Desde el 24 de setiembre hasta el 1 de octubre, se celebra la Semana de los Libros Prohibidos. Se recuerda así aquellas obras que por cualquier razón –política, ideológica, religiosa, racista o puritana– han sido censuradas.
La historia de la censura de libros se remonta más allá del siglo XX o la Edad Media. Hace más de dos mil años, según refiere Tácito, los romanos mandaron al fuego las obras de Cremuzio Cordo, un escritor que se atrevió a añorar en sus textos las costumbres del pasado y a criticar al emperador de turno, Tiberio (referido por Infelise, 1999/2004: 7).
El advenimiento de la imprenta fue visto con horror por una Iglesia acostumbrada a controlar el trasiego de la difusión de libros gracias a la industria del copiado, prácticamente un monopolio de los monasterios, y a perseguir cuanto libro atentase contra su hegemonía, como las primeras Biblias traducidas al occitano en territorio cátaro, trescientos años antes de la Reforma. Mientras que los cátaros fueron eventualmente erradicados, la Reforma triunfó gracias, en parte, a la imprenta.
En la actualidad, ya la circulación de libros no se mide en cantidad de ejemplares. ¿Cómo hacerlo?, si internet faculta toda clase de intercambios, legales o no, a pesar de las editoriales, los gobiernos y las iglesias fundamentalistas.
Al llegar al punto en que me uno a la libertad de leer, de repente recuerdo unos cuantos libros que he descartado por execrables, textos de valor cuestionable que habría preferido no haber leído jamás; el tipo de textos por los nada más se puede decir: “murió en vano el pobre árbol del que se fabricó su papel…”.
Estrictamente hablando, la edición tiene mucho de censura. Quien elige también descarta. Quien corrige tacha, rectifica, lee desde su propia visión y preferencias. Y después de todo, ese censor calificado y de gusto refinado también libera a la comunidad lectora de mucha basura.
Así, debatida entre la libertad de leer y mi censora interna (oscuro y espeluznante descubrimiento), le invito a celebrar la Semana de los Libros Prohibidos como mejor le plazca, mejor aún si es con un buen libro cuyas páginas algún gracioso se ha atrevido a mandar al fuego.
Referencia bibliográfica
Infelise, Mario (2004). Libros prohibidos: una historia de la censura (trad. Heber Cardoso). Buenos Aires: Nueva Visión. (Obra original publicada en 1999).
Sobre la Semana de los Libros Prohibidos
El evento es promovido por diversas asociaciones norteamericanas de libreros, bibliotecarios, escritores, editores y universidades. Se puede encontrar más información (en inglés) en el sitio de la Asociación Norteamericana de Bibliotecas (American Library Association, ALA). Esta organización dispone de una Oficina para la Libertad Intelectual (Office for Intellectual Freedom) que recopila listas de libros censurados con el fin de advertir sobre las acciones que atentan contra la libertad de expresión. Una lectura muy entretenida es la lista de 100 novelas clásicas del siglo XX que han sido censuradas alguna vez (en inglés, centrada en literatura norteamericana e inglesa).