Archivo diario: 22/02/2010

Escritura rupestre: ¿sistema de signos de 30 000 años de antigüedad?

Son bien conocidas las obras del así llamado arte rupestre: pinturas de eventos, acaso cotidianos, que han permanecido por periodos de hasta 30 000 años en las profundidades de algunas cavernas, principalmente en Europa. El origen de estas pinturas y cómo se realizaron habita en el reino de la especulación: ¿acaso formaban parte de rituales mágicos o iniciáticos? ¿Tenían el propósito de representar la vida ya existente o de crearla a partir de su representación?

Perdidos en estas interrogantes y fascinados por las figuras de bisontes, caballos y cazadores, los arqueólogos habían obviado unos pequeños símbolos abstractos, sencillos en sus trazos, que se encontraban en lugares menos visibles de las cavernas. Durante muchos años estos signos pasaron inadvertidos, hasta que la estudiante Genevieve von Petzinger, de la Universidad de Victoria en la Columbia Británica (Canadá), descubre con asombro que nadie se había tomado la molestia de comparar los signos de cavernas distintas y de sus diferentes periodos de tiempo. Así decidió plantear como su proyecto de maestría (bajo la dirección de April Nowell) la compilación, clasificación y comparación de todos los signos registrados en las cavernas de 146 sitios en Francia, en un período que va desde los 35 000 años hasta hace 10 000 años (25 000 años, en total).

Su descubrimiento fue asombroso: 26 signos, todos dibujados con el mismo estilo, se repiten una y otra vez en numerosos sitios. Más sorprendente aún: algunos aparecen reiteradamente en pares no azarosos y se mantienen sin variaciones durante miles de años.

La constante de estos trazos, los agrupamientos que se repiten en cavernas diferentes y su extraordinaria sencillez son evidencia (quizás la más antigua que tenemos hasta ahora) del desarrollo de signos abstractos que podrían utilizarse para la comunicación escrita, y del pensamiento simbólico que estaría detrás. Si bien estos signos no son figurativos en sí mismos, sí se ve un uso vinculado a las pinturas que sugeriría una escritura pictográfica a la cual era necesario añadirle conceptos abstractos.

Este descubrimiento se une a otros recientes hallazgos que indican la posible existencia de empleo de símbolos abstractos en épocas tan remotas como 75 000 y 100 000 años atrás.

¿Cuán antigua es la escritura? ¿Cuán temprano, en la historia humana, se desarrolló el pensamiento simbólico? ¿Acaso la escritura rupestre solamente se enseñaba, de discípulo a maestro, como parte de un bagaje de conocimiento iniciático y especializado? ¿Era su uso sagrado o profano?

Los hallazgos de esta investigación apenas están en proceso de publicación y, desde luego, sus alcances acaso se vislumbran. Mientras están listos los artículos (y, esperamos, libros) en que podrá leerse el informe pormenorizado, se puede consultar en inglés la noticia publicada por la revista New Scientist. De ahí hemos tomado la mayoría de los datos de este artículo.

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Estilo: uso y abuso de las viñetas

La redacción a veces nos exige el uso de párrafos independientes, ya sea enumerados o no, para dar una lista, una secuencia o una serie de ideas que, por su naturaleza, conviene proporcionar de manera independiente.

En estos casos utilizamos dos recursos tipográficos: el número y signos gráficos no secuenciales, como el guion y el topo (viñeta con forma de cuadrado, rombo o círculo). Usualmente, se utiliza el formato de párrafo francés para darle una disposición gráfica distintiva, que lo hace más fácil de recordar y le otorga una voz propia: lo saca del cuerpo de texto y obliga al lector a realizar una especie de digresión. Se le dice, con los márgenes y con los signos gráficos que acompañan al párrafo, cómo leer esa secuencia de ideas.

Precisamente debido a sus particularidades semióticas, los párrafos con viñetas o enumerados pueden constituir notables herramientas de lectura en obras que los ameriten y justifiquen, como las obras didácticas.

La enumeración es útil y necesaria cuando en efecto se está proporcionando una secuencia que, por sus características y naturaleza, requiere de un orden seriado, como la lista de pasos para elaborar un experimento. En ese sentido es necesario enumerar y, por lo tanto, la elección de párrafos enumerados es la más acertada.

Los topos o viñetas son especialmente útiles cuando se están comunicando ideas sintéticas y se desea expresarlas, gráficamente hablando, de manera independiente, pero formando parte de un conjunto. Ahora bien, este conjunto no requeriría de una enumeración (1, 2, 3) porque sus elementos no corresponden, semánticamente, a un una serie en estricto orden; no hay diferencia entre citar uno primero y otro después, fuera del énfasis que el autor quiera darle a una idea o a otra. Sería el caso, por ejemplo, de una lista de cotejo o un grupo de ejemplos. Se necesita que el estudiante los estudie y comprenda como lista, no como secuencia; y se desea que los tenga a mano como un conjunto, listo para memorizar o para comprender.

