Salud y escritura

En mi experiencia personal, no basta con hacer un horario, tener una disciplina diaria y sentarse frente a nuestros instrumentos de escritura para obligar a la inspiración a hacerse presente. También es indispensable una claridad mental sintonizada, en primer lugar, con el acto creativo de escribir y, en segundo, con el texto en proceso de elaboración.

Por “claridad mental” no me refiero aquí al estado normal bajo el que tomamos decisiones cotidianas como preparar el desayuno o ir al supermercado. Se necesita un cierto estado cognitivo en donde puedan crearse relaciones nuevas, traer a la consciencia palabras olvidadas, recrear situaciones, sintonizarse con personajes, evocar conocimientos, hacer investigación, sintetizar, expandir, explorar, disertar, discurrir… Hay gran cantidad de procesos creativos que intervienen en el acto de escritura y demandan un alto grado de lucidez; verdadera lucidez, no solo un estado de semiconsciencia despierta y activa.

Los síntomas de la falta de lucidez y concentración no siempre son tan evidentes como la fiebre, tos y retortijones estomacales. A veces se nota en actos sencillos, como retornar al Facebook o al Twitter una y otra vez, distraerse con facilidad, intentar escribir sin que ninguna palabra se asome, incapacidad para sintonizarse con las ideas desarrolladas en la última sesión de escritura, cabecear frente al teclado o el cuaderno…

Cuando estos signos se aparecen, es el momento de hacer un alto, observarse y correr un diagnóstico de la situación.

Un cuerpo al borde del sueño, con dolor de espalda, con lesiones graves o enfermedades de cualquier índole hace muy difícil la tarea de concentrarse a cualquier otro nivel. La fiebre y el dolor de cabeza impiden la concentración y la actividad mental, más todavía cuando se convierten en migrañas de horas de duración. Tales situaciones no se discuten: ¡a descansar, tomarse sus medicinas y recuperarse!

A veces el agotamiento no es muscular, sino el resultado de situaciones extenuantes a nivel emocional: problemas en el trabajo o con la familia, nuestras cuitas personales, la vida… Incluso situaciones de gran alegría y júbilo pueden robarse toda la energía creativa, como las primeras etapas de una nueva relación amorosa. El enamoramiento va acompañado de un paquete hormonal bastante difícil de combatir. Las horas libres que se podrían dedicar a la escritura suelen escurrirse en llamadas telefónicas, ensoñaciones amorosas, preparativos para la cita perfecta, conversaciones con las amigas o con los amigos (muy distintas entre sí, según sea el caso). Quizás sea imposible sintonizarse con el texto en proceso, pero tal vez se puede desahogar en un diario personal y, quizás, en el futuro, aprovechar esas impresiones frescas y genuinas para algún proyecto creativo. En tales casos, la escritura es una excelente herramienta de psicoanálisis y desahogo llano, aun cuando no se pueda encauzar por el rumbo deseado.

Otro estado alterado del equilibrio usual es, para las mujeres, el embarazo. Con un paquete hormonal poderosísimo —más fuerte todavía que el del enamoramiento—, se pasa del júbilo extremo e incontenible, en unos casos, o del estado de shock y la depresión, en otros, al cansancio absoluto, aparte de muy diversas transformaciones fisiológicas que pueden incluir, en algunos casos, enfermedades graves o de cuidado. Algunas mujeres describen un estado de adormecimiento mental que solo finaliza con el parto. No se me malentienda, no quiere decir que las mujeres embarazadas tienen algún tipo de discapacidad mental o algo similar (no demos pie a prejuicios innecesarios); pero la cantidad de horas de sueño aumenta —para atender las necesidades de formación de un nuevo ser humano—, las horas de lucidez y claridad se reducen y ese estado fisiológico de constante dormir se puede traer abajo las mejores intenciones de escritura. Esto sin mencionar la cantidad de energía y esfuerzos que forzosamente se dirigen a la llegada del bebé. Tales situaciones son extraordinarias y ocurren muy poco en la vida. Es mejor disfrutarlas y postergar la escritura un tiempo, en lugar de forzarla.

El agotamiento mental, aun cuando no esté ligado a ninguna enfermedad o estado alterado del organismo, es quizás el mayor enemigo de la rutina de escritura. Para una buena mayoría de las personas, los artificios de la palabra son una actividad marginal, realizada antes o después de la jornada laboral y de la vida familiar. Esas otras “vidas” son muy demandantes: obligan a tomar decisiones, realizar labores de muy diversa índole, enfrentar problemas de todas clases y, sobre todo, encauzar la energía mental según lo solicite el empleador. Al fin y al cabo, debemos alimentarnos y es difícil hacerlo si no se tiene un trabajo remunerado.

¿Cómo superar estas dificultades?

