Archivo diario: 24/07/2010

El avance inminente del libro digital

Una noticia ha conmocionado la industria editorial norteamericana: Amazon anunció que ha vendido más e-books que libros en tapa dura durante el segundo trimestre del año 2010. Las cifras incluyen todos sus e-books, no solamente los vendidos al Kindle, y ha sido confirmada por los editores.

¿Qué sucedió en el año 2010 para cambiar el panorama de la edición de libros electrónicos en tan solo unos meses? La respuesta salta a la vista para quienes hemos seguido las noticias editoriales: el iPad. Apenas en enero de este año, el iPad no tenía nombre, existía solamente en rumores y circulaba en internet como el esperado producto al que, se decía, Steve Jobs no había aprobado todavía porque demandaba “un producto que sirva para algo más que revisar el correo electrónico en la tina”.

Más de tres millones de iPads vendidos después, el impacto en el mercado es ahora tangible. Amazon y Barnes and Noble han reducido casi a la mitad el costo de sus e-readers. Anuncio, quizás inevitable, de que el e-reader como aparato dedicado exclusivamente a la lectura de libros, con sus limitaciones de color (texto gris sobre fondo gris), podría estar destinado a desaparecer.

Al circular entre los foros de usuarios del iPad se pueden leer anécdotas de todas clases. Como media general, basta utilizar el “jueguete” durante media hora para desearlo compulsivamente. Algunos escritores ya están empleándolo como medio de investigación, por su versatilidad para navegar en la Red. Incluso los temores del teclado táctil se han disipado: hay quienes afirman que escriben más rápido en el teclado del iPad y, por eso, lo aman.

Los editores de vanguardia están con las antenas en estado de alerta. Siempre se supo que la llegada del e-book era inevitable, pero todavía no había sido inventado y comercializado el gadget que pudiera revolucionar la industria, como lo hicieron en su época el CD frente al LP, o el MP3 frente al CD. Ahora, con el iPad, se tiene un modelo exitoso que ganó la batalla gracias a su anticipación y logró imponerse a modo de prototipo de lo que será la lectura de libros del futuro.

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Los diarios: campo de entrenamiento para la escritura

La escritura diaria es una de las estrategias básicas para el entrenamiento en el uso de la palabra. Cuando llegamos a este punto, hay quienes se preguntan: “y ahora, ¿sobre qué escribo?”, quizás con la falsa idea de que cada día deberá escribir un cuento o una novela nueva.

Uno de los instrumentos para entrenar la habilidad de expresarse mediante la palabra escrita es el empleo del diario. Tiene muchas ventajas: no tiene principio, ni final; no existe la presión de una cantidad límite de caracteres; no hay lectores a quienes complacer; no hay editores con sus reglas y demandas. Es una zona de entrenamiento en donde el aspirante a escritor se ejercita en el difícil arte de transformar sus pensamientos en palabras.

La escritura tiene mucho de tekné. Es una habilidad cuyo refinamiento solo se alcanza con la repetición y la realización. No se puede aprender a escribir sin escribir. Se engañan quienes afirman que leer –y solo leer, sin un ejercicio intermedio de la consciencia– aumenta el vocabulario y entrena para la escritura. Conozco lectores ávidos cuya ortografía y redacción no son mejores a pesar de las muchas novelas recorridas.

Para hacer el salto entre la teoría y la escritura misma, precisa un esfuerzo consciente para forzar al mecanismo interno a ponerse en marcha. Se necesita observar y reflexionar; y luego de hacerlo, o al mismo tiempo, escribir. Escribir la lectura puede ser una trampa –o una vocación– en sí misma, como lo supo Roland Barthes, el célebre teórico francés para quien la lectura se co(n)fundió con la escritura hasta hacerse indistinguible el límite entre una y la otra.

Ahí, en ese punto, en donde un escritor novel o aspirante a escritor se encuentra en la fase de encontrar su voz única y personal, ahí los diarios resultan de una extrema utilidad. Tras muchos kilómetros de diarios, el escritor se ha leído a sí mismo y se ha aburrido de sí mismo en innumerables ocasiones; ha sido –merced de la palabra libre, no forzada, caótica si así lo quiere– muchos escritores; ha podido jugar a ser Balzac o Cervantes, ha garabateado versos como Calderón o Dante; ha soñado con prosas gitanas y fantasías tolkianas. En el diario, el escritor que así lo sabe aprovechar, se puede inventar y reinventar sin limitaciones.

Y entonces, una mañana cálida de verano o una medianoche de luna iluminada, un personaje o estilo literario tocará a su puerta –brotará del diario, se plasmará en papel– y el escritor sabrá, en verdad, quién es.

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