No obstante, precisamente por la misma razón que una secuencia de párrafos con viñetas puede resultar extremadamente útil, es necesario utilizarlos con medida y cierto grado de discreción. Un recurso gráfico-semiótico solo cumplirá su propósito si consiste en una interrupción en el discurso o en la mancha tipográfica. En cambio, si la mayor parte del texto que le entregamos al lector está estructurado en la forma de párrafos sueltos, inconexos, llenos de viñetas, se pierde el propósito para el cual serviría distinguirlos. Ya no destacan nada, sino que introducen un elemento de monotonía en un texto sin hilación, un texto-gallina, según lo definimos en un artículo anterior.

De ahí que el autor y el editor deban poner especial cuidado en cuándo utilizar la viñeta y la enumeración como recursos de la textualidad; y cuándo su abuso y sobreabundancia entorpece la lectura y transforma lo que debería ser un libro coherente y bien hilado en una lluvia de ideas inconexas, sin orden, ni sentido.

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Ortotipografía: Primera/Segunda Guerra Mundial

Una pregunta que continuamente se nos hace a los correctores es cómo se escriben los nombres de las dos guerras que marcaron la historia de la primera mitad del siglo XX.

Antes de que aconteciera la Segunda Guerra Mundial, la primera también era conocida como la Gran Guerra. Este último sintagma, cuando se está empleando de esa manera y con ese significado específico, se escribe con mayúscula, según advierte José Martínez de Sousa en el Manual de Estilo de la Lengua Española (MELE 3).

La polémica viene cuando nos referimos a cada una de estas dos guerras por separado: la que aconteció entre 1914 y 1918, y la que se produjo entre 1939 y 1945.

Según Martínez de Sousa (2007a, 2007b), tanto la primera como la segunda de estas guerras deben escribirse con minúscula inicial. En su opinión, la mayúscula no se justifica porque su nombre no constituye un nombre propio en sí, sino que consta de dos adjetivos y el sustantivo guerra. O como lo aclara la Wikilengua, «es un nombre puramente descriptivo y no propio (fue guerra, fue mundial y fue la segunda de ellas). La equiparan, por tanto, con guerras púnicas o guerras napoleónicas».

Sin embargo, a esta regla debe contraponérsele otra vigente en español, dictada por la Real Academia Española (RAE) y seguida por otros manuales de estilo: los nombres de términos y eras históricas se escriben con mayúscula.

Con base en este criterio, nos encontramos una tendencia mayoritaria a considerar estas dos guerras como acontecimientos históricos con nombre propio y que, por lo tanto, se escriben con mayúscula inicial. Entre quienes defienden esta postura, podemos citar el Diccionario Panhispánico de Dudas (RAE), el Libro de estilo de ABC y el Libro de estilo de El País.

En cuanto a la grafía de primera y segunda, si bien el Libro de estilo de El País le da preferencia a la grafía con números romanos (II Guerra Mundial), el MELE 3, el Libro de estilo de ABC y la Wikilengua del español (Fundéu) coinciden en recomendar la grafía con la palabra completa. En lo personal, me adhiero a este último criterio.

Particularmente, me inclino por escribir los nombres de ambas guerras con mayúscula inicial y sin abreviaturas, siglas o numerales. Aquí la mayúscula se convierte en un elemento diacrítico: sí, muchas guerras podrán ser mundiales; sí, muchas guerras podrán ser primera, segunda o tercera…, y cuando así se utilice, en un sentido genérico, que rija la minúscula; pero en nuestros tiempos modernos, todos sabemos cuál fue, sin la menor duda, la Primera Guerra Mundial (cuando la vemos así, con mayúscula), y cual su continuación o sucesora. Ambas, en nuestro imaginario, en nuestros textos y en nuestra educación ocupan un lugar por derecho propio, tienen su página en la historia (sin mencionar sus declaratorias, tratados de guerra y de paz y sus juicios). Escríbase pues, con mayúscula, si así lo elige el editor de turno o la editorial.

Y como siempre, la advertencia editorial: sea cual sea la elección tomada, ha de ser coherente y sistemáticamente aplicada en toda la obra, en todo el texto. O como diría el editor y maestro Miguel Guzmán (Centro de Capacitación Versal, México): «Pinche, pero parejo».

Referencias bibliográficas

El País (2003). El País. Libro de estilo (18.a ed.). Madrid: Ediciones Santillana, p. 233. [Versión electrónica: http://estudiantes.elpais.com/libroestilo/dic_gu.asp].
Fundación del Español Urgente. Wikilengua del español. «Ortotipografía en historia». http://www.wikilengua.org/index.php/Ortotipograf%C3%ADa_en_historia (Consultado: 22 de febrero de 2010, 6:00 p. m.).
Martínez de Sousa, J. (2007a). Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas. Gijón: Ediciones Trea, p. 144.
_____(2007b). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea, p. 399.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe, “Mayúsculas”, 4.26.
Vigara, A. M. & Consejo de Redacción de ABC (2001). Libro de estilo de ABC (2.a ed.). Barcelona: Ariel, p. 31.

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