Dejarse editar

Desde el punto de vista de quien escribe, dejarse editar es quedar al descubierto. Cuando se le confía su manuscrito a alguien para su lectura, se esperan de vuelta elogios, felicitaciones, lágrimas de conmoción… Pero cuando se entrega para su edición, lo que regresa es un manuscrito lleno de tachaduras, marcas en rojo, anotaciones al margen, sugerencias de reestructuración…

La reacción del ego es inevitable: se siente herido en su intimidad. Su hijo, su bebé, el producto de su intelecto, lo que tan perfecto parecía antes de enviarlo le es devuelto así: mutilado, mancillado, machacado… Es una experiencia devastadora y hasta humillante. Las reacciones son múltiples, desde la autoflagelación (“no sabía que yo cometía tantos errores”) hasta el instinto de autopreservación y defensa que reacciona en la forma de ataque (“¿quién se cree usted para decirme a mí esto?”).

He aquí la diferencia entre un editor y cualquier otro lector: quien edita lee para encontrar los errores, no por accidente, sino con toda alevosía y criminalidad; para que todo quede ahí, en la mesa de edición, y no en la obra publicada. Ese es su oficio y para eso se le paga.

¿Por qué se necesita la confianza? Porque la edición no es una ciencia exacta y, en ella, subyacen también la arbitrariedad de la norma editorial y la parcialidad el olfato. Si uno no confía en su editor, cada una de sus observaciones será una batalla campal entre dos egos. En cambio, cuando se conoce al editor y se confía en su criterio, el proceso de carpintería y perfeccionamiento se vuelve más sencillo; se transforma en un acto de camaradería, de ayuda mutua y colaboración.

¿Con esto digo que uno debe tener una confianza ciega y aplicar todas las correcciones sin chistar? No. Todas las personas se equivocan y uno tiene derecho a saber por qué esto o aquello debe corregirse. Pero si quien edita conoce su oficio, la mayor parte de sus observaciones se justificará y, una vez comprendidas, ya el autor no podrá ver su manuscrito original con los mismos ojos: reconocerá sus problemas, comprenderá sus imperfecciones, sentirá la necesidad de transformarlo.

Por eso, para dejarse editar, conviene encontrar a esa persona en quien confiaremos lo suficiente para permitirle intervenir nuestro texto. Esa persona que sabemos, sin la menor duda, está haciendo su mejor esfuerzo para mejorar nuestro manuscrito, no para herir nuestro ego.

8 comentarios

Archivado bajo Corrección, Edición, Escritura, Labor editorial, Trabajo en equipo

8 Respuestas a “Dejarse editar

  1. Totalmente de acuerdo. Los escritores debemos hacer a un lado el ego y aprender a analizar fríamente nuestro trabajo. Pero como la mayoría somos incapaces de hacer tal cosa sin entrenamiento previo, necesitamos de alguien con la experiencia y oficio suficientes. No debemos rechazar de plano las correcciones que nos haga un buen editor, sino reflexionarlas y aprender de ellas para el futuro. Eso sí, es el escritor y no el editor quien debe implementar las correcciones sugeridas. ¡Gracias por otro maravilloso artículo!

  2. Fermín Caballero

    ¡Claro que tienen razón! Sus palabras son medicina para el vanidoso que llevamos dentro y que, aplaudido por los amigos, luego muere ahogado por la garra del buho sabio en cuanto surca la oscuridad del bosque.

  3. Sí, muy razonable todo. La madre del cordero está en lo que dices de la confianza.

    • Jacqueline Murillo

      Sí, Peke. Parte del secreto es encontrar un editor o editora de la confianza de uno. Alguien a quien un no le quiera tirar un zapato en la cara cuando le señale los errores. Alguien que uno sabe que no lo está atacando a uno, sino que está ayudando a mejorar el material. Y si uno tiene dudas en esa persona, si uno la considera incompetente o se dedica a cuestionar todos sus criterios, el proceso se vuelve imposible y desafiante para ambas partes. Saludos.

  4. Me encanta este post!!!! Da de lleno en la diana y encima ofrece soluciones. Bravo Jacqueline.

  5. Pingback: Normas de cortesía para hacer comentarios y edición | Nisaba

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