para el uso de imágenes en documentación técnica”.

Algunas figuras pueden ser demasiado grandes: esquemas que no caben en el ancho de la página, diagramas que requieren de varias páginas…

En estos casos, las recomendaciones de Judith A. Tarutz (1992: 247) son las siguientes:

  1. Si es necesario y posible rotar la ilustración, se debe girar 90°. Para rotar la imagen, se siguen algunas reglas:
    • La parte superior de la ilustración siempre debe quedar del lado izquierdo de la página, de tal manera que el lector siempre pueda rotar el libro en la misma dirección.
    • El pie de la figura debe tener la misma orientación que la figura, de tal modo que el lector pueda abarcar ambas (figura y pie) con la mirada.
    • No se giran los elementos fijos de la página (encabezado, pie, número de página).
    • Algunas casas editoriales establecen en su manual de estilo que se deben eliminar todos los elementos de texto en las páginas giradas.
  2. Divida la ilustración en varias páginas continuas. Rotúlelas adecuadamente; por ejemplo, con números encerrados en globos, para indicar cómo se conectan las ilustraciones. Estas ilustraciones son difíciles de leer, pero el recurso puede ser práctico.
  3. Separe la ilustración original en dos o más ilustraciones más pequeñas y focalizadas. Se puede elaborar una ilustración general y mostrar el detalle de cada sección en ilustraciones adicionales. Esto también puede ayudar a obtener ilustraciones más sencillas de descifrar y con mayor legibilidad.

Si la ilustración realmente es demasiado compleja y grande, siempre existe un último recurso para el editor: hablar con el autor y valorar, conjuntamente, si la ilustración en verdad es el medio de comunicación más eficaz para el texto.

Referencia

Tarutz, J. A. (1992). Technical Editing. The Practical Guide for Editors and Writers [Edición técnica. La guía práctica para editores y escritores]. Reading, Massachussetts: Addison-Wesley.

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Recomendaciones básicas para el uso de imágenes en documentación técnica

La edición técnica se encarga de publicaciones no literarias en donde son frecuentes los manuales, las obras didácticas, la documentación oficial y muchas otras formas de publicación que rodean nuestra vida cotidiana.

Las ilustraciones e imágenes en este tipo de publicación tienen requisitos propios. Para seleccionar, crear y revisar este tipo de ilustraciones, figuras o imágenes, conviene seguir algunas pautas o reglas básicas. En mi búsqueda por lineamientos lúcidos sobre el uso de imágenes en la documentación técnica, encontré las recomendaciones de Judith Tarutz, en su obra Technical editing. The practical guide for editors and writers [Edición técnica. La guía práctica para editores y escritores] (1992). Reproduzco aquí algunas de sus ideas con algunas adiciones mías; no es una traducción literal ni fiel al original.

¿Figura o ilustración?
Tarutz advierte que sí existe una diferencia entre ambos términos: una figura es una ilustración con texto (1992: 244). No obstante, en la práctica, no se distingue un significado especializado para estos dos vocablos. El Diccionario de la Real Academia los considera sinónimos en su acepción de “Estampa, grabado o dibujo que adorna o documenta un libro”. José Martínez de Sousa reserva esta definición para ilustración, la que, añade, es también una “Representación de objetos, personajes, paisajes, etc., relacionados con el texto” (1993: 439). A su vez, define figura como “Imagen que sirve para demostrar o describir una parte del texto, sin la cual este no se entendería o quedaría incompleto”. Añade que una figura también es un “Conjunto de líneas con que se representa un concepto o un objeto” (1993: 391).

Visto así, la ilustración es más general, está “relacionada con el texto” pero no es imprescindible para su comprensión. La figura, en cambio, muestra algo que el texto no puede mostrar y, por lo tanto, su relación es más estrecha.

Sin embargo, para efectos de exposición, aquí no haremos la diferencia entre figura e ilustración, y emplearemos ambos términos como equivalentes.

¿Cuándo se necesita una ilustración?
Las ilustraciones pueden complementar o reemplazar el texto. Se recomienda sugerir el uso de una ilustración siempre que sea necesario mostrar algo (Tarutz, 1992: 244); nunca por adorno o decoración. En un manual de laboratorio, por ejemplo, puede ser imprescindible mostrar los instrumentos de trabajo y su adecuada disposición. Esto no se puede explicar únicamente con palabras; el estudiante necesita verlo.

¿Qué tipo de ilustración se utiliza?
La variedad de ilustraciones en la edición técnica es muy grande y sería imposible catalogarlas todas aquí. En general, tienen en común el hecho de contribuir a lograr el cumplimiento del propósito de la obra. Si estamos elaborando el manual de un electrodoméstico, el objetivo del manual es que el usuario aprenda a utilizar todas las funciones de su nuevo, costoso y recién sacado de la caja juguete tecnológico. Si estamos elaborando un manual de laboratorio para una asignatura, el objetivo es lograr que el estudiante reproduzca exitosamente todos los experimentos. En ambos casos hay que poner tantas ilustraciones como sean necesarias para alcanzar el propósito.

