Archivo mensual: julio 2010

Los "libros mejorados": nuevos modelos de edición electrónica

Los libros mejorados –traducción de su nombre en inglés, enhanced books– son la mayor preocupación de los editores en este momento de la historia. En términos generales, un libro mejorado es un libro electrónico con adiciones multimediales: además de texto y fotografías, incluye cualquier recurso audiovisual que se pueda crear con la tecnología vigente. Esta definición es muy amplia; los editores y los autores de la industria editorial se están haciendo preguntas esenciales: ¿qué es realmente un libro mejorado? ¿Hasta dónde debe llegar? ¿Basta añadir un video o una pista de audio para “mejorar” un libro? ¿Cómo puede sacar provecho un autor del concepto de libro mejorado?
Este año 2010 está viendo las primeras propuestas de modelos del libro mejorado, alguna de ellas, o acaso todas, se ganará el corazón de los lectores y, con ello, vencerá en las estanterías virtuales.

Por ahora, podemos mencionar dos tipos: el texto con adiciones y el libro cuyo diseño es inseparable de su propuesta de “mejora”.

El texto con adiciones multimediales
Un buen ejemplo es la novela de Nick Cave The Death of Bunny Munro (La muerte de Bunny Munro), publicada por Canongate en 2009. La versión e-book fue especialmente adaptada para ser vista en el iPhone y iPod Touch. Además del texto íntegro de la obra, incluye una banda sonora original, el audiolibro sincronizado con el texto y extractos del texto leídos por el autor.

Esta propuesta sigue siendo tradicional: el texto se entiende como un producto en sí mismo acompañado por otros medios que son accesorios a la historia narrada de manera verbal.

El libro cuyo texto y adiciones son interdependientes
Sin duda la historia reconocerá como pionera la obra The Elements (Los elementos), de Theodore Gray, el primer e-book que saca partido de manera inteligente y elegante de la tecnología introducida por el iPad a la industria del libro.

Mis palabras se quedan cortas ante la demostración del autor en el video promocional. Baste decir que la propuesta de Gray abre posibilidades en el diseño de libros de texto de todas clases. Puedo imaginar un e-book como The Elements pero de aves, o una guía de plantas, o incluso una obra lingüística. [Ya habría querido yo estudiar el alfabeto fonético internacional con los sonidos exactos expresados por hablantes de diferentes zonas, más animaciones tridimensionales de los puntos de articulación en el aparato fonador].

Y para quienes digan que producir este tipo de obras toma tiempo y es costoso, que sí lo es, las cifras de ventas le convencerán de reconsiderar su posición: 75 000 copias vendidas hasta la fecha a través de la tienda de programas de Apple, a un precio de $13.99.

¿Cómo se diseñó The Elements?
Theodore Gray, el autor de esta obra revolucionaria, lleva años coleccionando elementos químicos: metales, rocas, esculturas, partes de aeronaves… cualquier instrumento u objeto que pueda funcionar para comunicar y enseñar mejor lo que es un elemento químico.
Lo que se inició como una sencilla colección se convirtió en una potencial herramienta didáctica. La gran pregunta que se hacía Gray era muy simple: “¿De qué manera comunico esto?”. Esta pregunta lo llevó a experimentar con diversos medios –sitio web, afiche (normal y 3D), libro…– y solamente hasta este año 2010, con la llegada del anticipado iPad, encontró la que le parece la mejor manera, hasta la fecha, de hacerlo. [Después de ver la versión e-book the esta obra, solo nos faltaría estudiar los elementos químicos a través del holodeck de StarTrek].

No digo más. Observe el video y saque sus propias conclusiones.

http://www.youtube.com/v/nHiEqf5wb3g&hl=es_ES&fs=1

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El avance inminente del libro digital

Una noticia ha conmocionado la industria editorial norteamericana: Amazon anunció que ha vendido más e-books que libros en tapa dura durante el segundo trimestre del año 2010. Las cifras incluyen todos sus e-books, no solamente los vendidos al Kindle, y ha sido confirmada por los editores.