Un buen plan de escritura ha de contemplar siempre los contratiempos derivados de estados mentales adormecidos, alterados, aturdidos o sintonizados con otras necesidades diarias. Esto incluye una buena alimentación, ejercicio físico, respetar las horas de sueño y, en general, invertir en sostener una salud equilibrada. El esparcimiento también tiene una función: ayuda a combatir el agotamiento del sistema nervioso y sus síntomas, como la irritabilidad y dificultades para alcanzar un estado óptimo de concentración. Lejos de ser un desperdicio, esos tiempos de natación o de risas entre amigos pueden hacer más por una rutina de escritura que sentarse religiosamente a escribir y ver desvanecerse las horas sin resultado alguno.

Sin embargo, cuando entramos de lleno a un estado imposible de combatir, como una enfermedad grave, un enamoramiento brutal o un embarazo, a veces solo queda aceptar la realidad: ese no es el momento para garabatear más que algunas líneas y notas, en el mejor de los casos. En esa situación, más vale vivir la experiencia y recordarla muy bien. ¿Quién sabe? Quizás se convierta en objeto de un texto, una vez superada. Las muchas horas en un hospital, los ratos de delirio, las fiebres, las jaquecas, los partos, los amores imposibles… Todo está lleno de oportunidades, personajes y temas interesantes y, en esos casos, vivir y fijar en la memoria el momento puede ser el acto de escritura más provechoso y, a la larga, el más rentable. Porque no siempre el acto creativo de “escribir” consiste en trazar caracteres sobre la hoja en blanco. Soñar, filosofar y vivir también son actos creativos indispensables para las artes y oficios de la palabra.

4 comentarios

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4 Respuestas a “Salud y escritura

  1. Excelente disertación sobre el escritor y su circunstancia frente al proceso creativo

  2. Que decimos de: Hemingway-T.Williams-D. Parker-Lugones-B.Coutto-Capote-Dostoyeski-Kafrka-Maupassant, sólo por nombrar unos cuantos borrachos y atormentados…! Saludos.

    • Jacqueline Murillo

      Las enfermedades crónicas y las adicciones se vuelven parte de la vida cotidiana y, dentro de ese estado, los autores deben encontrar momentos de lucidez para dedicarle a su escritura. En el artículo destacamos periodos extraordinarios de la vida que pueden interrumpir una rutina diaria. Ya cuando se valora la vida íntegra de un escritor, como se hace en el comentario, hay que entrar en el análisis pormenorizado de los muy diversos periodos de vida y los ciclos salud-enfermedad-adicción de cada persona. No se puede afirmar, de ninguno de ellos, que haya pasado todos y cada uno de los minutos de su vida en estado de embriaguez o de enfermedad crónica. Más bien hubo periodos y ciclos; rutinas que incluían la embriaguez sin alterar, por ejemplo, sus relaciones laborales y periodos prolongados de enfermedades que llegan al punto de ser intolerables y de llevar a la muerte o al suicidio. En estado de coma o embriaguez total no se puede escribir; es físicamente imposible. Estos caballeros escribían en su tiempo de sobriedad o en etapas iniciales del estado etílico. También son conocidos, en muchos de estos casos, los periodos largos de condiciones de salud algo más favorables que permiten temporadas de escritura seguidas por periodos largos de ausencia total de escritura. No es que sea imposible escribir cuando se tiene una enfermedad de cualquier clase, enfermedades mentales severas incluidas, pero sin duda es mucho más difícil hacerlo. En cuanto a estos borrachos conocidos, tuvieron la lucidez suficiente para dejar una obra. Si hubiesen sido borrachos extremos, de los que toman día y noche, de los que viven en las calles, de los que toman hasta alcohol de fricciones para alimentar su adicción, quizás no conoceríamos sus nombres, como no conocemos los de muchos aspirantes a escritores que se quedaron ahí. Capote, mencionado en el comentario, pasó casi 20 años tratando de sacar una de sus novelas, tras el éxito de «In Cold Blood». Hemmingway sostuvo su trabajo como periodista, Kafka no dejó de ser empleado burócrata de día y escribía de noche. En sus días finales, tras una prolongada tuberculosis, aprovechó para escribir en sus diarios textos que luego sí adquirieron forma y se sentía extremadamente feliz de tener tanto tiempo libre para escribir (frente a su vida cotidiana, en donde el trabajo diurno demandaba casi todo su tiempo).

      En mi experiencia personal, cuando se tiene una condición de salud especial que merma las energías y obnubila la claridad mental y creativa, aún así hay picos de lucidez a ciertas horas del día, de la semana o del mes. En mi caso, aprovecho esos picos y, si es posible, trato de sostener una rutina de escritura a su alrededor. Pero a veces esos picos deben utilizarse para cumplir con responsabilidades laborales u otras tareas. De ahí que me parezca tan necesario insistir en reconocerlos para aprender a aprovecharlos; de la misma manera que es necesario reconocer cuándo —dentro de esa oscilación que es la propia salud— el acto físico de escritura se vuelve imposible.

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