Estas son algunas ilustraciones típicas de obras técnicas:

  • Diagramas de todo tipo (esquemas, diagramas de flujo, diagramas lógicos, esquemas de cableado)
  • Planos o dibujos arquitectónicos
  • Mapas
  • Dibujos tridimensionales
  • Gráficos e infográficos
  • Dibujos de línea
  • Modelos
  • Fotografías
  • Capturas de pantalla

En este tipo de edición abunda el dibujo técnico y especializado que debe seguir convenciones específicas según el área temática de la publicación. Por ejemplo, en una obra de ingeniería o arquitectura será necesario respetar las convenciones gráficas para la representación de texturas, materiales y una vasta simbología comprensible solo para los profesionales en el ramo.

En otras áreas, se requiere de un dibujo artístico de alta calidad, como la representación de plantas y animales, pero que además respete aspectos como el tamaño, la escala, el detalle y la precisión de las formas.

En una publicación del área de salud, los dibujos de la anatomía humana deben mostrar con claridad músculos, huesos, órganos… Lo mismo se aplica para la fotografía, muy a menudo carente de “belleza estética” pero cargada de información.

Recomendaciones para la selección y edición de ilustraciones

Estos son algunos de los consejos prácticos de Tarutz para el editor de obras técnicas. Ella los titula los “Dos and Don’ts” (algo así como “lo que se debe y lo que no se debe hacer”):

  1. Asegúrese de que la ilustración se relaciona con el texto.
  2. Verifique que el autor haya numerado las ilustraciones, que haga referencia a ellas dentro del texto y que haya escrito un pie descriptivo de cada una. No todas las obras necesitan que las figuras estén numeradas. Hay tres razones por las que se puede tomar la decisión de numerar las figuras:
    • Si la figura no está cerca del texto, la numeración le permitirá al lector relacionar la figura correcta con el texto que está leyendo.
    • La numeración facilita la inserción de figuras en el texto durante el proceso de armado o maquetación de la obra (diseño gráfico).
    • Se facilita la creación de una lista de figuras al inicio de la obra y de las listas de créditos de imágenes.
  3. Verifique la pertinencia de la ilustración como apoyo del texto. Debe reforzar el texto en lugar de contradecirlo.
  4. Al revisar o proponer las ilustraciones, enfóquese en aquello que debe ser mostrado. Si el propósito de una figura es señalar la localización de la tecla “Esc” en el teclado, no se necesita mostrar en la ilustración el monitor, el escritorio y la silla; basta con mostrar el teclado y la posición exacta de la tecla.
  5. Rotule debidamente las ilustraciones que lo requieran, especialmente las que utilizan símbolos, sombras y patrones.
  6. Los textos explicativos o descriptivos de la ilustración deben ser legibles, claros y consistentes.
  7. Compruebe que la ilustración sea fácil de interpretar por parte de los lectores. Una ilustración muy compleja o que no se entiende es inútil.
  8. No asuma que las conexiones entre la ilustración y el texto son obvias. Siempre hay que decirle al lector qué ver en la ilustración. (Tarutz, 1992: 244).

En síntesis
La ilustración en la edición técnica (entendida la ilustración como cualquier figura, diagrama o fotografía necesaria para la comprensión del texto) debe seleccionarse y elaborarse dándole prioridad a la legibilidad, la exposición, la precisión y la comunicación evidente de aquello que no se puede describir y que solo se puede mostrar.

Todo lo demás (obra artística, decorativa, caprichosa o por simple ocurrencia) sobra.

Lista de referencias

Martínez de Sousa, J. (1993). Diccionario de bibliología y ciencias afines (2.a ed.). Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez y Ediciones Pirámide.
Tarutz, J. A. (1992). Technical Editing. The Practical Guide for Editors and Writers [Edición técnica. La guía práctica para editores y escritores]. Reading, Massachussetts: Addison-Wesley.

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Esa palabra no está en el diccionario…

“Esa palabra no está en el diccionario; por lo tanto, no existe”. Los especialistas en lengua escuchamos esta expresión a menudo.

El usuario común con frecuencia emplea el diccionario como la máxima fuente de autoridad para decidir cuáles vocablos “existen” o no en nuestra lengua. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo todo diccionario tiene muchos paralelos con el libro que en nuestro imaginario colectivo es la representación arquetípica de la autoridad: la Biblia. Para un usuario común, el diccionario se muestra como una obra anónima (nadie sabe quién lo hizo en verdad, bien podría haber sido Dios), circula entre nosotros desde hace siglos, es tan voluminoso como una biblia y tiene el respaldo de un órgano supremo de autoridad que es la fuente de la ley (para la Biblia, Dios; para el diccionario, la Real Academia).

Pero la realidad de la lengua es otra: cientos de palabras ven la luz diariamente entre los más de cuatrocientos millones de hablantes de español alrededor del mundo. La vida, las tecnologías, las necesidades de comunicación… todo cambia. Las palabras también necesitan adaptarse a la vida; no pueden quedarse rezagadas en describir un mundo desaparecido hace siglos mientras hay personas vivas, aquí y ahora, tratando de hacerse entender entre ellas.