¿Qué sucedió en el año 2010 para cambiar el panorama de la edición de libros electrónicos en tan solo unos meses? La respuesta salta a la vista para quienes hemos seguido las noticias editoriales: el iPad. Apenas en enero de este año, el iPad no tenía nombre, existía solamente en rumores y circulaba en internet como el esperado producto al que, se decía, Steve Jobs no había aprobado todavía porque demandaba “un producto que sirva para algo más que revisar el correo electrónico en la tina”.

Más de tres millones de iPads vendidos después, el impacto en el mercado es ahora tangible. Amazon y Barnes and Noble han reducido casi a la mitad el costo de sus e-readers. Anuncio, quizás inevitable, de que el e-reader como aparato dedicado exclusivamente a la lectura de libros, con sus limitaciones de color (texto gris sobre fondo gris), podría estar destinado a desaparecer.

Al circular entre los foros de usuarios del iPad se pueden leer anécdotas de todas clases. Como media general, basta utilizar el “jueguete” durante media hora para desearlo compulsivamente. Algunos escritores ya están empleándolo como medio de investigación, por su versatilidad para navegar en la Red. Incluso los temores del teclado táctil se han disipado: hay quienes afirman que escriben más rápido en el teclado del iPad y, por eso, lo aman.

Los editores de vanguardia están con las antenas en estado de alerta. Siempre se supo que la llegada del e-book era inevitable, pero todavía no había sido inventado y comercializado el gadget que pudiera revolucionar la industria, como lo hicieron en su época el CD frente al LP, o el MP3 frente al CD. Ahora, con el iPad, se tiene un modelo exitoso que ganó la batalla gracias a su anticipación y logró imponerse a modo de prototipo de lo que será la lectura de libros del futuro.

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Los diarios: campo de entrenamiento para la escritura

La escritura diaria es una de las estrategias básicas para el entrenamiento en el uso de la palabra. Cuando llegamos a este punto, hay quienes se preguntan: “y ahora, ¿sobre qué escribo?”, quizás con la falsa idea de que cada día deberá escribir un cuento o una novela nueva.

Uno de los instrumentos para entrenar la habilidad de expresarse mediante la palabra escrita es el empleo del diario. Tiene muchas ventajas: no tiene principio, ni final; no existe la presión de una cantidad límite de caracteres; no hay lectores a quienes complacer; no hay editores con sus reglas y demandas. Es una zona de entrenamiento en donde el aspirante a escritor se ejercita en el difícil arte de transformar sus pensamientos en palabras.

La escritura tiene mucho de tekné. Es una habilidad cuyo refinamiento solo se alcanza con la repetición y la realización. No se puede aprender a escribir sin escribir. Se engañan quienes afirman que leer –y solo leer, sin un ejercicio intermedio de la consciencia– aumenta el vocabulario y entrena para la escritura. Conozco lectores ávidos cuya ortografía y redacción no son mejores a pesar de las muchas novelas recorridas.

Para hacer el salto entre la teoría y la escritura misma, precisa un esfuerzo consciente para forzar al mecanismo interno a ponerse en marcha. Se necesita observar y reflexionar; y luego de hacerlo, o al mismo tiempo, escribir. Escribir la lectura puede ser una trampa –o una vocación– en sí misma, como lo supo Roland Barthes, el célebre teórico francés para quien la lectura se co(n)fundió con la escritura hasta hacerse indistinguible el límite entre una y la otra.

Ahí, en ese punto, en donde un escritor novel o aspirante a escritor se encuentra en la fase de encontrar su voz única y personal, ahí los diarios resultan de una extrema utilidad. Tras muchos kilómetros de diarios, el escritor se ha leído a sí mismo y se ha aburrido de sí mismo en innumerables ocasiones; ha sido –merced de la palabra libre, no forzada, caótica si así lo quiere– muchos escritores; ha podido jugar a ser Balzac o Cervantes, ha garabateado versos como Calderón o Dante; ha soñado con prosas gitanas y fantasías tolkianas. En el diario, el escritor que así lo sabe aprovechar, se puede inventar y reinventar sin limitaciones.

