La escritura sin plazos, sujeta al susurro de las musas, dependiente del estado de ánimo y del talento crudo solamente existe en las obras inacabadas de los escritores novatos y en los románticos estereotipos sobre la poesía. Quienes ejercen la escritura como una labor remunerada tienen una fecha de entrega y no pueden desperdiciar sus recursos en una inspiración a la deriva que cambie con el viento. Tampoco sus editores. Se necesita un plan. Un plan que no solo incluya los contenidos del texto, sino que sirva como guía durante el proceso de redacción, revisión, seguimiento, aprobación y publicación.
El plan de la obra, ya sea para una novela, una obra de divulgación científica o una tesis, es muy similar a jugar con un lego antes de poner los cimientos de una construcción: da la oportunidad de imaginar con lujo de detalles cómo será el resultado final, aun cuando en el camino se hagan modificaciones y surjan nuevas e irresistibles ideas.
El planeamiento es un tiempo de mariposeo, búsqueda, acumulación. Se juega con las posibilidades porque todavía no se han tomado las decisiones. Los personajes son libres de hacer casi cualquier cosa; no tienen carácter, historia personal, penurias, retos ni metas. Los mundos apenas están tomando forma. No hay mapas, no hay obligaciones, no hay reglas… Se están creando las reglas. Son las aguas del Génesis: el huevo cósmico apenas comienza a dividirse y el Verbo divino susurra los primeros sonidos de su palabra creadora.
Diseñar un plan de obra no es una tarea fácil. Requiere capacidad de proyección, práctica y dominio del oficio. Cuanto más tangible y detallado sea el plan, más se facilitará el proceso siguiente. Esas propuestas de obra de media página, con escuetos títulos sin descripción alguna, distan mucho de ser un verdadero plan de trabajo. Siguen siendo una idea abierta, tentativa, informe que puede tomar cualquier dirección durante su realización.
El verdadero plan de obra es una preescritura esquemática. Hay que proyectar la obra completa. Si es narrativa ficcional, se imaginan con lujo de detalle todos los acontecimientos, los personajes, quién hace qué y cuándo, dónde están los puntos de giro, cuáles serán las decisiones trascendentales, el momento del clímax… Si en el capítulo 15 del plan tuvo una mejor idea que obliga a cambiar todo desde el capítulo 1, nada pasa: devuélvase, modifíquela y siga adelante. ¿Se imagina hacer eso cuando ya lleva 40 000 palabras escritas de la obra, casi llegando al final?
Si se trata de una obra académica, el plan puede ser todavía más detallado: apartados, subapartados, ejemplos, citas de autoridades, exposición de las pruebas, plan para la recolección de datos y su exposición, recursos adicionales, fotografías o esquemas por dibujar, las micropartes del texto… En la obra académica intervienen muchos lectores: directores de tesis, especialistas de contenido, evaluadores, coautores, colaboradores; todos deben poderse imaginar la obra desde el esqueleto para hacer recomendaciones útiles.
La extensión del plan varía, pero puede llegar a tener una extensión de unas diez mil palabras (25 a 30 páginas). Eso dependerá de usted, su capacidad de previsión, cuán madura tenga la idea y, desde luego, el tamaño de obra que proyecta escribir. El plan de un ensayo de 15 páginas es distinto al de una novela que deba tener unas 50 000 palabras o una tesis que, según el grado, varía entre las 150 y las 250 páginas (si es de 500, ya es una tesis doctoral). Y no se engañe: el plan no le va a tomar una tarde. Los estudiantes de tesis que siguen dando tumbos, sin definir su idea difusa de proyecto, a veces no tienen idea de que están todavía en esa fase de planeamiento… aunque hayan pasado años. Y escribir una novela, si se hace bien, puede requerir tanta o más investigación que una tesis.
Cuando el acto de escritura propiamente dicho ha comenzado, no hay más tiempo para perderlo en Google, viajes o bibliotecas. La escritura debe ocurrir sin dilaciones: se acabó el tiempo de soñar. Todo lo que necesite para escribir deberá estar a mano en su mesa de trabajo para ese momento glorioso en que la obra deja de ser idea y se convierte en frenesí de palabras que brotan sin cesar.¿Que hoy no sabe sobre qué escribir? Lea su plan, elija el tema con el que mejor vibre hoy, revise sus notas, relea sus archivos y ¡mándese! ¡Escriba! Malas o buenas, es mejor apegarse a las decisiones previas. Ya vendrá después la reescritura. Para reescribir primero hay que escribir.
Si usted quiere abandonarse a la deriva de la inspiración del momento, por mera satisfacción, sin ansias de publicar, sin una fecha de entrega, sin un producto en la mira… quizás planificar no sea para usted o para esa obra en particular. En cambio, si tiene un proyecto tangible, y quiere –o debe– terminarlo en un plazo definido, no hay excusas para saltarse este paso. Pero no me crea a mí: experiméntelo. Hágalo cuando menos como ejercicio para refinar el oficio y luego cuéntenos sus resultados.