Para que una palabra vea la luz y permanezca en la lengua, debe reunir al menos tres condiciones no obligatorias ni exclusivas:

  1. Derivar naturalmente de las reglas de formación de palabras en su lengua. Los morfemas (esas pequeñas partículas que se adhieren a los núcleos semánticos de las palabras) son modificadores versátiles y utilísimos. Así, un sustantivo se toma en préstamo de otra lengua, como blog, y pronto los usuarios se ven en la necesidad de crear un verbo para describir la acción de publicar artículos en blogs: bloguear.
  2. Ser adoptada por un número significativo de hablantes. A veces es difícil rastrear quién fue el primero en usar una palabra. Quizás no fue una sola persona, sino muchas a la vez; porque las palabras se crean según una lógica coherente. Pero cuando el uso de un vocablo se ha extendido lo suficiente, adquiere identidad y se filtra en el hablar por derecho propio. Por “número significativo” no me refiero a un grupo de académicos en los corrillos de una pequeña universidad y todos sus desafortunados estudiantes, o a los integrantes de algún grupo suburbano. Me refiero a masas de hablantes, a una palabra empleada cientos de miles de veces sin cuestionamiento, a algo que deja de “sonar mal” y pasa a ser algo que “se dice así”.
  3. Tener difusión en el espacio y en el tiempo. Si las palabras no encuentran hablantes nuevos para seguir siendo enunciadas, su vida puede ser efímera, quizás hasta desaparezcan antes de ser registradas por un diccionario. Por eso, tantos escritores tienen éxito en inventar palabras: si sus obras se difunden (ya sean best sellers o long sellers), sus neologismos se difunden con ellas. Isaac Asimov contaba entre sus méritos haber acuñado el término robótica.

Solo cuando una palabra ha sobrevivido estas tres condiciones, la última especialmente, puede ser que se abra paso hasta la pluma de algún lexicógrafo (los especialistas en el estudio del léxico; es decir, de las palabras) e ingrese en la próxima edición de algún diccionario.

Por esa razón, cuando un científico de la lengua toma el diccionario para buscar una palabra, no dice “esta palabra no existe”, sino “esa palabra no ha sido registrada en este diccionario”.

Y es que no existe tal cosa como el Diccionario (con mayúscula, un diccionario total) en donde esté registrada la Lengua (también con mayúscula, como si fuese una entidad universal y divina). Nuestros diccionarios son la obra minuciosa de hombres y mujeres que pacientemente bucean en toda clase de fuentes orales y escritas en su cacería de palabras “nuevas”, todavía no registradas. Aunque las primeras versiones de un diccionario pueden ser hijas de una sola alma dedicada, como el célebre diccionario de María Moliner, con el tiempo pasan a formar parte de la herencia cultural y quedan bajo el cuidado de equipos de personas que cambian con los años y se suceden unas a otras.

Los diccionarios académicos –es decir, los diccionarios bajo el cuidado y la autoridad de una academia de la lengua– son los más conservadores de todos: el ingreso de palabras nuevas puede tomar décadas y la salida de palabras obsoletas toma siglos. De ahí que estas obras, aun cuando ostenten la máxima “autoridad” en el mundo de los diccionarios, son también las menos confiables para afirmar si una palabra “existe” o no en una lengua.

¿Qué hacer entonces si la palabra no aparece en el diccionario de la Real Academia? En mi caso, suelo hacer lo siguiente, en este orden:

  1. Consulto diccionarios de uso: Diccionario de María Moliner (Gredos), Diccionario de uso del español de América y España (Vox) y Diccionario de uso del español actual Clave (SM).
  2. Si la palabra no aparece, consulto los corpus de la lengua: grandes bases de datos que reúnen palabras en su contexto. Tienen el inconveniente de estar limitados a las posibilidades del equipo de investigadores que los mantienen y a la actualización de las fuentes que empleen. Hay tres muy útiles y en línea: el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), ambos de la Real Academia Española, y el Corpus del Español de Mark Davies.
  3. Si aún así no aparece, utilizo Google y empleo mi mejor criterio para interpretar la información estadística de este buscador. Hay que descartar la aparición de vocablos similares pero no idénticos, el uso del vocablo bajo acepciones distintas a la usada en el manuscrito y el uso del vocablo en contexto. No basta con decir “hay tantas apariciones” y dar esto como dato final.
  4. Y si aún así no aparece… hay que acudir a los métodos del investigador minucioso: buscar hablantes, entrevistar gente, tratar de averiguar qué significa y cómo se usa… La imaginación es el límite para el investigador insaciable.

Al final del día, el objetivo del corrector será determinar si esa palabra extraña y ajena a sus oídos –que ha emergido en el borrador de una obra con aspiraciones de publicación– realmente existe fuera del manuscrito y es, en efecto, una palabra viva, nueva, lista para darse su lugar en el mundo escrito. Solo pasadas las pruebas, se podrá afirmar con certeza cuáles palabras deberán corregirse sin misericordia: las que sí son deformaciones hijas de la ignorancia y de la pereza por averiguar cuál era la mejor manera de expresarse en la lengua de uno.

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