Y entonces, una mañana cálida de verano o una medianoche de luna iluminada, un personaje o estilo literario tocará a su puerta –brotará del diario, se plasmará en papel– y el escritor sabrá, en verdad, quién es.

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Recomendaciones bibliográficas: Diccionario de ideas afines

Seguramente me faltan muchos diccionarios de sinónimos por conocer; pero, hasta la fecha, mi favorito es el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio, ya en su segunda edición (2007).

Este no es un diccionario de sinónimos en el sentido estricto. Es un diccionario ideológico; es decir, que agrupa las palabras según sus relaciones, no siempre de proximidad, sino incluso de total antagonismo (antónimos).

Recomiendo la obra de Corripio porque es una obra que parece sencilla –a primeras vistas no se distingue de un diccionario común de sinónimos– y, sin embargo, es una poderosa herramienta para visualizar grupos de ideas y campos semánticos. De esta manera, cuando se está escribiendo y, sobre todo, reescribiendo, este diccionario revela palabras, cercanas o concomitantes a aquella que primero ha venido a la mente; quizás garabateada en el primer borrador, pero todavía imprecisa, falta de elegancia o reiterada hasta el hartazgo en esas versiones primitivas y a veces vergonzantes de todo texto en sus primeras etapas de gestación.

El diccionario incluye unos 3000 artículos principales, cerca de 25 000 entradas secundarias y, en total, agrupa más de 400 000 voces. Se ve pequeño en el estante, pero es, lo digo por experiencia y no proselitismo, la mejor obra castellana en su género que ha llegado hasta mis manos.

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Speed Download: descargas sin frustración

Desde mis primeros años como usuaria de la red internet, uno de los peores problemas era la descarga de archivos. En aquellos remotos días, utilizaba una conexión telefónica lenta e inestable. Descargar 5 MB era una odisea y, a menudo era necesario iniciar la descarga varias veces por cualquier problema de conexión, perdiendo todo lo que se había avanzado.

Quince años después de aquellos tiempos fatídicos, las conexiones son más rápidas y seguras, pero siempre existen razones por las que una descarga puede fallar. Ahora ya no me enfrento a problemas con archivos de 5 MB. Ahora hablamos de archivos de 800 MB a 1,5 GB. Con mi conexión lenta para el mundo de hoy, esta clase de archivos puede representar cuatro, seis, ocho horas de descarga. Durante ese tiempo, múltiples situaciones se pueden presentar que obliguen a interrumpir la descarga y comenzar nuevamente.

En Macintosh, hay un programa imprescindible para todo usuario de internet acostumbrado a hacer descargas como estas: Speed Download. La popularidad de esta aplicación es innegable. En su sitio web aseguran que ha sido descargada unas veinte mil veces.

El problema de la descarga a través del navegador (Firefox, Safari) es que si se renuncia al programa, la descarga se detiene y, a menudo, es imposible recuperarla debido a errores irreparables.

El Speed Download administra las descargas de forma separada al navegador. Permite controlar la ubicación del archivo, cuándo se descarga y cuándo se deja de descargar. Además, tiene la capacidad para retomar el archivo luego de haber renunciado al programa, apagado la computadora o reiniciado la conexión de internet. Se pueden manejar varias descargas simultáneamente y ponerlas en pausa, a gusto del usuario.

Además, proporciona información útil, como el tiempo transcurrido y el tiempo estimado de descarga.

Esta es una de esas aplicaciones que puedo recomendar, aun en este blog dedicado a la edición, porque para quienes pasamos muchas horas dedicados a investigar en línea, la descarga de archivos es inevitable y Speed Download ahorra tiempo y elimina frustraciones.

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